Lula afronta este último año de mandato aupado por un índice de popularidad del 80%. Su éxito se identifica con el crecimiento interno de Brasil y con su avance en el contexto internacional. Dilma Rousseff, su desconocida candidata a la presidencia, empieza a subir en las encuestas.
El presidente Luiz Inácio Lula da Silva dedica estos días gran parte de su tiempo a promocionar a lo largo y ancho de este inmenso país a Dilma Rousseff, su candidata ?recientemente elegida por el Partido de los Trabajadores?, a la presidencia de la república. No por ello Lula deja de atender la cargada agenda nacional e internacional que tiene como presidente. Todo indica que así van a continuar las cosas hasta octubre, y probablemente hasta la segunda vuelta de las elecciones presidenciales que tendrá lugar en noviembre. Rousseff empieza a subir en las encuestas, y la salud del presidente a resentirse de esta actividad frenética. Pero Lula es Lula y continuará llevando el peso de la campaña y ejerciendo como presidente. Se trata de un juego original y arriesgado.
La estrategia del gobierno es centrar el debate electoral en la pugna entre Dilma Rousseff y el candidato del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), probablemente José Serra, actual gobernador de São Paulo, contraponiendo los logros de la presidencia de Lula a los problemas vividos durante la presidencia de su antecesor, Fernando Henrique Cardoso (PSDB).
Muchos analistas políticos brasileños califican este planteamiento de ?elección plebiscitaria?, lo ven como el intento de llevar al elector a optar entre lo hecho por Lula o lo hecho por los anteriores gobiernos del PSDB, en la confianza de que esto propiciará un trasvase de popularidad, de legitimidad y de votos desde el presidente a su candidata.

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