El último artículo del ministro alemán de Asuntos Exteriores, previo a su dimisión, constituía un desesperado llamamiento a los pueblos europeos para no repetir los grandes errores que nos llevaron en este siglo a dos guerras mundiales. El canciller alemán Hans-Dietrich Genscher escribía: “La desaparición del antagonismo Este-Oeste, la disolución del Pacto de Varsovia y de la URSS, el vencimiento de la presión ideológica del PCUS han quitado a toda Europa un peso de encima. Los pueblos de Europa se encuentran ante la pregunta de cómo desean aprovechar esta oportunidad: en pro de Europa o para recaer en un nacionalismo que en el pasado les trajo guerra, sufrimiento y miseria”.
Este párrafo del artículo de Genscher resume con una extraordinaria lucidez la auténtica dimensión del problema al que enfrenta el viejo continente europeo, que no debería perder la nueva oportunidad que se abre ante nosotros cuando nos acercamos al final del siglo. Lo que resulta evidente es que se han abierto en Europa dos tendencias, dos grandes dinámicas políticas y que, por el momento, resulta imposible predecir cuál de ellas terminará siendo hegemónica en las próximas décadas.
Por una parte resulta indudable que la idea europea ha sufrido una gran aceleración desde que en marzo de 1985 se produce el acceso de Mijail Gorbachov a la Secretaría General del PCUS. La ampliación de la Comunidad a nuevos miembros, la coordinación de las políticas económicas y comerciales, la disolución del Pacto de Varsovia, la unidad de Alemania, la retirada soviética de Afganistán, la desaparición de la doctrina de la “soberanía limitada”, la posición común entre Estados Unidos y la URSS en el problema del Golfo, el avance en la política de seguridad compartida y, finalmente, la firma del Acuerdo de Maastricht constituyen referencias inexcusables que fundamentan la idea de unidad, de…

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