POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 97

Fracaso en Bruselas

EDITORIAL
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El fracaso de la última cumbre de Bruselas ha dejado en millones de europeos un sabor amargo. Algunos diplomáticos prefieren decir que no había suficiente masa crítica entre los reunidos para insinuar así que los jefes de estado y de gobierno no acababan de comprender la encrucijada histórica abierta ante ellos. Los más realistas sostienen que Europa no puede avanzar sin un mínimo liderazgo. Ese liderazgo no existe hoy en Chirac, ni en Schröder, ni en Blair, ni en Aznar, todavía menos en Berlusconi.

Europa es, desde luego, el voto de cada estado en el Consejo y el porcentaje de población que determina cada votación. Europa es esto, pero es mucho más; es la idea, la imaginación, de una formidable potencia que evoluciona despacio –a veces con desesperante lentitud– hacia su unión política. Nada de esto puede hacerse sin una fuerza militar, único componente capaz de proporcionar efectiva independencia. Estas ideas centrales han sido olvidadas (o no comprendidas, o deliberadamente evitadas) por los líderes reunidos en Bruselas el 12 y 13 de diciembre.

Surge, de añadidura, el testimonio del presidente de la Convención, Valéry Giscard d’Estaing al explicar cómo había hablado antes de la cumbre con el presidente del gobierno español, José María Aznar, del número de votos y del porcentaje de población, 66 por cien de los habitantes de la UE. Después, añade Giscard, la opinión de los convencionales cambió.

Los líderes tenían ante sí una ocasión irrepetible para mostrar el vigor de Europa y aprobar su Constitución. No se ha conseguido. En París y en Londres y en Berlín y en Bruselas se dirá que no se ha logrado por la oposición de España, seguida de ese único y extraño aliado, Polonia, todavía no miembro y ya dispuesto a vetar. El egoísmo, la falta de visión, las heridas…

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