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Artistas y trabajadores del sector de la cultura protestan frente a la ópera de Túnez para exigir la reanudación de las actividades culturales y artísticas, paralizadas debido a la crisis sanitaria. Túnez, octubre de 2020./Fethi Belaid/AFP via GettyIimages

La resiliencia como un medio de supervivencia

Frente a la pandemia, los artistas del mundo árabe siguen sufriendo la mala gobernanza de los Estados. El virus no ha hecho sino exacerbar una situación ya deplorable.
Lilia Weslaty
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Hace más de un año que la pandemia de la Covid ha alterado profundamente el mundo entero, especialmente el sector cultural y artísitico. El virus se instaló y cambió por completo la vida cotidiana de todo el mundo. El espacio donde uno podía desplazarse se ha reducido repentinamente, a raíz de las restricciones de movimiento impuestas por los Estados. La mayoría de países árabes, que sufren desde hace mucho graves problemas de infraestructuras, falta de materiales y déficit de la sanidad pública, no tenían más alternativa que confinar a las poblaciones para limitar la propagación del virus y de facto la saturación de los hospitales.

En este contexto inédito, las excepciones con ciertos comercios llamados “esenciales” para que prosiguieran la actividad han planteado un problema real con respecto a nuestra percepción de las artes relegadas a la categoría de actividades “no esenciales”. Los artistas, especialmente en la región MENA, han vivido la misma frustración experimentada en otros lugares debido a esa pérdida de libertad, una frustración aún mayor, dado que los sistemas de salud pública de la mayoría de esos países son ya bastante deficientes en cuanto a equipos y atención.

Como en todas partes, los espectáculos, exposiciones y conciertos siguen posponiéndose, lo que genera una actitud expectante fastidiosa. Las consecuencias siguen afectando a muchos artistas, especialmente en el plano económico. Los hay que cuentan con el apoyo de la familia, otros recurren a los préstamos, otros tratan de utilizar internet para vender sus creaciones, utilizando las nuevas tecnologías y las redes sociales para contactar con su público. Avanzando en la incertidumbre, el anuncio de las vacunas ha devuelto la esperanza de un regreso probable y cercano a la “vida normal” de antes de la Covid-19.

 

En Túnez, el ministro de Cultura se niega a suspender las actividades culturales

La pandemia de la Covid-19 ha afectado en primer lugar la libertad de movimiento del artista y, en segundo lugar, su relación con el público. Después de los confinamientos y toques de queda que se aplican desde hace un año, las posibilidades de reunión se han reducido a la nada. De la noche a la mañana, las manifestaciones culturales se suspendieron en todos los países árabes. En Túnez, el 5 de octubre de 2020, el ministro de Cultura, Walid Zidi, fue destituido. El motivo fue su oposición absoluta a la decisión del jefe de gobierno, Kais Said, sobre la prohibición de toda reunión y manifestación cultural, debido a la Covid-19. En su opinión, “los artistas han trabajado meses en sus espectáculos, respetan a rajatabla el protocolo sanitario y no pueden prohibirse sus actividades”.

Además, se establecieron disposiciones en colaboración con el comité científico de lucha contra la Covid-19, afirma el Sr. Zidi. Para el ministro saliente, el gobierno no escucha ni a los artistas ni a los actores del sector en general, ni tiene en cuenta la opinión del comité.

La reacción del mundo artístico fue desigual: por un lado, los había que estaban a favor de la decisión gubernamental y, por otro, quienes abogaban por proseguir las actividades. El sindicato de músicos, entre otros, organizó manifestaciones en la plaza del gobierno en la Kasba de Túnez, para protestar por el toque de queda impuesto. También se creó un hashtag, #Sayeb_Ellil (“Dejadnos trabajar de noche”). Según el sindicato, “esta decisión no tiene en cuenta la situación económica precaria de los agentes del sector”.

 

Frente a la pandemia, la resiliencia

Mientras el mundo gira lentamente, para la artista tunecina Sana Tamzini, también investigadora universitaria especialista en gestión de proyectos de cooperación cultural, una convicción se hizo evidente: “No había que parar”, nos confía, añadiendo que “los aplazamientos y las anulaciones hasta llegar a la imposibilidad de seguir con los proyectos no pueden ser razones suficientes para adoptar el ritmo de la pandemia o detenerse. ¿Acaso no corresponde al artista abrir nuevos caminos en tiempos de crisis?”.

Aprovechando el confinamiento, se dedicó a acabar su tesis “Diseño de las políticas culturales y práctica del patrimonio local”. Para sobrevivir, trabaja de profesora, porque el arte no le da dinero. Sus proyectos, por lo tanto, son a menudo autofinanciados. Según Tamzini, con o sin la Covid, “la administración no está vinculada ni con los expertos culturales, ni con los artistas ni con los investigadores y aún menos con los ciudadanos”. No obstante, se repartieron ayudas financieras, pero se consideraron insuficientes para cubrir los meses de marzo, abril y mayo de 2020. Lo cierto es que el Estado tunecino está muy endeudado (la deuda exterior bruta ha superado el 100% del PIB) y no puede ayudar directamente al sector en crisis.
Según Tamzini, la pandemia no solo ha dejado al descubierto la precariedad del sistema de salud de Túnez, sino también la del sector cultural, consecuencias lógicas de décadas de autoritarismo, corrupción y mal gobierno.

Acostumbrada a colaborar con otros artistas del mundo árabe, alabó la capacidad de respuesta de Emiratos Árabes Unidos frente a la crisis. Dubái, organizador de la Exposición Universal que debía celebrarse del 20 de octubre de 2020 al 10 de abril de 2021, tuvo que posponer el acontecimiento a 2022.

Para contener la propagación de la pandemia, la ciudad puso en práctica un confinamiento estricto en la primera ola. Desde principios de febrero, también se ha impuesto una restricción del 30% a los hoteles y clubes de playa. En cuanto a los otros lugares, como los teatros y los cines, podían proseguir sus actividades, pero al 50% de su aforo. Además, EAU registró uno de los índices más elevados de vacunación del mundo, con más de cuatro millones de dosis administradas a una población total de 10 millones de habitantes.
Las estrellas de los Emiratos contribuyeron también al esfuerzo nacional por la prevención. En sus redes sociales, apelaron al público a vacunarse. La actriz emiratí Ahlam fue la primera en prestarse voluntaria para la vacuna, seguida por los cantantes Hussein al Jasmi y Fayez al Saeed, que expresaron en Instagram su agradecimiento al gobernador de su ciudad y a la autoridad sanitaria de Dubái.

 

Recurrir a la alternativa digital para superar las restricciones

La alternativa digital para sobrevivir a la pandemia fue la solución por excelencia para muchos artistas del mundo árabe. Para la directora Selma Ferriani, las ventas de las obras expuestas en su galería, en la zona elegante de Túnez en Sidi Bou Said, descendieron un 50%. Por consiguiente, exponer en internet se convirtió en una solución primordial para salvar la actividad de su galería y mantener a los pintores.

Otros artistas, como los raperos, ya acostumbrados a trabajar de ese modo, prosiguieron sus proyectos principalmente a través de la plataforma YouTube. Al cobrar por número de visitas, se diría que se las arreglan mejor que otros. Además, en el top de las tendencias en Túnez, el rapero Sanfara se clasificó en primer lugar en plena pandemia, lo que confirma el papel preponderante de estos nuevos canales de relación entre el artista y su público.

En Marruecos, donde el toque de queda no deja de prolongarse, la situación es aún más preocupante, debido a la precariedad social previa a la Covid-19. En una declaración pública a principios de 2021, el presidente de la Unión marroquí de las artes dramáticas, Abdelkébir Rgagna, alertó del “peligro y el impacto negativo en la psicología de los artistas y de los ciudadanos en general”.

Sin protección social, sin ingresos fijos, abandonados a su suerte, los profesionales del teatro no pueden, por tanto, recurrir a las plataformas digitales que sustituirían los teatros, puesto que se trata “de un arte vivo”.

Por otro lado, para otros artistas marroquíes como el director Saad Chraibi, esta etapa de reclusión es una bendición para escribir. “Este período de confinamiento me ha permitido tomarme el tiempo de reflexionar y de escribir mi guion”, afirma.

 

Líbano, un país acorralado

Empujados a la resiliencia, los artistas árabes, sobre todo en países que sufren cambios profundos tras la ola de protestas desde 2011, tratan mal que bien de sobrevivir. Para Líbano, el año 2020 ha sido el peor. Crisis financiera, política, social, económica y sanitaria se acumulan seis meses después de las dos explosiones destructivas del 4 de agosto de 2020 en el puerto de Beirut, que causaron 207 muertos, más de 6.500 heridos y obligaron a 300.000 personas a abandonar su hogar. Según la ONU, la mitad de los libaneses se sitúa por debajo del umbral de la pobreza.

“El país agoniza”, se lamenta Mansur Aziz, un activista cultural que tenía su pequeño restaurante en el barrio de El Hamra, en la capital, Beirut. Acostumbrado a convertir su negocio en un lugar de reuniones underground para los músicos y grupos nuevos, solo piensa en emigrar a Túnez o a otro lugar donde poder sobrevivir. Vivir en Líbano se ha vuelto “imposible”, afirma. Los cortes de electricidad se han vuelto aún más recurrentes, los bancos son incapaces de facilitar liquidez a los clientes y los hospitales están saturados ante al número creciente de contagios.

Según la Universidad John Hopkins, “Líbano se ha convertido en el tercer país del mundo en número de contagios por millón de personas. Más de 5.000 nuevos casos de media se registran a diario en una población que no supera los seis millones de habitantes”. Sin embargo, un hombre, autoproclamado “Capitán Tony Kattoura” ha encontrado el modo de convertir su arte en un modo de evasión para el disfrute de los libaneses. Su canción “Chaude, chaude, ce soir, la fête est chaude” [“Animada, animada, esta noche la fiesta está animada”], además de sus actuaciones grabadas –convertidas en una bocanada de aire fresco para relajar el ambiente sombrío– se compartió masivamente en las redes sociales.

 

En Egipto, la pandemia ha fortalecido la política represiva del régimen

En el país del general Abdelfattah al Sisi, no se sabe con certeza el número de contagiados ni de muertos de Covid-19. La censura, las detenciones y las torturas son el pan de cada día de los ciudadanos y, sobre todo, de los militantes antigubernamentales. A principios de año, las autoridades egipcias detuvieron al artista caricaturista y director de películas de animación Ashraf Hamdi, después de que publicara un vídeo destacando el décimo aniversario de la revolución egipcia del 25 de enero, que derrocó al histórico autócrata Hosni Mubarak. “Me detienen”, publicó Hamdi en su cuenta de Facebook, tras lo cual miles de persones expresaron su inquietud y preguntaron adónde le habían llevado y qué le ocurriría.
Hamdi, que trabajaba anteriormente de dibujante para la revista gubernamental Sabah al Khair y el sitio web Masrawy, fue reconocido por sus vídeos de animación, que comentan los problemas sociales a través de los personajes de dibujos animados.

Tras el golpe de Estado de 2013, miles de personas siguen siendo detenidas arbitrariamente, solo por haber ejercido derechos garantizados por el derecho internacional, incluidos la libertad de expresión y de reunión pacífica, o a partir de juicios manifiestamente injustos, incluyendo juicios colectivos y militares. Según Human Rights Watch (HRW), las fuerzas de seguridad egipcias llevan a cabo desapariciones forzadas, detenciones arbitrarias y tortura de disidentes, incluidos niños. En su carta abierta a la Unión Europea, enviada el 21 de enero de 2021, HRW afirma que a lo largo del año pasado, “las autoridades egipcias han utilizado la Covid-19 como pretexto para conferir nuevos poderes abusivos al presidente e intensificar las restricciones a los derechos y libertades.

Frente a la pandemia, los artistas del mundo árabe siguen sufriendo la mala gobernanza de sus Estados. El virus no ha hecho sino exacerbar una situación ya deplorable, a diferentes niveles, según su pasado y su historia. Egipto, Yemen o Líbano, por citar solo esos tres países, son sin duda algunas de las zonas donde el coronavirus ha encontrado un terreno abonado de profunda precariedad que castigar duramente. En estos momentos, la carrera por las vacunas se acelera para calmar el descontento de las poblaciones necesitadas. Solo los países árabes ricos como EAU o Catar constituyen la excepción y recurren en ayuda de sus vecinos con la donación de vacunas.