POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 69

Política y banalización del mal

Elena Hernández
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En los últimos tiempos, Hannah Arendt ha sido recordada por la reedición de sus ensayos y por una recopilación epistolar que clarifican su relación –pasional y amorosa, tanto como intelectual– con el filósofo Martin Heidegger, del cual –por otra parte– ya era evidente su complacencia práctica e implicación ideal en el nazismo. A atar en sus diversos cabos la paradoja evidente de una relación asó han ido encaminadas recientemente la crítica y la opinión.

El valor y el significado del gran trabajo de Arendt, Los orígenes del totalitarismo, que acaba de reeditar en español y en un solo volumen la editorial Taurus, apenas han sido objeto entre nosotros de una nueva atención. Y, sin embargo, en relación con lo que se ha llamado el “debate Goldhagen”, podría esta resultar una ocasión magnífica para volver a considerar las pautas y los instrumentos de la barbarie y el horror.

 

Los orígenes del totalitarismo

 

Sería esta una oportunidad excepcional de volver a pensar, con calma, si es cierto a estas alturas –como la autora dijo en 1950 al publicar la edición norteamericana de este libro– que “sin el totalitarismo surgido en la Europa central y oriental, quizá nosotros, los occidentales, no hubiéramos conocido nunca la naturaleza verdaderamente radical del mal”. Después de Zygmunt Bauman, de J. L. Talmon, Zeev Sternhell o Leon Poliakov, más allá de las nuevas lecturas sobre el Holocausto y la memoria judía, e incluso de los textos emotivos de Malraux o Semprún, las perspectivas mismas de transcender aquel punto de mira quedarían anuladas, sumidas las conciencias en la consternación.

Hannah Arendt nació en Königsberg en 1906, en el seno de una familia judía ilustrada, proclive a las nuevas ideas de la razón y la modernidad. Una actitud por la que, de algún modo, habría de pagar después la propia Arendt….

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