Desde la llegada del Partido de Justicia y Desarrollo (AKP) al poder en 2002, Turquía ha incrementado progresivamente su relevancia y presencia en Oriente Medio, acentuando de manera pronunciada el interés desarrollado ya por gobiernos anteriores en esta región. Esta implicación se incrementó de manera determinante tras el estallido de la Primavera Árabe. Ahmet Davutoglu, como ministro de Asuntos Exteriores turco, favoreció una postura más intervencionista, apoyada por el entonces primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, que les condujo a alinearse con los partidos y movimientos del entorno de los Hermanos Musulmanes y ocasionó importantes fricciones con países árabes del Golfo, como Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos o Egipto en el norte de África. Tras el intento de golpe de Estado de 2016, las relaciones de Turquía empeoraron notablemente con Estados Unidos (se acusó a la administración norteamericana de haber amparado el golpe) y con los países de la Unión Europea (UE) por lo que se percibió como un tibio apoyo en las horas decisivas de la amenaza militar. En este contexto, se produjo un acercamiento con Rusia que, sin embargo, no ha impedido que Turquía se encuentre en un delicado equilibrio desde entonces, en el que ha pretendido lograr una “autonomía estratégica”, que le ha distanciado de sus tradicionales aliados europeos y trasatlánticos con los que, sin embargo, ha continuado cooperando en muy diversos ámbitos. Esta búsqueda de “autonomía estratégica” también encaja con el rol de potencia emergente o de potencia regional-global con el que se suele calificar a Turquía por su destacado papel en la arena internacional, como María Lois y la autora de este artículo han recogido con detalle en una publicación anterior (2022).
Desde 2021 el habitual activismo en política exterior del gobierno del AKP se volcó en restaurar y estrechar relaciones con un número importante de países de su entorno, cambio motivado, en gran parte, por la situación económica de Turquía, que había empeorado notablemente desde 2018. Esta etapa de “normalización” se ha visto notablemente afectada por el reciente giro experimentado en el conflicto palestino-israelí y por el derrocamiento de Bashar al Assad en Siria. Sin embargo, el papel que puede desempeñar en estas dos situaciones es muy diferente. Un examen más detallado nos permitirá analizar de manera más pormenorizada el diferente margen de acción con el que puede contar la élite dirigente turca ante estos dos escenarios.
Turquía e Israel
Las relaciones entre Israel y Turquía han pasado por marcados altibajos, momentos de estrecha colaboración y momentos de fricción y enfrentamiento a lo largo de la historia. En 1949, Turquía se convirtió en el primer país de mayoría musulmana en reconocer formalmente a Israel. Al principio, las relaciones se limitaron al comercio y el transporte y sirvieron como contrapeso para contrarrestar la influencia panárabe de la República Árabe Unida en la región. Sin embargo, las relaciones diplomáticas se enfriarían tras la guerra de los Seis Días en 1967. En 1975 Turquía reconoció oficialmente a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y en 1988 al Estado palestino.
Tras el fin de la Guerra Fría, a principios de 1996, hay que destacar que la relación entre Israel y Turquía alcanzaría su punto álgido con la firma de acuerdos en cooperación, entrenamiento militar, defensa y libre comercio.
Con su llegada al poder, el AKP se presentó como un gobierno de mediación en el conflicto árabo-israelí. De hecho, Turquía reconocerá el gobierno de Hamás salido de las elecciones de 2006 con este argumento. El gobierno turco medió entre Israel y Siria en 2008, pero las negociaciones saltaron por los aires con los ataques de Israel a Gaza en diciembre de ese año. Las relaciones llegaron a su peor momento tras el asalto por parte del ejército israelí de la flotilla Mavi Marmara, que se embarcó en 2010 para romper el bloqueo que pesaba sobre la Franja. Tras una década de marcados altibajos en la relación, en 2022 Israel y Turquía acordaron, por su parte, restablecer relaciones diplomáticas plenas y dar lugar a una nueva etapa en la interacción entre los dos Estados.
Cuando se produjo el ataque del 7 de octubre de 2023 por parte de Hamás, el presidente turco invitó a la desescalada y se ofreció para la mediación, apoyando el intercambio de prisioneros y rehenes. Recordaba así a su posición en la guerra de Ucrania. Ya el 12 de octubre el Parlamento turco aprobó una declaración conjunta abogando por volver a las negociaciones de paz y por la solución de los dos Estados. Desde los primeros días de la guerra, el ministro turco de Asuntos Exteriores, Hakan Fidan, reiteró esta postura y propuso un modelo de garantías que podía estar conformado por países aliados de la OTAN y también por países árabes para salvaguardar cualquier acuerdo.
El punto de inflexión en la postura del gobierno turco se produjo con el ataque al hospital de Al Ahli. En Turquía, de hecho, se declararon tres días de luto. El presidente Erdogan acusó a Israel del ataque y el Parlamento turco lo calificó “como un crimen contra la humanidad” en una declaración conjunta. Desde entonces, la dura retórica de Erdogan se ha centrado, sobre todo, en la figura del primer ministro Benjamín Netanyahu, lo que parece que deja espacio para el restablecimiento diplomático con otro futuro gobierno israelí.
Israel retiró a su personal diplomático de Turquía a finales de octubre y el 4 de noviembre de 2023 Turquía correspondió retirando a su embajador de Tel Aviv. Las conversaciones sobre cooperación energética quedaron congeladas.
En este tiempo, Ankara también ha estado negociando para unificar a las dos principales facciones palestinas, Hamás y Al Fatah con la idea de conformar un frente unido ante un eventual debate sobre el establecimiento de un Estado palestino viable
Los resultados de las elecciones locales en Turquía celebradas en marzo de 2024 y el avance de un partido islamista muy crítico con Israel, contribuyó a que Erdogan endureciera sus posiciones poniendo freno al comercio con Israel en 54 ámbitos –entre ellos el acero, los fertilizantes y el combustible para aviones–, para, finalmente, suspender todo tipo de importaciones y exportaciones hasta que se permitiera la entrada ininterrumpida de ayuda humanitaria en Gaza. Sin embargo, Turquía ha sido criticada porque ha permitido que continúe el suministro de petróleo azerí que llega al puerto turco de Ceyhan, con destino a Israel, a través de buques cisterna. La dura retórica del presidente despertó expectativas internas, que pusieron en cuestión las medidas tomadas hasta la fecha, consideradas por sus sectores más críticos como insuficientes.
En un paso más en su condena hacia los ataques de Israel a la población civil en Gaza y ante la obstrucción de la distribución de ayuda humanitaria en la Franja, Turquía se sumó a la demanda de Sudáfrica contra Israel por genocidio ante la Corte Internacional de Justicia en agosto de 2024. Si bien su discurso está dirigido a visibilizar la situación de los Territorios Palestinos Ocupados, su capacidad de acción para condicionar los acontecimientos en este conflicto es claramente limitada. La diplomacia coercitiva aplicada sobre Israel a través de las sanciones económicas tiene un impacto muy reducido.
En la cuestión concreta de los dos Estados, Turquía apoya una solución negociada al conflicto entre Israel y Palestina sobre las bases de las resoluciones de Naciones Unidas, el principio de territorio por paz, la Iniciativa de Paz Árabe y la reconciliación nacional en el seno de Palestina. Sin embargo, el papel de Turquía como mediador en este conflicto se ha visto seriamente disminuido, tanto por el empeoramiento de las relaciones con Israel, como por la pérdida de poder del sector político de Hamás –con el que el gobierno turco había mantenido un contacto más estrecho– frente al sector militar, como ha señalado Salim Çevik en sus publicaciones para el Arab Center Washington DC (ACW). En este ámbito destacan los países árabes que han participado activamente en las negociaciones entre Israel y Hamás y/o que han propuesto la elaboración de un plan alternativo al del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que implicaría la limpieza étnica de la Franja de Gaza. Si de manera unilateral la influencia de Turquía en el conflicto es muy limitada, tampoco cuenta con un foro multilateral que refuerce sus posiciones.
Turquía y Siria
En el siglo XX la pertenencia de Turquía al bloque occidental y la adhesión de Siria a la órbita soviética impidieron el acercamiento entre los dos países. A esta situación se sumó el conflicto causado en torno al agua, por la construcción de presas en el Tigris y el Éufrates en la zona turca, que redujeron el caudal que llegaba de estos ríos a los países vecinos de Oriente Medio en la década de los ochenta. La tensión entre los dos Estados, sin embargo, escaló de manera determinante, hasta llegar a la amenaza bélica, durante la acogida del líder del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), Abdullah Öcalan en la década de los noventa por parte del Estado sirio. Tras la expulsión de éste del país y su posterior detención en Kenia, las relaciones políticas y económicas entre Ankara y Damasco mejoraron notablemente ya antes de la llegada del AKP al poder en 2002.
Los estrechos vínculos entre el primer ministro Erdogan y el presidente sirio Bashar al Assad se mantendrán hasta que estallan las revueltas en el país en 2011. La represión del gobierno y el estallido de la guerra civil provocarán una oleada de millones de refugiados sirios a Turquía, que serán acogidos con estatus de protección temporal. Las relaciones diplomáticas entre los dos países se rompieron y el gobierno de Erdogan acabó apoyando las fuerzas rebeldes. Tras resistir más de una década en el poder, aislado internacionalmente, el régimen de Al Assad sería de nuevo aceptado en la Liga Árabe en 2023. Con Turquía, por su parte, se promovieron negociaciones, sin éxito, para normalizar las relaciones diplomáticas en las que se abordaron la retirada de las fuerzas turcas del norte de Siria, el control fronterizo entre los dos países y la situación de la Administración Autónoma del Norte y Este de Siria, región autónoma kurda situada al norte del país, que cuenta con la fuerza militar de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS).
De manera inesperada, a finales de 2024, se produjo el derrocamiento del régimen sirio, impulsado por el grupo Hayat Tahrir al Sham (HTS) y el Ejército Nacional Sirio, ambos respaldados por Turquía. El segundo es considerado una fuerza proxy del gobierno turco; las relaciones con el primero, sin embargo, se estrecharon considerablemente durante el tiempo en que el grupo controló localmente el área de Idlib. El apoyo turco fue crucial para su supervivencia en la región, y en contrapartida, el grupo contribuyó a frenar el flujo de refugiados hacia Turquía. También se ha señalado la influencia de Ankara en la evolución de HTS, lo que facilitó que el grupo cortara vínculos con Al Qaeda. Aunque se ha planteado que Turquía conocía la ofensiva de estas fuerzas rebeldes y que autorizó la operación, no se ha podido confirmar que llegara a promoverla o a planificarla conjuntamente con los rebeldes.
Si bien el nuevo gobierno interino sirio dirigido por Ahmed al Shara, líder del HTS, cuenta con unas relaciones privilegiadas con Turquía, el gobierno de Erdogan se ha inclinado por integrar a la UE, los países del Golfo y Estados Unidos en la reconstrucción del país vecino, optando por una estrategia multilateral, como ha apuntado Pınar Dost en Atlantic Council. La primera visita a un país extranjero de Ahmed al Shara fue precisamente a Arabia Saudí y la segunda a Turquía. El nuevo gobierno sirio pretende, por tanto, mejorar las relaciones con todo el entorno regional y escapar de áreas de influencia que lo limiten.
El papel de Turquía en el nuevo régimen se presenta especialmente importante en el ámbito comercial: las exportaciones turcas al país vecino aumentaron un 20% en diciembre y, de hecho, el ministro de Comercio turco ya ha expresado su deseo de establecer un acuerdo de libre comercio. En el ámbito de la reconstrucción puede ser, sin duda, un escenario muy lucrativo para las empresas de construcción y transporte turcas y no menos importante se plantea la cooperación en defensa, que podría abarcar desde el suministro de material militar, al establecimiento de bases aéreas turcas en Siria y el entrenamiento del nuevo ejército sirio, entre otras cuestiones.
Dos son los asuntos que preocupan especialmente a Turquía en esta nueva etapa. El discurso del AKP ha sido durante años el de defender la acogida humanitaria de los refugiados sirios. Sin embargo, este es uno de los puntos que le ha pasado factura en las últimas elecciones generales y locales celebradas en Turquía. Ello ha provocado que el gobierno se haya marcado como una de sus prioridades el retorno de un sector importante de esta población refugiada al país vecino. Pero para ello, necesita estabilizar su situación política y económica.
En cuanto a la existencia de un gobierno autónomo kurdo en el norte de Siria, Erdogan se opone expresamente. Las conversaciones entre el actual gobierno sirio y el turco han valorado diversos escenarios que contemplan la expulsión de Siria de los miembros de las FDS, conformadas en su gran medida por las Unidades de Protección Popular (YPG) kurdas, vinculados al PKK y abogan por la integración de estas en el futuro ejército sirio. Las YPG han contado con un determinado apoyo por parte de Estados Unidos en su lucha contra Estado Islámico y este hecho ha dado lugar a marcadas fricciones entre la administración turca y la norteamericana. Entre 2016 y 2019, Ankara llevó a cabo cuatro operaciones militares de manera unilateral contra zonas bajo control kurdo y controla partes del territorio del norte de Siria.
Si bien los gobiernos sirio y turco coinciden en el establecimiento de un Estado unitario en Siria, en las negociaciones mantenidas se contempla el reconocimiento de los derechos culturales kurdos en la nueva Constitución y el establecimiento de un sistema administrativo descentralizado que otorgue amplios poderes a los consejos locales. El pro-kurdo Partido de la Unión Democrática (PYD), según estos planes, podría integrarse en el sistema político sirio y tener representación en el Parlamento nacional.
Estas negociaciones en el plano exterior presentan, a su vez, una dimensión interna de la mayor relevancia, que afectan a la cuestión kurda en Turquía. Los últimos acontecimientos apuntan a una histórica reactivación de las negociaciones de paz entre el gobierno turco y el PKK tras el fracasado intento de 2013-2015, en las que destaca el llamamiento de Abdullah Öcalan al PKK para que deponga las armas y se disuelva. Uno de los motivos apuntados para explicar este giro es que, tras los reveses sufridos en las últimas elecciones locales, el AKP podría buscar el apoyo kurdo para mantener en el poder político al presidente. En el actual marco constitucional, Erdogan solo podría presentarse a la reelección en el caso de que se convocaran elecciones anticipadas o bien se produjera una enmienda constitucional. Para ninguna de estas dos opciones cuenta con la mayoría necesaria en el Parlamento, de ahí que las especulaciones apunten a que Erdogan podría estar planteando garantizar derechos culturales y políticos a la población kurda, a cambio del apoyo parlamentario necesario para mantenerse en la presidencia.
Lo que debería ser un escenario de democratización política se ha visto enturbiado, sin embargo, con las recientes detenciones y redadas conducidas contra miembros de la oposición, pertenecientes a diversos sectores del espectro político, que han afectado también a miembros del partido pro-kurdo, el Partido de la Igualdad y la Democracia de los Pueblos (DEM). Todo ello ha puesto en cuestionamiento el carácter democrático de este proceso. Si bien el resultado de las negociaciones es incierto, sirven para mostrar la interacción entre la política exterior e interior en el devenir de las relaciones entre Turquía y Siria.
Estas relaciones, a su vez, estarán condicionadas por un marco geopolítico más amplio donde el peso de Turquía es de indudable relevancia, pero quedará matizado y condicionado por los equilibrios regionales y las posiciones de terceros Estados como EEUU, que todavía tiene tropas sobre el terreno sirio y ha sido el gran apoyo de las FDS hasta la fecha. También es pertinente considerar la posibilidad de un escenario de conflicto con Israel debido a sus continuos ataques militares en Siria, tras el derrocamiento de Al Assad, orientados a eliminar la capacidad militar del nuevo régimen y su reciente ocupación de nuevos territorios. Además, surge la cuestión de si el acercamiento entre autoridades kurdas del norte de Siria e Israel tras el cambio de régimen podría desencadenar un enfrentamiento con Turquía.
En el caso de Estado sirio, Turquía, a pesar de su indudable influencia sobre el nuevo gobierno en muy diversas áreas, ha optado por una aproximación multilateral para fortalecer el nuevo régimen a través de un apoyo internacional amplio. Está por ver si la interacción de tan diferentes actores consigue avanzar en la reconstrucción institucional y social siria./