Zona que ardió en el campamento de Vathy, en Samos, donde unas 500 personas perdieron todas sus pertenencias. DORA VANGI. MSF

Atrapadas entre Europa y el Covid-19

Si el coronavirus llega a los campos de refugiados en las islas griegas será un desastre, pero las personas atrapadas en ellas no pueden hacer nada para protegerse.
Dora Vangi
 |  2 de julio de 2020

En los confines de Europa, miles de refugiados y migrantes se sienten abandonados, desprotegidos, vulnerables, en definitiva, ante la propagación del Covid-19. Las esperanzas y temores de una joven familia siria retenida en el campo de Vathy, en la isla griega de Samos, representan la situación de las más de 31.000 personas que residen, sin posibilidad de salir de las islas, en cinco campamentos en otras tantas islas del Egeo, con capacidad para poco más de 6.000 personas, según cifras oficiales.

Durante los últimos cuatro años, he trabajado en medios y en departamentos de comunicación con el objetivo de crear conciencia sobre la difícil situación de refugiados, solicitantes de asilo y personas afectadas por crisis humanitarias, principalmente en Oriente Próximo y Grecia. Mi trabajo suele implicar entrevistar a personas, escribir sobre los retos a los que se enfrentan y reflejar sus dificultades, con el objetivo de arrojar luz sobre algunas de las principales problemáticas de nuestro tiempo y abogar por un cambio.

Pero hoy, después de casi un año trabajando con Médicos Sin Fronteras en Grecia, siento que me he quedado sin palabras de nuevo.

 

La noche del incendio

Estoy sentada sobre una manta gris dentro de una pequeña tienda de campaña verde en una zona del campo de Vathy en Samos. Este campamento sufrió, a finales de abril, un incendio. El olor a madera quemada y plástico derretido se mezcla con el hedor procedente de la basura que se acumula detrás de la carpa.

Aquí es donde vive, junto a su esposo e hijos, Shaza, una joven siria. Tiene 24 años y sus hijos, ocho y tres años. Ahora, en su noveno mes de embarazo, Shaza espera el tercero.

 

En su noveno mes de embarazo, a Shaza le preocupa tener un lugar seguro para dar a luz. DORA VANGI. MSF

 

La noche del incendio, la familia daba un paseo por la parte alta de la colina antes del romper su ayuno con su primera comida del día, según la tradición del Ramadán, justo después de la puesta de sol. “Gracias a Dios no estábamos allí cuando estalló el fuego –dice–. Estaba tan asustada que no pude dejar de llorar en toda la noche. Lo perdimos todo, el fuego destruyó nuestro único refugio y mis hijos resultaron heridos por trozos de vidrio y plástico que fueron escupidos al aire por las explosiones de gas. Estaban sangrando y yo buscaba ayuda desesperadamente. Fue una noche de caos total”.

Me muestra las cicatrices que su hijo de tres años tiene en las manos. Este no se aparta de su lado ni un solo segundo durante nuestra conversación. Shaza intenta contener las lágrimas.

“Cuando llegué a Samos, hace casi seis meses, estaba completamente conmocionada –continúa Shaza–. Europa era nuestra única esperanza y no me podía imaginar que sería así”.

“Hoy estamos aquí con nuestros hijos, esperando en este limbo y con la esperanza de que alguien nos ofrezca un alojamiento seguro antes de que dé a luz. Pronto tendré otro hijo. Será muy difícil. ¿Qué haré? –me pregunta–. Las condiciones de higiene en este campo están poniendo en peligro nuestra salud. Hay ratas por todas partes, serpientes y escorpiones”.

Hombres, mujeres y niños como Shaza y su familia, que sobreviven en campos infernales en las islas griegas, no descansan a causa de las preocupaciones. Muchas veces no consiguen dormir por las tensiones y peleas. Por el día, tienen que hacer fila durante horas para obtener alimentos que a menudo, como informan nuestros equipos, están caducados y podridos.

 

Desprotegidos en la pandemia

En estos campos, las madres como sus hijos son privados de su infancia, y la vida es una pesadilla cotidiana. Cada cosa, hasta la más simple, es una lucha diaria.

“Mi hijo tiene miedo y no puede dormir. Se despierta en medio de la noche llorando –dice Shaza–. Cuando llegamos por primera vez a este campo, durante los primeros dos meses ni siquiera quería salir de la tienda. No quería jugar con otros niños. Se pasaba todo el día sentado solo en la tienda”.

Su vecina Jasmine se une a nuestra conversación para ayudar a describir cómo lograron que el niño superara sus miedos cocinando sus platos tradicionales sirios favoritos y llevándolo a dar largos paseos por la ciudad. Intentaron hacer que se sintiera seguro, incluso aunque no haya nada que ayude a sentirse seguro en el campo de Vathy, especialmente ahora con la pandemia.

Sabemos con certeza que si el virus llega a los campos en las islas griegas será un desastre, pero las personas atrapadas en ellas no pueden hacer nada para protegerse. “Mi hijo de tres años es asmático –explica Shaza–. Estoy tratando de darles pautas a mis hijos sobre el distanciamiento físico y de cómo deben lavarse las manos, pero es imposible seguir las medidas preventivas en los campos”.

Me he encontrado con refugiados en Turquía, Líbano y Jordania y he visto su sufrimiento. Más de 6,2 millones de personas han huido de sus hogares y viven como desplazadas dentro de Siria. Otros cinco millones viven en condiciones extremas en los países vecinos, como refugiados. Pero las que están aquí no se encuentran en lugares lejanos y no hay millones de ellas. Están en Grecia, en Europa.

Son 31.000 personas que buscan un lugar seguro y un futuro mejor y, en cambio, nosotros, los europeos, los dejamos en campos infernales, declarando una guerra contra su resilencia. Y aun así, ellos siguen intentando sobrevivir.

“Lo que me mantiene fuerte son mis hijos –dice Shaza. No puedo darme el lujo de perder la paciencia ni la esperanza. Tengo que creer que podremos tener una vida mejor y que mis hijos volverán a la escuela. Espero que alguien nos escuche”.

 

La inacción de Europa

La Unión Europea tiene una población de 446 millones de personas y se encuentra entre las economías más avanzadas del mundo. ¿Cómo puede ser tan difícil que actúen con decisión y establezcan un proceso efectivo que garantice el acceso seguro al asilo?

¿Por qué los responsables políticos se demoran tanto en poner fin a las medidas que ponen en peligro la salud de las personas? ¿Por qué, incluso ahora que una pandemia amenaza los campos en las islas, no hay ningún cambio real?

Siento que no tengo palabras para contar lo que está sucediendo en Grecia. Lo menos que puedo hacer es compartir las voces de personas como Shaza y esperar, como hace ella, que alguien finalmente escuche.

 

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