El primer ministro congoleño, Patrice Lumumba, y su homólogo belga, Gaston Eyskens, firman la independencia del Congo el 30 de junio de 1960. GETTY

Sueños rotos en el Congo

Seis décadas después de la emancipación de República Democrática del Congo de Bélgica, uno de los países potencialmente más ricos de Africa aún no ha conseguido alcanzar la paz verdadera.
Marcos Suárez Sipmann
 |  30 de junio de 2020

República Democrática del Congo (RDC) conmemora 60 años de la emancipación de Bélgica. El discurso de Patrice Lumumba contra el racismo del 30 de junio de 1960 marcó la independencia y le convirtió en una figura icónica.

En su discurso el entonces líder del Movimiento Nacional Congoleño afirmó que “hemos conocido la burla, los insultos, los golpes que debíamos padecer mañana, tarde y noche porque éramos negros”. Lo dijo durante la ceremonia oficial que dio lugar al nacimiento del Congo en presencia del rey Balduino, que alababa a su antepasado Leopoldo II como “civilizador”. Pero la realidad es que Leopoldo supo disfrazar de bondad y altruismo la imposición de trabajos forzados y el expolio de materias primas. Cuando la comunidad internacional le cedió el enorme territorio a título personal en la Conferencia de Berlín (1884-85), Leopoldo instauró en su “propiedad privada”, a la que consideraba su coffre fort (caja fuerte), un régimen de terror. Asesinatos, torturas y atrocidades sin fin. En el Congo de ese periodo –inmensamente rico en recursos naturales– la obtención de caucho fue el auténtico maná. Los indígenas eran castigados con mutilaciones si no cumplían las altas cuotas de producción establecidas. Los agentes europeos, que controlaban la región a través de una maraña de empresas, recibían primas a cambio de aumentarla, lo que incidía en la deshumanización con la que trataban a los congoleños.

Las denuncias llevaron a que en 1908 el gobierno belga se hiciera cargo de la administración del territorio. No obstante, el Congo siguió en manos de las mismas empresas concesionarias. Aunque las atrocidades se redujeron, la explotación continuó.

Con estos antecedentes, el Congo fue proclamado república independiente y en las elecciones, Lumumba obtuvo la mayoría, encabezando el primer gobierno del país. A diferencia de otros dirigentes, desechó el elemento tribal como aglutinante nacional y buscó el apoyo de la clase trabajadora. Esa postura le llevó al enfrentamiento con Joseph Mobutu, comandante en jefe de las fuerzas armadas. Así, el Congo se sumió desde el principio en el caos con motines, secesiones e intervenciones de mercenarios, militares belgas y de Naciones Unidas. Lumumba fue derrocado en septiembre de 1960. Sus discretos contactos y peticiones a la URSS en plena guerra fría habían enfurecido a Estados Unidos, que temía perder sus suministros de cobalto.

Lumumba permaneció detenido en su residencia bajo el amparo de soldados de la ONU. En noviembre de consiguió fugarse y refugiarse en Stanleyville (actual Kisangani), donde volvió a ser detenido por leales a Mobutu antes de que pudiera entrar en contacto con sus partidarios. De nuevo encarcelado, su custodia quedó en manos de la policía del líder del movimiento secesionista de la sureña provincia de Katanga, Moïses Tshombe. Y en enero de 1961, seis meses y medio después de su histórico discurso, derrocado, humillado, torturado, el político de 35 años fue ejecutado a 50 kilómetros de Elisabethville (Lubumbashi) por separatistas de Katanga y mercenarios belgas.

Lumumba se convirtió rápidamente en un mártir de la descolonización y en un héroe para los oprimidos de la Tierra. Una visión en exceso idealizada que se debe más a su desdichado final que a sus éxitos políticos con apenas tres meses en el poder.

¿Agente soviético o víctima de la propaganda colonial? La propia URSS mantuvo vivo el mito del Lumumba comunista, dando incluso su nombre a una universidad en Moscú que acogía a estudiantes africanos procedentes de “países hermanos”. Sin embargo, en repetidas ocasiones Lumumba reiteró que no era comunista.

En el paisaje político actual subsiste un pequeño Partido Lumumbista Unificado y algunas personalidades perpetúan su legado, como el exportavoz del presidente Joseph Kabila (2001-2019), Lambert Mende. “Ser lumumbista hoy significa liderar la lucha para que el Congo tenga libertad de escoger a sus socios económicos en función de sus propios intereses”, afirma Mende, al tiempo que denuncia el “neocolonialismo” de los “socios occidentales” de la RDC.

Bélgica reconoció su “responsabilidad moral” en el asesinato a partir de 2001, después de una comisión de investigación parlamentaria. El Parlamento belga estudia ahora poner en marcha otra sobre la colonización del Congo, Ruanda y Burundi.

 

Césares visionarios

Los menores de 20 años representan la mitad de la población del país, de 85 millones de habitantes. La capital Kinshasa (antigua Léopoldville) es la ciudad más poblada de África tras Lagos y El Cairo. La historia de la tragedia de Lumumba es enseñada en todos los centros educativos. Contiene lecciones importantes porque, con sus errores y aciertos, Lumumba fue honesto. En su caída le traicionaron otros padres de la independencia, como su jefe de Estado mayor, Mobutu, que se hizo con el poder en un golpe de Estado en 1965. Arquetipo de dictador africano, en 1971 cambió el nombre del país por el de Zaire y él pasó a llamarse Mobutu Sese Seko (El César).

Con el apoyo de Uganda, Ruanda y Burundi, las tropas de Laurent Kabila declararon oficialmente la guerra a Mobutu a principios de 1997. Hábilmente, Kabila supo utilizar el odio popular hacia el régimen para ganar amplios apoyos. Con la promesa de traer la libertad y la democracia a Zaire, Kabila se autoproclamó presidente de un Gobierno de Transición y rebautizó el país con su antiguo nombre. Kabila accedió al poder generando unas esperanzas de paz que el antiguo Zaire no había conocido desde su lucha por independizarse de Bélgica. Pero al igual que aquella ilusión, las esperanzas puestas en él se desmoronaron de forma abrumadora.

Al tiempo que aumentaban la represión y las persecuciones étnicas, la corrupción volvía a los niveles vividos bajo Mobutu. Kabila colocó en puestos de poder a sus familiares, construyendo en su provincia natal (Katanga) la base de su nepotismo. Había vuelto el prototipo de dictador africano. Pero no duró mucho: Kabila murió tiroteado en 2001, un día antes del 40º aniversario del crimen que costó la vida a Lumumba. Los efectos de aquel crimen se repitieron: una larga sucesión de expolios, guerras y dictaduras.

 

Violencia, depredación y enfermedades

La situación de caos desembocó en una nueva guerra civil. La denominada Primera Guerra del Congo (1996-97) tuvo como objetivo derrocar a Mobutu. Y resultó, si cabe, más cruenta que las anteriores porque, además de las partes congoleñas enfrentadas, se involucraron tropas regulares de media docena de países africanos y varias organizaciones guerrilleras. De hecho, se la considera la “primera contienda mundial africana”.

En la Segunda Guerra del Congo, llamada asimismo Gran Guerra de África o del Coltán, participaron hasta nueve países e innumerables grupos rebeldes armados, aunque se luchó de forma casi exclusiva en RDC. El conflicto se inició en 1998 y terminó formalmente en 2003.

En 2001, tras la muerte de su padre, Joseph Kabila ascendió a la presidencia de RDC. Fue el primer jefe de gobierno del mundo nacido en la década de 1970. Joven e inexperto, Kabila intentó llevar el país a la senda de la paz. Y mal que bien y de forma algo caótica lo condujo hacia las primeras elecciones democráticas en más de 45 años.

A los comicios de 2006 siguieron los de 2011 y 2018, con la violencia siempre presente. ¿El resultado de estas guerras y conflictos? Millones de muertes, mutilaciones y violaciones. Millones de desplazados y refugiados. Hambre y pobreza extrema en una población de hasta 250 etnias –ninguna representa más del 5% del total– con sus respectivas lenguas, cuatro de ellas oficiales.

Potencialmente uno de los países más ricos de la Tierra, RDC ha sufrido la condena del colonialismo, la esclavitud y la corrupción. Su riqueza ha sido y sigue siendo una maldición. En apariencia bendecido con toda clase de minerales, queda siempre en los últimos lugares en el índice de desarrollo humano de Naciones Unidas. El segundo país más extenso del continente es uno de los más pobres del mundo a pesar de sus imponentes reservas de diamantes, oro, petróleo, uranio, cobre y coltán (utilísimo en la telefonía móvil), por citar solo algunas. Y de agua: el río Congo atraviesa la mayor parte del territorio y es el segundo río más caudaloso del planeta. Además de su diversidad biológica.

Hace ya años que los depredadores chinos se han sumado a europeos y estadounidenses. Estos explotadores han fomentado por un lado la división y la conflictividad étnica y, por otro, la corrupción y la avaricia. No puede obviarse, por supuesto, la responsabilidad de las elites africanas, enriquecidas a costa de la miseria de la inmensa mayoría.

A todo este horror hay que añadir las enfermedades. El gigante africano –del tamaño de Europa occidental– sufre los zarpazos de algunas de las enfermedades más peligrosas y letales del mundo. Mientras continúa luchando contra el Covid-19, RDC ha sufrido el segundo peor brote de ébola del continente, que ha asolado el noreste del país durante casi dos años. El anuncio hace unos días del fin del brote no deja al país libre de ébola y sigue la alerta para esta enfermedad vírica de carácter endémico. Al mismo tiempo, RDC sufre el peor brote de sarampión del mundo. Y se han detectado nuevos brotes de cólera y casos de peste bubónica.

 

Paz verdadera

A la rapacidad de los poderosos –extranjeros y locales– le ha convenido destruir, suprimir e impedir cualquier gobierno estable y legítimo. El desarrollo ha sido sofocado y el Estado de Derecho es inexistente. Más del 60% de la población de RDC es analfabeta y por ello la educación es una prioridad. Eso incluye la igualdad de la mujer, acabando con la violencia sexual y el sometimiento conyugal.

En estos momentos conviene, pues, recordar el histórico discurso de Lumumba que marcó la independencia del Congo. En Bélgica y en el conjunto de antiguas potencias coloniales (y neocoloniales). Convendría también no olvidar que África no debe refugiarse en un victimismo que la exonere de cualquier culpa. Al contrario. La historia es compleja y diversa; las simplificaciones y generalizaciones, malas consejeras. Los pueblos africanos, pero sobre todo sus élites, harían bien en recapacitar y asumir su parte de responsabilidad.

Solo de ese modo será posible encarar con garantías los formidables retos un país que nunca ha conocido el significado de una paz verdadera.

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