Vista general del Centro de Comercio Internacional en Guomao, Pekín, China. / GETTY

China y Occidente: la distancia crece

Tras décadas de creciente interdependencia económica entre China y Occidente, hoy el proceso es a la inversa. Los motivos van desde el aumento de las tensiones geopolíticas hasta los riesgos medioambientales. En este escenario Europa debe preguntarse qué puede hacer para mitigar el impacto de la lenta pero constante separación de Pekín.
Alicia García-Herrero
 |  17 de octubre de 2022

El modelo de creciente interdependencia económica entre Occidente y el mundo emergente (especialmente China) se construyó sobre supuestos que ya no se sostienen. Occidente asumió que mantener la producción de alto valor en casa crearía una riqueza que estimularía el crecimiento, y que esta riqueza se compartiría para mantener la prosperidad de la clase media. Sin embargo, mientras que, en general, las multinacionales se han beneficiado de la globalización, la clase media del mundo desarrollado, especialmente en Estados Unidos, ha perdido poder adquisitivo a medida que los puestos de trabajo en el sector manufacturero se trasladaban al extranjero. Además, las bases impositivas del mundo desarrollado se han reducido a medida que las multinacionales se han trasladado a jurisdicciones de baja tributación, alentadas por un cambio hacia cadenas de suministro que crean lagunas en la asignación de beneficios.

La crisis financiera mundial de 2008, que comenzó como una crisis de las hipotecas de alto riesgo en Estados Unidos, demostró claramente que el modelo económico de Occidente era defectuoso y debía ser reparado. Una de las consecuencias imprevistas de la crisis fue el colapso del comercio mundial, que acabó siendo una tendencia estructural. Desde 2008, las cadenas de valor mundiales se han contraído, el comercio de bienes intermedios se ha desacelerado y la inversión extranjera directa (IED) ha disminuido a nivel mundial.

 

¿Por qué disminuye la interdependencia económica?

Los motivos de estos cambios van desde el aumento de las tensiones geopolíticas hasta los riesgos medioambientales. La guerra comercial que el presidente Donald Trump inició contra China en 2018 perjudicó las relaciones entre Estados Unidos y China. Además de los aranceles masivos impuestos a las importaciones estadounidenses procedentes de China, la administración Trump aplicó una serie de medidas para contener el ascenso tecnológico de China.

Esto ha influido claramente en las perspectivas de las multinacionales estadounidenses y europeas. Las empresas de la Unión Europea y el Reino Unido han sopesado cada vez más las ventajas de acceder al mercado chino frente a la percepción de falta de igualdad de trato para los inversores extranjeros y las oportunidades de crecimiento menos atractivas en China en comparación con hace algunos años.

 

«El principal foco de atención de las políticas europeas sobre China ya no es el mercado chino, sino el modo en que China influye en los mercados, las sociedades y los sistemas políticos europeos»

 

Además, tanto la UE como el Reino Unido desconfían de la influencia de China en sus economías, dado el rápido aumento de las adquisiciones chinas de empresas de alto valor añadido e infraestructuras críticas. Tanto la UE como el Reino Unido están más abiertos que otras economías desarrolladas a las adquisiciones chinas (no solo EEUU, sino también Japón y Corea del Sur, y más recientemente Australia, han actuado para limitar el alcance de China en sus economías). Más allá del apetito chino por los activos estratégicos, los responsables políticos europeos están cada vez más preocupados por la influencia de China en los medios de comunicación, la educación y otros sectores. También les preocupa la desinformación e incluso la influencia política. El principal foco de atención de las políticas europeas sobre China ya no es el mercado chino, sino el modo en que China influye en los mercados, las sociedades y los sistemas políticos europeos, directamente y a través de los vecinos de Europa. La espinosa cuestión de que China y Rusia acuerden una “cooperación sin fin” es un buen ejemplo.

Sin embargo, a pesar de la creciente desconfianza de ambas partes, los flujos comerciales entre EEUU (y la UE) y China siguen aumentando. Esto incluye las entradas de IED en China, que se dispararon hasta 2020, pero que han disminuido desde entonces, lo que indica las crecientes dificultades que experimentan las empresas occidentales en China.

 

Mirando al futuro

Las fuerzas centrífugas son más fuertes que las que empujan a aumentar la codependencia. He aquí algunas razones.

China ha impulsado la autosuficiencia desde que el presidente Xi Jinping llegó al poder con la histórica estrategia industrial Made in China 2025 y, más recientemente, con la estrategia de doble circulación. El crecimiento de las importaciones de China ha sido decepcionante durante varios años, especialmente desde el comienzo de la pandemia de COVID-19. Este ha sido el caso, en particular, de las importaciones de productos manufacturados que China produce ahora por sí misma; esto está perjudicando en particular a los exportadores de productos intermedios/manufacturados de gama alta, incluidos Japón, Corea del Sur y Alemania. China también está impulsando sus propias normas para protegerse de la disociación tecnológica. Por último, China también está impulsando el uso del renminbi como moneda internacional, especialmente entre los países afines que buscan alternativas al dólar, sobre todo Rusia.

 

«Europa debe preguntarse qué puede hacer para mitigar el impacto de la lenta pero constante separación de China»

 

En Occidente también existe una creciente desilusión sobre lo que se puede esperar de China como actor responsable en el orden mundial. China está redoblando su modelo económico impulsado por el Estado, con muchos sectores todavía cerrados a la competencia extranjera y una falta de reciprocidad. Los grandes acontecimientos han debilitado aún más la confianza de Occidente en China, como la falta de cooperación durante la pandemia, con una importante interrupción de la cadena de suministro centrada en China, que ha aumentado las presiones inflacionistas. La obstinada aplicación por parte de Pekín de las políticas de cero-COVID-19 ha tenido consecuencias negativas para un mundo que intenta controlar la inflación; China sigue siendo la fábrica del mundo, pero con crecientes dificultades a causa de esas restricciones. Otros motivos de creciente desconfianza son el ambiguo papel de China en relación con la invasión rusa de Ucrania, y el aumento de la beligerancia sobre Taiwán, con ejercicios militares en torno a la isla. Parece muy poco probable –si no imposible– que las relaciones entre China y Occidente vuelvan a su curso anterior de creciente codependencia.

Si este es el camino a seguir, Europa debe preguntarse qué puede hacer para mitigar el impacto de la lenta pero constante separación de China. En primer lugar, Europa debe encontrar socios comerciales alternativos para que su integración en las cadenas de valor mundiales no se resienta. Las economías europeas deben eliminar la posible dependencia excesiva de los insumos estratégicos de China. Esto es especialmente problemático para los insumos necesarios para las transiciones digital y energética. Los episodios en los que China ha tratado de presionar a Australia y Lituania señalan los riesgos de no asegurar otras fuentes para los insumos en las cadenas de suministro.

En segundo lugar, el ascenso de China en terceros mercados en los que operan los exportadores europeos se apoya en un modelo impulsado por el Estado con el que las empresas europeas difícilmente pueden competir, al menos a corto plazo. Europa también tiene que aceptar el apoyo chino a Rusia, al menos en términos de narrativa, si cuestión de narrativa. El impulso de China para construir una influencia global –un “sur global alineado no sólo con China, sino también con Rusia” constituye una amenaza para el orden liberal internacional.

Artículo publicado originalmente en la web de Bruegel.

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