Ciencia, Tecnología e Innovación (CTI) forman un trinomio clave para el desarrollo, aunque se haya insertado con retraso tanto en la agenda de la cooperación internacional como en su financiación.
Con la definición de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) se asistió a un hito importante al incorporarse explícitamente la innovación en el ODS 9, referido éste también a industria e infraestructuras.
Antes de avanzar, es importante reseñar que por innovación entendemos la introducción de un nuevo –o sustancialmente mejorado– producto o proceso productivo y empresarial que tiene efectos económicos y/o sociales, generalmente apreciables en el mercado. Esta definición entronca con la tradición schumpeteriana que ha tenido una gran influencia en la conceptualización y medición del fenómeno y que sitúa a la empresa como principal agente innovador, algo que también incorpora el Manual de Oslo de la OCDE, principal guía metodológica en este ámbito.
La idea fundamental es que la innovación constituye una herramienta poderosa para resolver desafíos sociales, económicos y ambientales, lo que la convierte en un elemento transversal de desarrollo por su función vehicular en el cumplimiento de muchos ODS. Por ejemplo, resultaría difícil imaginarse soluciones a los problemas de salud de la población, el tratamiento de las plagas en las cosechas o la mitigación del cambio climático, sin que opere un cambio en las tecnologías.
No obstante, la innovación se consideró durante mucho tiempo como una cuestión reservada a los países más avanzados y esto explica que tanto las teorías como los marcos analíticos y de medición respondan al cambio tecnológico de economías industrializadas. En las economías en desarrollo, las prioridades se centraban en cubrir las necesidades básicas de la población y, al pensar en difusión de innovaciones se priorizaba por lo general un enfoque de transferencia desde el Norte (países de renta alta) hacia el Sur (países de renta media y baja) con formato de “soluciones empaquetadas” que acababan por aportar mayor rentabilidad al primero de esos bloques.
Sin embargo, se han dado pasos y la aproximación ha ido cambiando. Hoy se reconoce la importancia de la colaboración y no solo de la transferencia, y que sin innovación no es posible subirse en el tren de un desarrollo verdaderamente sostenible e inclusivo. A partir de estas premisas existe consenso acerca de que la innovación se expresa a través de nuevos productos, procesos de producción y soluciones organizativas, que contribuyen también a la solución de problemas estructurales de pobreza, sostenibilidad y exclusión.
La capacidad de los países para generar, adaptar y aplicar conocimiento se convierte así en un factor determinante para hacer frente a los grandes retos que plantea la Agenda 2030. No obstante, los indicadores y las tendencias actuales revelan un panorama muy poco equitativo y bastante desalentador. El hecho es que solo un pequeño grupo de países acapara la mayor parte del gasto en investigación y desarrollo (I+D), así como la producción de patentes y el desarrollo de tecnologías. En un mundo marcado por profundas asimetrías en la generación y uso de conocimiento, la cooperación internacional en CTI se vislumbra pues como un mecanismo crítico para tratar de corregir tales desequilibrios y garantizar una mayor y más equitativa distribución de los beneficios del progreso tecnológico.
Uno de los principales retos para la comunidad internacional es, por tanto, la persistente inequidad internacional en la generación de conocimiento científico y tecnologías. El problema fundamental es que, de no corregirse esas desigualdades internacionales, la revolución tecnológica en curso, al igual que lo hicieron las precedentes, puede ampliar las brechas existentes, dificultando también la transición verde y la transformación digital, lo que lleva a reclamar una acción deliberada en este ámbito.
España, como anfitriona de la Cuarta Conferencia Internacional de Financiación para el Desarrollo, tiene la oportunidad de liderar un nuevo enfoque en cooperación que, basado en la CTI, sea más eficaz al tiempo que genere un mayor impacto en el desarrollo sostenible.
Cambio en la comprensión del problema
Cinco aspectos básicos nos permiten describir cómo la aproximación conceptual ha ido cambiando hasta quedar asentado más adecuadamente el vínculo que une innovación y desarrollo.
Un primer paso fundamental ha sido el cambio de aproximación que trasciende el modelo lineal de innovación, porque no basta con invertir en ciencia para que el desarrollo ocurra automáticamente. Es necesario un ecosistema que articule capacidades, instituciones, empresas y políticas públicas orientadas al fomento de innovaciones que contribuyan al desarrollo.
En segundo lugar, es preciso distinguir entre la innovación en países en desarrollo y la innovación para el desarrollo porque el foco está en resolver desafíos específicos, no solo en replicar modelos industriales y políticas que han funcionado exitosamente en los países desarrollados.
También cabe destacar, en tercer lugar, que frente a innovaciones de frontera o disruptivas, la conocida como innovación inclusiva y frugal es aquella que debe ser asequible, útil y relevante para poblaciones marginadas –algunos ejemplos al respecto son los de M-Pesa en Kenia o la Raspberry Pi Zero. La estrategia pasa por la identificación del problema y la búsqueda de soluciones de bajo coste y alta efectividad.
En cuarto lugar, si bien fue tardía la integración en la cooperación internacional y los organismos responsables de la misma, hoy en día los planteamientos basados en la innovación ocupan un lugar en la agenda del desarrollo, aunque ese lugar debiera asentarse más sobre bases conceptuales sólidas para ganar en eficacia, al tiempo que adoptar más claramente una aproximación bottom-up a partir de la identificación de problemas específicos (en muchos casos se trata de problemas nacionales tales como los que afectan a los sistemas de salud o a la matriz energética).
Finalmente, es más apropiado adoptar el enfoque de construcción de capacidades, que debe ser dominante sobre el centrado exclusivamente en dotación de recursos: aunque estos sean importantes, el problema de la innovación para el desarrollo va más allá de los recursos financieros porque los países necesitan desarrollar la masa crítica necesaria, las capacidades para generar, adaptar y aplicar conocimiento. A tal efecto, es determinante el papel que desempeñe el sector privado, el rol de las universidades, los centros de investigación y tecnológicos, así como contar con unas políticas públicas bien diseñadas. En otras palabras, se trata de priorizar el desarrollo de los sistemas nacionales de innovación.
Estos aspectos básicos determinan que los enfoques de política de CTI se centren, bien en corregir fallos de mercado, o en subsanar fallos sistémicos que impiden el aprendizaje y la innovación –o ambos. Distinguir tales enfoques es crucial para orientar más eficazmente la cooperación internacional.
Desigualdades globales en CTI
La brecha en CTI entre países desarrollados y países en desarrollo –de renta media y baja– no solo ha sido históricamente enorme, sino que sigue siéndolo y no tiene visos de desaparecer. Esa brecha es más notable aún en los países menos avanzados que adolecen del acceso a la financiación necesaria y que carecen de las infraestructuras e instituciones adecuadas, siendo insuficiente además la inversión en capital físico y humano.
La mayoría de los indicadores muestran una notable concentración de actividades conducentes a la generación de conocimientos científicos y tecnológicos y de innovaciones en un número reducido de países, lo que reclama una actuación urgente para evitar que las desigualdades internacionales se perpetúen o sean más profundas.
Esta realidad puede observarse, por ejemplo, al atender a la inversión en I+D que, con una senda de notable crecimiento desde los años noventa del siglo XX, presenta una elevada concentración, puesto que tan solo siete países realizan aproximadamente el 80% de la I+D en el mundo. En cuanto a la generación de tecnologías, solo 10 países aglutinan cerca del 90% de las solicitudes de patentes. Además, el acceso a la educación superior en los países de renta alta alcanza al 80% de la población, siendo incluso superior en las mujeres, mientras que esa proporción es inferior al 10% en los países de renta baja donde las mujeres matriculadas en educación superior son menos del 8%. Estos indicadores referidos a cualificaciones de la población condicionan además el hecho de que los países ricos tengan tres veces más investigadores por habitante que los de renta media.
Las asimetrías también se manifiestan en materia de tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) y digitalización, aunque hay que reconocer que ha habido algunos avances en este ámbito. Un aspecto positivo es que la conectividad presenta signos de convergencia entre los distintos grupos de renta, incluso en países con infradotación de infraestructuras TIC, gracias al crecimiento exponencial de las suscripciones a móviles, más notable en los países de renta media-alta. Por su parte, la aplicación de tecnologías digitales a las finanzas está entre los ámbitos prioritarios en la agenda del desarrollo y, de hecho, la proliferación de dispositivos móviles ha mejorado la inclusión financiera de poblaciones más desfavorecidas como son las de África Subsahariana, la región con la mayor proporción relativa de cuentas financieras móviles.
En todo caso, sigue existiendo una distancia considerable que penaliza a los países en desarrollo en aspectos más cualitativos tales como los protocolos de seguridad en internet, y el hecho de que las brechas en robótica, inteligencia artificial o servicios digitales sigan siendo enormes (véase, para un mayor detalle, el capítulo de Álvarez I. (2025): “La cooperación internacional en ciencia, tecnología e innovación para el desarrollo”, en Elcano Policy Paper pañola en la agenda de financiación del Desarrollo, págs. 179-190).
La cooperación internacional en CTI
A pesar de su reconocida importancia para el desarrollo sostenible, la cooperación internacional en CTI sigue siendo limitada y carece de una financiación adecuada. Según datos del Consejo Económico y Social de Naciones Unidas (ECOSOC), apenas el 1,5% de la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) se destina a CTI, lo que refleja su escasa prioridad en la agenda global. Numerosos países incluyen la CTI en sus estrategias de cooperación, pero lo hacen de forma genérica, sin acompañarla de planes concretos ni de recursos específicos. Las iniciativas existentes, en muchos casos, son poco evaluadas y su impacto resulta limitado, lo que pone de manifiesto la necesidad de reforzar su articulación y seguimiento.
Cabe reseñar, sin embargo, algunos esfuerzos relevantes que buscan fortalecer la cooperación en CTI. A nivel global, el Mecanismo de Facilitación Tecnológica de las Naciones Unidas promueve la creación de alianzas y la difusión de buenas prácticas en innovación para el desarrollo. En paralelo, el Pacto Digital Global, también impulsado por Naciones Unidas, persigue reducir las brechas de acceso digital, establecer principios de gobernanza responsable de los datos y avanzar hacia una inteligencia artificial ética y centrada en las personas. Desde la perspectiva regional, programas como las agendas de ASEAN en Asia y las iniciativas de CAF y BIDLab en América Latina abordan la CTI vinculada a los desafíos específicos del desarrollo en sus respectivas áreas de influencia.
«España se centra en el norte de África, el Sahel y América Latina, y en la agroalimentación, la energía limpia, lo digital y la cooperación multilateral»
La cooperación española ha comenzado a dar pasos significativos. El Plan Director de la Cooperación Española 2024–2027 incorpora explícitamente la CTI entre sus prioridades, orientándose a la promoción de alianzas estratégicas, la innovación agrícola, la digitalización inclusiva y la sostenibilidad. España centra sus esfuerzos principalmente en regiones como el norte de África, el Sahel y América Latina, alineando sus objetivos con los ODS y focalizándose en sectores clave como la agroalimentación, la energía limpia, la transformación digital y la cooperación multilateral.
Pese a los avances, la cooperación internacional en CTI mantiene un carácter fragmentado, con escasa coordinación entre actores y sin un marco de gobernanza claro que permita maximizar su impacto, persistiendo desafíos importantes que limitan la eficacia de las políticas. Entre tales desafíos cabe destacar la dificultad para medir el impacto específico de la cooperación, por ejemplo, en infraestructuras tecnológicas ya que los indicadores disponibles no permiten discernir qué parte de la inversión se destina realmente a este ámbito. De igual manera, la AOD destinada a tecnologías ecológicas sigue siendo reducida y presenta un comportamiento volátil, lo que refleja la necesidad de mayor estabilidad y previsibilidad en la asignación de recursos. España participa en iniciativas de cooperación en CTI que ofrecen modelos valiosos para ser fortalecidos y replicados. Un ejemplo destacado es el Programa Marco de Investigación e Innovación de la Unión Europea, conocido en su última edición como Horizonte Europa (2021-2027) y cuya décima edición está actualmente en fase de preparación. Este programa financia proyectos de investigación de alcance global, de los cuales más del 20% promueven la cooperación internacional mediante la participación de terceros países y aborda retos específicos vinculados al desarrollo. Se abre así una ventana de oportunidad para una mayor participación de los países en desarrollo.
Asimismo, el Programa Iberoamericano de Ciencia y Tecnología para el Desarrollo (CYTED) constituye otro caso de éxito. Conectando a 22 países y beneficiando a aproximadamente 6.000 investigadores al año, CYTED ha demostrado una notable eficacia a pesar de sufrir recortes presupuestarios significativos desde 2012. Su enfoque ascendente, basado en la demanda y gestionado con presupuestos modestos, confirma una alta eficiencia y un potencial considerable para ser ampliado e incluso ser replicado en otros contextos.
En definitiva, la cooperación internacional en CTI constituye un pilar estratégico para afrontar los grandes desafíos del desarrollo sostenible. No obstante, su débil financiación, la dispersión de esfuerzos y la falta de una gobernanza efectiva continúan limitando su verdadero potencial. España, con su experiencia y participación en programas multilaterales, dispone de una base sólida sobre la que puede construir una cooperación más ambiciosa, coordinada y orientada a la generación de impacto.
Cuarta Conferencia Internacional sobre Financiación al Desarrollo
La Cuarta Conferencia sobre Financiación para el Desarrollo, que se celebra en Sevilla en julio de 2025, es una ocasión clave para avanzar en esta agenda.
Es el momento de proponer una visión alternativa de la cooperación en CTI: una que no se limite a la transferencia de tecnología desde el Norte al Sur, sino que reconozca la diversidad de trayectorias, fomente la colaboración entre agentes en la generación de soluciones, y ponga en el centro las necesidades y capacidades locales. Esto implica también repensar los instrumentos de financiación, mejorar los sistemas de evaluación y crear espacios de gobernanza más inclusivos.
Una vía que resulta plausible para atender a problemas locales en sectores críticos de la doble transición, verde y digital, es la del mayor fomento de alianzas público-privadas y su progresiva institucionalización. Adoptar un enfoque basado en soluciones de nicho, adaptadas a sectores estratégicos y con fuerte componente local, puede generar mayor eficiencia y sostenibilidad. España podría impulsar mecanismos que vinculen capacidades propias (por ejemplo, en energías renovables, agroindustria o tecnologías financieras) y las necesidades específicas de los países en materia de CTI. Esta metodología, centrada en la demanda, evitaría esquemas impuestos desde arriba y permitiría aportar respuestas más efectivas.
Otro eje de acción es el de la igualdad de género, que debería ocupar un lugar más central en esta agenda. Las mujeres siguen subrepresentadas en la ciencia y la transformadora, y son especialmente vulnerables a la exclusión digital. Una cooperación en CTI que aspire a ser transformadora debe comprometerse con una acción deliberada para cerrar estas brechas. Este debería ser concebido no solo como un objetivo transversal, sino como un elemento prioritario de la política de desarrollo y la cooperación internacional.
La CTI tiene el poder de acelerar el cumplimiento de los ODS. Para lograrlo, debe dejar de ser un ámbito secundario en la cooperación internacional y ha de convertirse en una herramienta estratégica para la inclusión, la sostenibilidad y la justicia global. España tiene la oportunidad, y también la responsabilidad, de liderar este cambio de paradigma.