Desafíos para la política exterior europea

 |  6 de febrero de 2013

 

Por Pablo Colomer.

La concesión del premio Nobel de la Paz a la Unión Europea en 2012 no solo es un reconocimiento al mérito de un experimento político excepcional que ha logrado, en poco más de medio siglo de vida, llevar paz y prosperidad a un continente desgarrado por luchas intestinas. Supone también un balón de oxígeno que pretende insuflar vida a un proyecto que lleva casi un lustro sufriendo una de las crisis políticas y económicas más graves desde su creación. Desde 2008 –por no remontarnos a la sensación de fracaso tras el fallido proyecto constitucional europeo, después del no de Francia y Holanda en 2005–, Europa sufre un estado de crisis permanente, ensimismada en sus problemas, mientras el mundo avanza furioso.

En cierto sentido, la sensación que deja la concesión del Nobel de la Paz es parecida a la de esos premios a toda una carrera –literaria, cinematográfica–, otorgados casi siempre al final de la misma. “Misión cumplida –parecen decir–: ahora abandone el escenario entre sonrisas y lágrimas, ovacionado, pero no monte una escena, por favor, ni pretenda que este postrero momento de gloria se alargue demasiado”.

La pregunta resulta inevitable: ¿es la Unión Europea una fuerza agotada en el escenario mundial? La respuesta es ambigua. Por un lado, es innegable el peso en razón del PIB, comercio e inversiones, ayuda al desarrollo, etcétera, que la UE tiene en el mundo. La categoría de potencia no se le discute. Pero, como explica Giovanni Grevi, director ad interim de Fride, aunque técnicamente es verdad, se trata de una respuesta estadística a una pregunta política. “Es posible que, como ocurre con una supernova, sin ambiciones renovadas la UE siga brillando después de su fecha de expiración, pero sus motores económicos y su empuje político tal vez se hayan agotado”, explica Grevi.

Estamos ante una potencia reluctante, por numerosas razones. Una de ellas, como señala en este artículo José Ignacio Torreblanca, director de la oficina en Madrid del European Council on Foreign Relations, se encuentra en el código genético de la UE. En un mundo caracterizado por una creciente competición multipolar y por un debilitamiento del multila­teralismo, la UE juega con una mano atada a la espalda, explica Torreblanca. Ya ha sido imperio, ya ha colonizado y descolonizado, luchado fuera y dentro por los recursos y el territorio. Pero además de todos esos condicionantes, la UE también tiene atada la otra mano que teóricamente le queda libre. “Ello se debe a que su diseño institucional, su código genético, la ha predestinado históricamente a mirar hacia dentro, no hacia fuera, en otras palabras, a ser una potencia introvertida, no extrovertida”, afirma Torreblanca.

 

Coherencia y eficacia

La “marca” Europa, basada en la democracia, la paz, la cooperación, el crecimiento sostenible y la solidaridad, sigue siendo atractiva para gran parte del mundo. De hecho, como explica Grevi, el perfil de la Unión no está manchado porque otros lo amenacen o propongan modelos políticos alternativos y más viables. “Lo que mina su credibilidad es, sobre todo, que los europeos no practican lo que predican con la constancia ni la eficacia con las que se habían comprometido a hacerlo, ni en sus países ni en el extranjero”.

No se trata solo de una cuestión de medios, sino de coherencia. Aunque en tiempos de crisis, como apunta Pedro Solbes, presidente de Fride, con presupuestos cada vez más reducidos, los medios importan y es necesario saber cuál es el valor añadido de la política exterior de la UE en el escenario internacional. La Unión debe definir bien sus prioridades e invertir el capital político y económico en el extranjero de manera más selectiva, en lugares donde pueda realmente influir. “La UE puede y debe hacer una contribución que no pueden ofrecer ni los Estados miembros de forma individual ni otros actores mundiales”, sentencia Solbes.

¿En qué escenarios debería concentrarse la UE a lo largo de 2013? En conjunto, la UE tendrá que prestar menos atención a los gobiernos y más a los ciudadanos, tanto en los países vecinos del Este como en los del Mediterráneo y en Asia Central. Respecto a América Latina, la UE debería elaborar una estrategia más sofisticada para esta región tan grande y fragmentada, que permita combinar las asociaciones con Brasil y México y el diálogo con organismos subregionales. En Asia, debería ayudar a disipar las tensiones geopolíticas estableciendo una relación con la Asean, al tiempo que aumenta el nivel de consulta con Estados Unidos para promover la estabilidad regional. Este último socio, EE UU, seguirá siendo clave para intentar avanzar en las cuestiones transversales –cambio climático, promoción de la democracia– y abordar con garantías los retos de seguridad tradicionales –Irán, el Sahel, Afganistán–.

 

Para más información:

Jürgen Habermas, «Hoy, más que nunca, Europa es un proyecto constitucional». Política Exterior 150, noviembre-diciembre 2012.

Fernando Rodrigo, «Libros: Una Europa poderosa pero introvertida y fragmentada». Política Exterior 143, septiembre-octubre 2011.

José Ignacio Torreblanca, «Libros: La genética introvertida de la Unión Europea». Política Exterior 142, julio-agosto 2011.

VV AA, «Desafíos para la política exterior europea en 2013». Fride, enero 2013.

 

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