Grafiti en Venice, California (EEUU). GETTY

Después de la tempestad, ¿qué calma?

Nadie sabe qué aspecto tendrá la calma. Pero nos reconfortamos pensando en ella, confiando en que llegue, tarde o temprano, mientras tratamos de darle forma.
Pablo Colomer
 |  13 de abril de 2020

Con la mitad de la humanidad confinada en sus hogares, 185 países afectados y más de 100.000 muertos registrados, la pandemia del coronavirus sigue reescribiéndonos el futuro. “Nada volverá a ser lo mismo”, repetimos sin descanso en el corazón de la tempestad, aferrados a un futuro inédito porque el presente zozobra, ahogándonos la imaginación. Nadie sabe qué aspecto tendrá la calma. Pero nos reconfortamos pensando en ella, confiando en que llegue, tarde o temprano, mientras tratamos de darle forma. El presente ofrece algunas pistas.

A nadie se le escapa ya la magnitud del terremoto que sufrimos. Según Javi López, sus consecuencias pueden acabar siendo tan relevantes como las que derivarían de una combinación de los atentados del 11-S, la Gran Recesión y la epidemia de ébola. Una enorme prueba: la eficacia en su gestión puede agudizar o frenar el actual proceso de desoccidentalización del mundo. “Pondrá en jaque a la globalización y puede cambiar las coordenadas del sistema global y de las relaciones internacionales”, afirma López.

 

covid19 mapa casosFuente: Center for Systems Science and Engineering, Universidad Johns Hopkins.

 

En este nuevo orden global a cuyo parto asistimos en directo, China tendrá mucho que decir. Origen del nuevo virus, la superpotencia asiática señala el camino al resto del mundo, en lo bueno y en lo malo. Después de una pésima gestión inicial, el régimen puso en pie una cuarentena draconiana que encerró en sus casas a 100 millones de personas en la provincia de Hubei y restringió los movimientos de otros 760 millones en el conjunto del país. Si China se consolida como líder mundial de la lucha contra la pandemia y su economía recobra el pulso, su victoria será indiscutible.

Mientras en China recuperan poco a poco algo remotamente parecido a la normalidad, Estados Unidos se prepara para “su Pearl Harbor”, en palabras de Donald Trump, quien hasta hace no mucho despreciaba el peligro del coronavirus. Un bandazo más. No parece recomendable, por otro lado, evocar el mayor fiasco de inteligencia en la historia del país, “una fecha que vivirá en la infamia”, pues pasada la épica, quizá a alguien se le ocurra pedir cuentas por los sacrificios exigidos. En tal caso, pocos saldrán indemnes, pues el fracaso en contener el virus no es monopolio de Trump. De acuerdo con Jorge Tamames, es un reflejo de las limitaciones de un modelo social, económico y político al que el Covid-19 ha desguazado sin consideración.

Otros países salen, por el contrario, reforzados. El caso más notable es el de Corea del Sur. Su capacidad para realizar un gran volumen de pruebas es la punta del iceberg de su éxito, como explican Tamames y Junhyoung Lee: debajo hay una estrategia que responde a dinámicas sociales, políticas e institucionales desarrolladas durante años. Y todo ello bajo el paraguas de una democracia liberal. La excepción que confirma la regla, replican desde Rusia, cuyos dirigentes interpretan que la pandemia valida su visión del mundo. Según nos cuenta Dmitri Trenin, Vladímir Putin se frota las manos ante el espectáculo de una globalización cuestionada, una comunidad internacional dividida y un orden liberal en retroceso.

 

LISBON CENTENOMario Centeno, tras la reunión del Eurogrupo del 9 de abril. CONSILIUM

 

Con sus cumbres agónicas e irresolutas, sus divisiones sangrantes y la insolidaridad siempre a mano, los europeos parecen esforzarse en darle la razón a Putin. Convertidos en el epicentro de la pandemia, los líderes de la Unión Europea tienen motivos de sobra para actuar con rotundidad y coordinación, no solo en el plano sanitario. La economía alemana sufrirá una contracción del 4,2% en 2020, con una caída en el segundo trimestre del 9,8%, la más profunda de toda la serie histórica. La economía francesa, por su parte, ha retrocedido un 6% durante el primer trimestre del año, el peor registro desde la Segunda Guerra Mundial. Hemos preguntado a los expertos qué reformas son necesarias en la zona euro que hagan viable un Plan Marshall para el continente.

Otro de los mantras repetidos estos días es que de esta “saldremos más fuertes”. No está claro. De las calamidades nadie sale indemne, los que salen. Algunas tendencias apuntan a que podríamos salir más vigilados y más reprimidos, menos libres. Sirva el ejemplo de Hungría, donde Viktor Orbán ha aprovechado la crisis del coronavirus para dar una vuelta de tuerca a su “revolución iliberal”, como nos cuenta Carlos Carnicero. Andrea Renda se pregunta si este periodo de emergencia llevará a que algunos países europeos establezcan regímenes de vigilancia masiva. “El riesgo es real, pese a todas las salvaguardias constitucionales que existen en Europa en defensa de nuestras sociedades democráticas”. Y Luis Esteban G. Manrique ahonda en el dilema entre seguridad y libertad señalando que, una vez que se comienza a rastrear a las personas por razones de salud, ¿qué impide que se haga por razones políticas o convicciones religiosas? “La tecnología es siempre ambivalente, pero cuando se utiliza para vigilar está casi siempre al servicio del poder”.

Y sin embargo, en manos de la ciencia y la tecnología estamos. La carrera por encontrar una vacuna –que inicial e inevitablemente será escasa– ya ha comenzado. Quien la gane logrará una gran ventaja económica y geopolítica, además de moral y propagandística. Será entonces cuando comience a remitir la tempestad. El 12 de abril de 1955, el doctor Thomas Francis anunció en el auditorio de la Universidad de Michigan, ante una multitud de colegas y periodistas, que las pruebas de la vacuna contra la polio descubierta dos años antes por un antiguo pupilo suyo, Jonas Salk, habían sido un éxito. “Segura, efectiva y potente”, fueron sus palabras. EEUU estalló de júbilo: las sirenas de las fábricas sonaron y las campanas de las iglesias repicaron al unísono, mientras la gente se echaba a las calles para abrazarse.

En esta ocasión, volveremos a salir a la calle, sin duda, pero los abrazos tal vez estén desaconsejados. A partir de ahí, la calma frágil, titubeante, de los mundos nuevos por descubrir.

 

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