racismo
La gente levanta la mano mientras mientras participa en un memorial improvisado en honor a George Floyd, el 4 de junio de 2020 en Minneapolis, Minnesota. GETTY

El color del poder: la pandemia del racismo

El mundo aún tiene pendiente abordar la herencia del esclavismo y encontrar formas de reparar sus agravios.
Luis Esteban G. Manrique
 |  10 de julio de 2021

“La raza es todo: literatura, ciencia, arte… la civilización entera depende de ella”.
Robert Knox, The Races of Man (1850)

 

Cuando en mayo de 2020 un policía, Derek Chauvin, se arrodilló sobre el cuello de George Floyd hasta asfixiarlo en una calle de Minneapolis, en Estados Unidos, nadie podía haber imaginado que ese crimen –por el que Chauvin ha sido condenado a 22 años y medio de cárcel– iba a desatar las mayores protestas por los derechos civiles en la historia del país. En medio de la pandemia, se registraron 7.750 protestas en todos los Estados de EEUU. En las semanas posteriores, estas se reprodujeron en Brasil, Francia, Japón y Nueva Zelandia, entre muchos otros países. Las reverberaciones globales del movimiento han movido al Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas a publicar un informe que urge a la comunidad internacional adoptar “una agenda transformativa” para luchar contra el “racismo estructural”.

En 2013, Patrisse Cullors, Alicia Garza y Opal Tometi fundaron el movimiento Black Lives Matter (BLM) en Florida, después del asesinato de un adolescente negro, Trayvon Martin. Desde entonces, han seguido los pasos de Martin Luther King y Malcom X, que vincularon sus luchas en EEUU con las de movimientos similares en África, Asia, América Latina y el Caribe. En los años sesenta, para mostrar su solidaridad con la descolonización africana, Maya Angelou, W. E. B. Du Bois y Julian Mayfield se fueron a vivir a la Ghana de Kwame Nkrumah.

En 1964, Malcom X recorrió África occidental seis meses durante su peregrinación a La Meca. En 1959, King visitó la India de Nehru. La National Association for Advancement of Colored People, una de las principales organizaciones afroamericanas, tuvo un papel de primer orden en la campaña contra el apartheid en Suráfrica, antecedente directo de BLM, que en 2014 tenía ya filiales en Toronto, Tokio, Ámsterdam, Berlín, Londres y París.

 

Racismo sistémico

Tras analizar muertes causadas por policías en 60 países con distintos sistemas legales, el informe del Consejo de DDHH de la ONU encuentra el mismo patrón: un “desproporcionado y alarmante” número de víctimas de color e impunidad de los responsables de los abusos. En muchos casos, las víctimas no representaban una amenaza que justificara la violencia porque primó la “presunción de culpabilidad” que pesa sobre los miembros de minorías étnicas.

En su presentación en Ginebra, Michelle Bachelet, alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, dijo que el “racismo sistemático” no era ajeno a la muerte de Floyd y de otras muchas vidas “perdidas o irreparablemente dañadas” por la discriminación racial y la brutalidad policial. “Los problemas estructurales requieren soluciones estructurales”, subrayó Bachelet, añadiendo que hasta que no se aborde la herencia del esclavismo y se encuentren formas de reparar sus agravios, el sacrificio de Floyd habrá sido en vano. Las reparaciones, según la ONU, no deben ser solo financieras o económicas y deben incluir la restitución de patrimonio cultural y artístico, reformas educativas, disculpas, leyes de memoria y “garantías” contra eventuales nuevas injusticias.

Bachelet insistió en la importancia de “desacreditar falsas narrativas” basadas en mitificaciones racistas o pseudocientíficas, hoy muy populares en EEUU, que en los próximos 50 años será el primer gran país desarrollado que no tendrá ningún grupo racial, étnico o religioso mayoritario. Según la Brookings Institution, en la última década quienes se consideran latinos o hispanos, asiáticos, afros, nativoamericanos o pertenecientes a dos o más grupos raciales han aumentado hasta representar el 53% del total. En ese mismo lapso, la población blanca creció solo un 1%.

 

Obsesiones raciales

La controversia sobre la llamada teoría crítica de la raza, que sostiene que la historia y la sociedad de EEUU son incomprensibles sin el racismo institucionalizado, refleja una vieja obsesión de un país que perdió más vidas en su guerra de Secesión contra la confederación esclavista sureña que en cualquiera de sus conflictos exteriores.

Aunque la ciencia asegure que la raza es una invención social y no un hecho biológico, el racismo es real. Según Kendall Thomas, editor de Critical Race Theory (1996), su tesis central es que la desigualdad racial está incrustada en las estructuras sociales del país. Desde la muerte de Floyd, la teoría ha sido integrada por distintas universidades y colegios a sus programas de estudios.

En Fox News, que la mencionó por primera vez en 2012, las denuncias contra la teoría son cotidianas. En septiembre de 2020, Donald Trump firmó un decreto ejecutivo que prohibió a las agencias e instituciones federales divulgar tesis que sostengan que EEUU es un país “inherentemente racista”. En los últimos meses, Tennessee, Oklahoma, Iowa y Texas han aprobado leyes que prohíben enseñar en escuelas y universidades públicas teorías que generen sentimientos de “angustia, ansiedad, culpa” y otras formas de estrés psicológico por razones de pertenencia a un “género, raza, clase social o afiliación política”.

Las leyes de Iowa y Idaho vetan “discursos divisivos”. En Alemania, esas limitaciones equivaldrían a ilegalizar la enseñanza del Holocausto por su capacidad para crear sentimientos de culpa entre los jóvenes. En su Pedagogía de la desmemoria (2019), el argentino Marcelo Valko sostiene que el miedo a recordar lleva al poder a “colectivizar la amnesia”: necesita olvidar sus responsabilidades, su fingida ignorancia.

 

El peso del pasado

En Canadá, el 5% de la población (1,7 millones de personas) pertenece a uno de los 634 pueblos originarios, la mayor parte concentrados en Ontario y la Columbia Británica. A finales de mayo, la comunidad Tk’emlups té Secwepemc dijo haber descubierto los restos de 215 niños en terrenos de un internado católico que existió entre 1890 y 1969 cerca de Kamloops, en la Columbia Británica. Por encargo del gobierno de Ottawa, la orden religiosa que lo administraba sacaba a niños de sus comunidades tribales para alejarlos de sus culturas y lengua originales y así “integrarlos” en la sociedad canadiense.

En total, se han encontrado un millar de tumbas NN (sin identidad) en cuatro colegios católicos en la Columbia Británica, Manitoba y Saskatchewan. Según el informe final de 2015 de una comisión de la verdad, más de 4.000 de los 150.000 estudiantes que pasaron por sus internados murieron por causas diversas. Sus familiares nunca supieron qué les pasó en lo que la Federación de Naciones Aborígenes describe como “campos de concentración” donde los niños eran sometidos a castigos, violaciones, abusos y torturas.

En 2008, el gobierno presentó una disculpa formal a los supervivientes como parte de un acuerdo de compensación por valor de 1.900 millones de dólares canadienses. El Parlamento de Ottawa ha incorporado ahora la declaración de los derechos de los pueblos indígenas de la ONU a la legislación nacional.

 

«Billig diferenció tres formas de genocidio: por supresión de la capacidad para procrear, deportación y exterminio. En 1971, Villas Bôas añadió las formas de exclusión que buscan eliminar culturas para homogeneizar una nación»

 

En L’Allemagne et le génocide (1950), Joseph Billig diferenció tres formas de genocidio: por supresión de la capacidad para procrear, deportación y exterminio. En 1971, el brasileño Orlando Villas Bôas añadió las formas de exclusión que buscan eliminar culturas para homogeneizar una nación. En 1900 había en Brasil 230 grupos étnicos y lingüísticos. En 1986, solo 143. En ese lapso desaparecieron 87 grupos tribales: personas, aldeas, modos de vida, lenguas…

Entre 1904 y 1908, en lo que es hoy Namibia, el gobierno colonial alemán ordenó exterminar a los herero y nama, unos 80.000 hombres , mujeres y niños que fueron asesinados o abandonados a su suerte en el desierto de Omaheke. En los campos de Swakopmund y Lüderitz, varios miles de ellos fueron sometidos a experimentos médicos por Eugen Fischer, años después un prominente eugenista nazi.

El pasado mayo, 113 años después, Alemania reconoció el genocidio. El ministro de Exteriores, Heiko Maas, pidió perdón a los descendientes de las víctimas y ofreció como un “gesto” de reparación 1.350 millones de dólares para proyectos de desarrollo en el país africano.

 

Una larga sombra

La tarea más difícil de las que plantea Bachelet quizá sea la de desmontar las narrativas racistas, un imago mundi que cada nueva generación reelabora, internaliza, institucionaliza y transmite a las siguientes generaciones.

En Primitive Society (1877), Lewis Morgan, el llamado padre de la antropología moderna, sostuvo que los pueblos parten del salvajismo para llegar al grado superior que ocupa la civilización occidental. En 1924, Bertrand Russell sostuvo que los gobiernos debían tener el derecho de esterilizar a quienes no debían reproducirse, según las normas eugenésicas del biólogo Francis Galton, primo de Charles Darwin.

En 1905, el líder revolucionario chino Wang Jingwei escribió que un “Estado uniracial” era más poderoso que uno integrado por múltiples razas. En 2016, una encuesta en India encontró que el 40% de los miembros de castas altas defendían leyes civiles que prohíban matrimonios entre personas de castas distintas.

La religión, la biología, la ciencia, la filosofía… Todo puede servir para justificar la discriminación. En Los orígenes del totalitarismo (1951), Hannah Arendt señaló que el imperialismo necesitaba del racismo como excusa para sus actos. Muchos europeos creían incluso que su hegemonía militar se debía a su superioridad intelectual y hasta biológica. La sombra de estas ideas es alargada. En 2007, el presidente francés, Nicolas Sarkozy, dijo que la “tragedia de África” se debía a que no había “entrado por completo en la historia” al carecer de “la idea de progreso”.

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