Juncker, durante el debate del Estado de la Unión. PARLAMENTO EUROPEO

El enigma del verdadero plan Juncker

Carlos Carnicero Urabayen
 |  14 de septiembre de 2017

Podría haber sido un entierro. Una reunión de impotentes europeístas deprimidos. Lejos de las catástrofes que un día pensamos que podrían llevarse por delante la Unión Europea en este 2017, el debate del Estado de la Unión ha sido un ejercicio de comedido optimismo. Sin fuegos artificiales –el debate sigue siendo tedioso para el ciudadano ajeno a la burbuja europea– pero con un presidente de la Comisión al frente que ha revelado por fin sus planes. Jean-Claude Juncker quiere una Europa más unida, más democrática y más federal tras el Brexit. Se acabaron las dudas: el camino de la UE es el de siempre, avanzar a golpe de crisis. La duda es conocida: ¿le seguirán los líderes de los Estados miembros?

Tras caminar junto al abismo, Europa camina con el “viento sobre sus velas”. Así lo llama Juncker. No exagera. Tras los terremotos del referéndum del Brexit y la elección de Donald Trump en 2016, este año traería las anunciadas réplicas europeas: la victoria del xenófobo Geert Wilders en los Países Bajos, la elección de Marine Le Pen en Francia y la incontrolada ola de la extrema derecha en las elecciones alemanas del 24 de este mes. Nada de eso ha sucedido. Ni va a suceder. Hace un año, en este mismo discurso, Juncker reconoció que estaba en juego la existencia misma de la UE. Otros tiempos no tan lejanos.

Como un reflejo de las victorias del europeísmo en este año electoral, los ruidosos grupos parlamentarios euroescépticos están de capa caída. La derrotada Le Pen –que lideraba el más radical de ellos en la Eurocámara– se ha marchado al Parlamento francés. Nigel Farage ha tenido su minuto de gloria, pero cada vez da más risa y menos miedo. Fraccionados y envueltos en escándalos de corrupción. Antes temíamos que en las elecciones europeas de 2019 doblaran sus escaños en el Parlamento. De nuevo: otros tiempos.

El mensaje ciudadano, alejado del apocalipsis, ha sido claro, como resume el líder liberal Guy Verforstadt: reformar Europa y no destruirla. Para ello Juncker presentó en marzo su libro blanco, con cinco escenarios posibles para el futuro de la UE a 27, es decir, la Unión que nacerá tras la salida británica el 31 de marzo de 2019. Tras meses especulando sobre el camino variable y a la carta, con repliegue incluido, al que la UE parecía destinada tras su peor crisis, Juncker apuesta por la receta de siempre: más Unión Europea, más integración y más camino lento, eterno, incierto, pero camino al fin y al cabo, para una Europa federal.

 

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Las ideas son conocidas, pero llevan años marginadas por los temores de la Unión de ser aniquilada por los populistas. Que el presidente de la Comisión y del Consejo Europeo sean la misma figura; que se ponga en marcha una lista transnacional para elegir diputados en las elecciones al Parlamento Europeo de 2019; crear un ministro de Economía y Finanzas europeo que sea también el comisario económico. Que los países que todavía no han adoptado el euro, lo hagan cuanto antes y que los que todavía no forman parte de Schengen se incorporen también. En resumen: una Europa más homogénea y más integrada, al alcance de la mano sin modificar los tratados y adentrarse en la ruleta de los referéndums.

El paso adelante que propone Juncker se debe en gran medida a su vocación de evitar otros Brexit futuros en el Este. La idea de fomentar una Unión Europea de varias velocidades, con varios núcleos de integración a la carta (euro, defensa, Schengen…) genera rechazo sobre todo en los países del Este que ya se consideraron países de segunda en el pasado y ahora aspiran a ser miembros al mismo nivel que los seis países fundadores.

Quedémonos con esta frase de Juncker: “Del Este al Oeste, Europa debe respirar con ambos pulmones. De otro modo, a nuestro continente le faltará aire”. El presidente de la Comisión considera que poner en pie de igualdad a los países del Este y el Oeste con una Unión más homogénea y más integrada es el mejor camino para frenar la rebelión populista que los gobiernos húngaro y polaco llevan meses ejerciendo contra la UE y el Estado de Derecho. El entorno de Juncker reconoce que este asunto, en especial el caso de Polonia, cuyo gobierno no pertenece a ninguna de las grandes familias políticas europeas, le quita de verdad el sueño al presidente.

Tomemos nota también de una fecha: 31 de marzo de 2019. Ese día expira el plazo de dos años para negociar el Brexit y Reino Unido dejará de ser miembro del club. Juncker ha anunciado una cumbre en la ciudad rumana de Sibiu para que los 27 Estados aprueben por unanimidad las ambiciosas medidas del verdadero plan Juncker: no ser recordado por el Brexit sino por el impulso integrador que propició la salida británica.

Las dudas son evidentes: ¿será el previsible cuarto mandato de Angela Merkel –si es elegida este mes– el momento en que la canciller tejerá su legado europeo cediendo espacios de integración en las áreas económicas que con tanto a celo ha negado hasta ahora? ¿Será el tándem con el europeísta Emmanuel Macron de verdad una oportunidad para que el eje franco alemán tire del resto? ¿Está el gobierno polaco –en estos momentos bajo supervisión europea por vulnerar el Estado de Derecho– en condiciones de sumarse a este relanzamiento? ¿Y los Estados mercantilistas como el holandés? Llámenle loco a Juncker por su ambición, pero, ¿no queríamos una Comisión que impulsara la integración? Retomemos el tema en 16 meses.

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