Vista de la Torre Eiffel desde la Plaza del Trocadero, desierta, debido a la pandemia de coronavirus (París, 21 de marzo). GETTY

El eterno renacimiento de las ciudades

Los expertos anticipan un renacer de la vida suburbana y rural frente a las incomodidades de la nueva normalidad: distanciamiento, mascarillas, ausencia de espectáculos o transporte público restringido, y gracias a Zoom y Skype.
Luis Esteban G. Manrique
 |  19 de junio de 2020

Stadtlu macht frei (El aire de la ciudad te hace libre).
Proverbio medieval germánico.

 

En los últimos 30 años, desde Tokio a Vancouver, las grandes urbes globales desarrolladas tuvieron una era de esplendor. En 2016, un 20% de la humanidad vivía en ciudades de un millón de habitantes o más. Las 300 mayores áreas metropolitanas actuales generan la mitad del PIB mundial y el 70% de su crecimiento. Nueva York, con una economía de 1,8 billones de dólares, es de lejos la más rica, densamente poblada, diversa y cosmopolita. No es casual que haya sido también una de las más golpeadas por la pandemia –con 21.000 muertes en tres meses, ocho veces más de las que provocaron los atentados del 11-S–, junto a Milán, París, Madrid y Londres. Repentinamente, todas ellas se sintieron más vulnerables de lo que podían haber imaginado en los peores escenarios. Wuhan, el epicentro original, con sus 11 millones, es una de las ciudades más pobladas de China.

Pese a tener solo el 3% de la población de Estados Unidos, Nueva York ha concentrado el 19% de las muertes atribuidas al coronavirus, y París y la región de Île-de-France, el 25% de las que se produjeron en Francia. De un día para otro, sus grandes avenidas se vieron vacías y silenciosas. Las horas punta, un hecho inmutable en la rutina cotidiana de millones de personas, desaparecieron. The Big Apple, la ciudad que nunca duerme, entró en un virtual coma inducido. Si se produce una segunda oleada epidémica en otoño, los más pesimistas creen que podría quedar herida de muerte.

Ante las incomodidades de la nueva normalidad –distanciamiento, mascarillas, ausencia de espectáculos, transporte público restringido, tecnologías intrusivas…– muchos expertos y urbanistas anticipan un renacimiento de la vida suburbana y rural gracias a Zoom y Skype. Jes Staley, CEO de Barclays, cree que poner a 7.000 personas en el mismo edificio ya no tiene sentido. No al menos el que tenía en 2019. Según una encuesta de la consultora inmobiliaria Redfin, más de la mitad de quienes han comenzado a trabajar desde casa en EEUU están dispuestos a mudarse fuera de las ciudades en las que viven si se les ofrece la posibilidad. Según un sondeo de Deloitte, en Londres la mitad de las constructoras están pensando reducir sus proyectos ante una previsible caída del 20-30%  de las tasas de ocupación de oficinas.

 

Obituarios prematuros

Desde sus orígenes, las ciudades han demostrado tener –y nutrir– tejidos sociales especialmente resistentes. Atenas, Alejandría y Roma, entre otras muchas urbes, han sobrevivido a siglos de plagas y saqueos. La población de la ciudad eterna cayó tanto tras el fin del imperio de Occidente que en el Foro llegaron a pastar ovejas. Hoy Roma alberga más habitantes que nunca antes en su historia.

El aire de libertad que se respira en la ciudad, como rezaba un dicho germánico medieval, nunca ha perdido su poder de intoxicación. En 1940, durante los largos meses del Blitz, barrios enteros de Londres fueron arrasados por los bombardeos de la Luftwaffe. La vida, sin embargo, siguió su curso normal, como también lo hizo la de Dresde, donde entre el 13 y el 15 de febrero de 1945 murieron tantos hombres, mujeres y niños como en Londres en toda la guerra. El alcoholismo y los suicidios disminuyeron entre los londinenses porque la crisis, como señala Rutger Bregman en Humankind (2020), no sacó lo peor sino lo mejor de cada cual.

Las ciudades individuales pueden caer –y hasta desvanecerse como las ciudades invisibles de Italo Calvino–, pero suelen resurgir de sus cenizas. A Nagasaki solo le tomó 20 años recuperar la población que tenía antes del bombardeo atómico de 1945. Desde que comenzó el siglo, varias grandes ciudades han superado crisis financieras y ataques terroristas. En 2001, la zona que circundaba el antiguo World Trade Center perdió el 30% de su densidad demográfica. Desde entonces, su población se ha duplicado. No es casual. Los clusters tecnológicos como los de Silicon Valley o Taipéi, o financieros como los de Nueva York, Londres o Hong Kong, no existen porque sea barato –o fácil– vivir en ellos, sino por su abundante talento, lo que facilita los flujos de ideas y explica que su productividad sea un 50% mayor que en las zonas rurales de sus países.

En 2017, Nueva York tenia una expectativa de vida 2,5 años mayor que la del resto de EEUU. Singapur (con 5,6 millones de habitantes), Tokio (9,3), Seúl (9,8), Hong Kong (7,5) han tenido bastantes menos muertes por la pandemia que las grandes ciudades europeas.

 

Heridas profundas

Las ciudades, según Calvino, son lugares de comercio y trueque, pero no solo de mercancías, sino también de palabras, deseos y recuerdos con los que se definen a sí mismas, “aunque el hilo de su discurrir sea secreto”. El valor añadido de la vida urbana tiende a generar círculos virtuosos. Una base tributaria amplia permite a los gobiernos municipales recaudar fondos con los que financiar servicios públicos, instituciones culturales y zonas verdes, que a su vez atraen a jóvenes en busca de oportunidades.

Pero las heridas de la pandemia van a marcar un punto de inflexión. Según una reciente encuesta de YouGov en Reino Unido, Bulgaria, India, Nigeria y Polonia, un 90% quiere que mejore la calidad del aire de sus ciudades y el 80% que las calles se reacondicionen para peatones y bicicletas. Milán, donde los Alpes circundantes atrapan la polución, no va a aceptar un regreso al pasado.

Según la European Environment Agency, las ciudades lombardas tienen las concentraciones de partículas contaminantes más altas de Europa, lo que explica que en Milán la tasa de mortalidad por el coronavirus, que provoca neumonía y otras afecciones respiratorias, haya duplicado la de las demás ciudades italianas. De los 27.000 fallecimientos en Italia, la mitad se produjeron en Lombardía. La Organización Mundial de la Salud estima que unos siete millones de personas mueren anualmente por enfermedades asociadas a la contaminación del aire, muy por encima de las que fallecen por accidentes de tráfico o diabetes.

La pandemia ha permitido una perspectiva inédita. Siete ciudades globales, entre ellas Nueva Delhi, São Paulo y Nueva York, registraron caídas de entre el 25% y el 60% de las micropartículas contaminantes conocidas como PM2.5, asociadas con enfermedades cardiovasculares y cáncer.

 

El gran escape

En 1918, en medio de la pandemia de influenza, Manhattan tenía 2,5 millones de habitantes. En 1970, solo 1,5 millones. Ahora podría producirse un fenómeno de descongestión similar. Al principio de la cuarentena, 200.000 parisinos abandonaron la capital rumbo a segundas residencias. Y hace años que los parisinos venían desertando de su ciudad, hartos de departamentos pequeños y caros. Nueva York, por su parte, ha perdido unos 900.000 empleos, muchos más que tras el crack de 1929 o de los ataques del 11-S. En Reino Unido, la búsqueda online de viviendas en zonas rurales ha aumentado un 126% desde marzo.

En Manhattan, donde una alquiler medio en enero rondaba los 4.200 dólares mensuales, muchos de los 420.000 residentes que dejaron la isla probablemente no regresen. A escala nacional, el número de personas que vive en condiciones de hacinamiento (más de una persona por habitación, excluyendo los baños) es del 2%, frente al 5,4% de Manhattan o el 10,3% de Brooklyn. En los años setenta, durante su mayor crisis fiscal, la ciudad perdió 800.000 residentes.

Según una encuesta de Belles Demeures y Daniel Féau, en París un 30% de los potenciales compradores de viviendas de entre 500.000 y 1,5 millones de euros tiene como prioridad contar con jardines. Un piso de dos dormitorios en el distrito X cuesta hoy –aunque previsiblemente no por mucho tiempo más– casi lo mismo que un pequeño palacete rural. Los ataques terroristas de 2015, las protestas de los chalecos amarillos, las huelgas y la ola de calor del verano pasado han hecho más intensa que nunca la tentación de abandonar la metrópolis, sobre todo para matrimonios con niños pequeños, para los que la atracción de las actividades culturales, cines, restaurantes y vida nocturna ya no es tan subyugante como antes.

En San Francisco los alquileres cayeron un 10% en mayo, después de que los gigantes tecnológicos de Silicon Valley anunciaran que permitirían a sus empleados trabajar desde su casas por tiempo indefinido. En el primer trimestre las ventas de Amazon, ya el mayor empleador de EEUU, aumentaron más de un 25%.

 

Las ciudades se reinventan

Desde Bogotá a Berlín, pasando por ciudad de México, Auckland y Londres, se están creando o ampliando ciclovías a marchas forzadas. Milán ha trazado las suyas a lo largo de las líneas del metro para crear una alternativa con el mismo itinerario. La milanesa Corso Buenos Aires tiene ahora dos ciclovías que se extienden a lo largo de 10 kilómetros, las primeras de un amplio plan urbano –Strada Aperta– que tenderá 30 kilómetros de paseos peatonales y para bicicletas este verano.

En años recientes, París ya había añadido casi un millar de kilómetros de vías ciclistas protegidas a lo largo del Sena. Ahora su alcaldesa, Anne Hidalgo, ha aprovechado la pandemia para añadir 50 kilómetros más. La Rue de Rivoli ya está reservada exclusivamente para bicicletas, autobuses y taxis. En paralelo, Hidalgo ha prometido convertir París en la ciudad de los “15 minutos”: el tiempo máximo que sus residentes necesitarán para acceder –caminando o en bicicleta– a sus empleos y servicios esenciales. Ámsterdam y Venecia sienten haber recuperado su calidad de vida con el paréntesis de turismo masificado. Barrios enteros en Ámsterdam han prohibido ahora alquileres de pisos para turistas como los que ofrece Airbnb.

Los cielos despejados y las calles silenciosas pueden lograrse con una insólita rapidez. Según un sondeo global de Accenture, el 49% de sus clientes que nunca habían trabajado desde casa planea hacerlo ahora con más frecuencia. En 2012, la US Patents & Trademark Office permitió a sus empleados trabajar desde donde quisieran. Según un estudio de Harvard Business School, quienes lo hicieron aumentaron su productividad un 4,4%. Facebook espera que la mitad de sus empleados trabaje en casa al menos en los próximos cinco años. Twitter, prácticamente todos. Nationwide Insurance ha encontrado tan rentable la experiencia que va a cerrar seis de sus oficinas.

Lo más probable, por ello, es que el ritmo de vida de las grandes ciudades se ralentice, lo que tendrá un importante impacto medioambiental. Diversas previsiones apuntan a que este año las emisiones globales de gases de carbono se reducirán un 8%, siete veces más que durante la crisis financiera de 2008. Según la Agencia Internacional de la Energía, el consumo energético caerá un 6% a escala mundial –el equivalente al consumo anual de India–, el mayor descenso desde la Gran Depresión de los años treinta, con lo que unas 2.600 millones de toneladas métricas de dióxido de carbono no llegarán a la atmósfera.

Rystad Energy calcula que en la recesión de 2009 la demanda media global de petróleo bajó unos 1,3 millones de barriles diarios (mbd) en relación a 2008. En 2020, esa cifra será de 10 mbd menos que en 2019.

 

Grandes remedios para grandes males

En el mundo occidental, duplicar los niveles de calidad de vida requirió 500 años entre los siglos XIV y XVIII, pero un centenar de años a lo largo del XIX. Volverla a duplicar solo requirió 28 años entre 1929 y 1957, y 37 entre 1957 y 1988.

Ahora es más difícil, pero no imposible. Al principio de la pandemia, el Centro Coreano de Control y Prevención de Enfermedades necesitó entre cinco y seis días para rastrear y ubicar los primeros casos positivos que se detectaron en una iglesia del culto Shincheonji. Utilizando sus nuevos sistemas de rastreo con aplicaciones móviles, lo puede hacer ahora en 10 o 20 minutos y en un día trazar el itinerario de unas 40 personas que hayan podido estar en contacto con ellos.

Pero nada de ello saldrá barato, y menos ahora, cuando el aumento del desempleo va a reducir la recaudación tributaria. El gran riesgo es que las ciudades entren en un espiral de recortes presupuestarios, servicios deteriorados, crimen al alza y clases medias huyendo de ellas. El alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, calcula que los ingresos de la ciudad caerán este año unos 7.400 millones de dólares.

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