Una mujer sostiene un cartel con la imagen de Bill Gates y el texto “Licencia para matar” durante una protesta antigubernamental frente al Parlamento en Sofía, Bulgaria, el 14 de mayo. GETTY

Agenda Exterior: desinformación y pandemia

POLÍTICA EXTERIOR
 |  18 de junio de 2020

Vacunas asesinas, conspiraciones de Bill Gates y George Soros, bulos sobre el origen del Covid-19, acusaciones cruzadas entre las autoridades chinas y estadounidenses por haber creado el virus en un laboratorio… La pandemia ha venido acompañada por un esfuerzo ingente de desinformación, que está contribuyendo a tensionar las sociedades durante y después del confinamiento. Preguntamos a diferentes expertos sobre el origen de esta oleada de bulos y los motivos detrás de su propagación.

 

¿Ha aumentado la desinformación durante el confinamiento? ¿Quién la promueve y con qué fin?

 

MIGUEL ÁNGEL BENEDICTO | Periodista especializado en relaciones internacionales, UE y defensa, es secretario general del Movimiento Europeo en España. @benedictosolson

Al igual que se ha incrementado la necesidad de información durante el confinamiento, también lo ha hecho la desinformación. Vemos cómo ha aumentado el uso de las redes sociales y de los informativos de televisión debido a la necesidad de información que suele haber en momentos de crisis e incertidumbre, lo que favorece la propagación de los bulos, sobre todo, a través de aplicaciones como WhatsApp.

La información falsa pueden promoverla desde individuos que buscan beneficiarse de la economía del click a grupos de interés, empresas, políticos o gobiernos que buscan la confusión para desestabilizar o crear alarma social. Hemos visto crecer las teorías de la conspiración, fraudes a consumidores con productos milagro, e incluso campañas orquestadas desde China o Rusia, como denuncia la Unión Europea, para buscar la división social, perforar la democracia o mejorar la imagen de un país.

No es fácil luchar contra la desinformación, y para ello se debe aumentar la alfabetización mediática de la ciudadanía. Además, las grandes plataformas tecnológicas deben buscar soluciones a las fake news mediante la revisión y, si es necesario, la supresión de información peligrosa o engañosa, dando alternativas informativas creíbles y veraces. Sin embargo, hay que tener cuidado para que los bulos no sean utilizados como excusa para disminuir la libertad de expresión, limitar el acceso a la información o reducir la transparencia de las administraciones públicas.

 

CARME COLOMINA | Investigadora de CIDOB. @carmecolomina

La sobreexposición informativa alrededor del coronavirus está plagada de noticias falsas, descontextualizaciones, pseudociencia, bulos o teorías conspirativas. A más necesidad de respuestas, más confrontación de relatos opuestos. La desinformación –en todas sus versiones y contradicciones– ha alimentado la desconfianza en la ciencia, en las instituciones o en las narrativas oficiales, en un momento en el que necesitábamos más respuestas que nunca para mitigar tanta incertidumbre.

Toda desinformación implica intencionalidad. La crisis del coronavirus también ha servido para alimentar agendas políticas. Unas sociedades desinformadas y asustadas pueden aumentar la presión y el descontento sobre sus gobiernos. Se han propagado bulos que fomentaban la xenofobia o estigmatizaban comunidades concretas. Pero también se ha utilizado una supuesta lucha contra la desinformación para imponer censuras y límites a la libertad de expresión. Estudios recientes, como el del Reuters Institute, constatan que una parte importante de la desinformación más compartida en redes sociales durante la pandemia la han generado gobiernos y fuentes oficiales. Me refiero a presidentes negacionistas del conocimiento científico como Donald Trump o Jair Bolsonaro. A su vez, el relato sobre el coronavirus también tiene su dosis de geopolítica, de confrontación de modelos tecnológicos y de capacidades disruptivas. La desinformación es un fenómeno tan complejo como la realidad que pretende simplificar.

La excepcionalidad vital que nos ha traído el coronavirus ha amplificado no solo nuestras vulnerabilidades sino también la importancia de la información, de la fiabilidad de la fuentes y de la necesidad de protegernos de la limitación de derechos que suponen determinados discursos de lucha contra la mentira.

 

MIRA MILOSEVICH-JUARISTI | Investigadora principal del Real Instituto Elcano. @MiraMilosevich1

La pandemia del Covid-19 produjo el fenómeno de infodemia, la acumulación de demasiada información sobre el coronavirus, que ha sido un terreno fértil para la desinformación. Hubo un aumento de dos tipos de desinformación: 1) la desinformación por ignorancia, sin intención y premeditación, que consistió en divulgar falsas noticias sobre las posibles curas del virus, como lo hizo, por ejemplo, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, cuando recomendó beber lejía como un desinfectante eficaz del virus; y 2) la desinformación intencionada, el uso de desinformación como un instrumento de la influencia política.

Los medios de comunicación y las redes sociales controlados por los gobiernos de Rusia y China son los mayores promotores de la desinformación sobre el Covid-19, aunque hay que tener en cuenta las campañas de desinformación estadounidenses que se produjeron como la respuesta a las chinas. Rusia ha seguido con su táctica habitual, cumpliendo el objetivo de intensificar las polarizaciones sociales existentes en los Estados democráticos y desacreditar la gestión de la UE, la OTAN y EEUU. El aumento de la desinformación intencionada se debe, sobre todo, a China, que rápidamente aprendió y copió las tácticas rusas de desinformación con el objetivo de lavar su pésima imagen de la gestión del comienzo de la crisis del Covid-19, acusando a los militares de EEUU como la principal fuente del contagio en Wuhan.

 

NICOLÁS DE PEDRO | Head of Research & Senior Fellow, The Institute for Statecraft, Londres. @nicolasdepedro

Durante el confinamiento hemos asistido a un vendaval de desinformación y a una preocupante degradación de nuestro debate público. Como contrapartida –y haciendo un esfuerzo por encontrar algún elemento positivo– la desinformación forma parte ya de la agenda política de los retos que enfrentamos como país. Para abordar cualquier problema hay que dar el primer paso de asumir que se tiene tal problema. Nadie duda ya de que la desinformación representa un desafío estratégico y potencialmente devastador para cualquier sociedad democrática. Sin embargo, los términos en los que se ha promovido y desarrollado el debate en España no invitan al optimismo. Planteado como una cuestión partidista –la desinformación es lo que hace la otra mitad del arco parlamentario– y no como una cuestión de Estado –la salvaguarda de nuestra democracia, orden constitucional y monarquía parlamentaria– se corre el serio riesgo de convertir el debate en parte del problema y no de la solución.

Conviene no perder de vista que la desinformación es un desafío complejo y con múltiples dimensiones. A grandes rasgos, afrontamos, por un lado, un desafío societal –la digitalización del ecosistema mediático y comunicacional– y, por otro, una amenaza de seguridad nacional –las operaciones de influencia e injerencias maliciosas concebidas inicialmente en el exterior–. Ambos fenómenos requieren enfoques y respuestas muy diferentes, pero suelen converger y entrelazarse agravando exponencialmente el problema. La verificación de datos o fact-checking es parte de la respuesta al desafío de la desinformación y al deterioro de nuestros ecosistemas informativos, pero no es ni puede ser la única respuesta. Además, si no es una actividad percibida y realizada con la máxima imparcialidad y asepsia ideológica se convierte también en parte del problema y no de la solución.

Quienes desinforman suelen aprovechar vulnerabilidades preexistentes y los contextos de crisis para maximizar el impacto de sus campañas. El aumento generalizado durante el confinamiento del consumo de información y de la actividad online –canal preferente de difusión de bulos, campañas de desinformación y, parcialmente, de las operaciones de influencia–, unido a la polarización política y los efectos de la crisis económica crean un contexto muy propicio y favorable para quienes buscan erosionar e incluso quebrar nuestra democracia y marco constitucional ya sea por anhelos secesionistas, convicciones ideológicas o intereses geopolíticos. Y todo apunta a que el otoño y meses venideros serán más difíciles aún. La cuestión exige, pues, un ejercicio de máxima responsabilidad colectiva.

 

JOSÉ IGNACIO TORREBLANCA | Director de la oficina de Madrid del European Council on Foreign Relations. @jitorreblanca

Tanto el Secretario General de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus, como el Alto Representante de la Unión Europea para la Política Exterior y de Seguridad, Josep Borrell, han alertado sobre la existencia de una “infodemia”; esto es, de la preocupante propagación de bulos, noticias falsas y desinformación relacionadas con este letal virus. Algunos estudios han concluido que el volumen de información falsa que ha circulado por las redes sociales durante esta crisis es similar al volumen de información legítima. De acuerdo con la unidad especializada en desinformación del Servicio Europeo de Acción Exterior, los agentes responsables de la desinformación son muy variados: entre ellos encontramos gobiernos extranjeros, como el ruso y el chino, pero también grupos y movimientos que difunden teorías conspiratorias y bulos aprovechándose tanto de la buena fe de las personas como de la falta de filtros y controles en las plataformas digitales y redes sociales.

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