11-S
Las torres gemelas del World Trade Center arrojan humo después de que aviones secuestrados se estrellaran contra ellas el 11 de septiembre de 2001. HENNY RAY ABRAMS. GETTY

Agenda Exterior: 11-S

Política Exterior
 |  10 de septiembre de 2021

Veinte años después del evento que inauguró, por la puerta de fuego, el siglo XXI, proliferan los análisis sobre el significado y las consecuencias de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Washington y Nueva York. ¿Cómo afectaron al orden internacional? ¿Qué consecuencias tuvo la posterior guerra contra el terror? Queriendo ir más allá, hemos preguntado a un grupo de expertos por el futuro: ¿qué pasaría si volviésemos a sufrir un atentado similar? ¿Cuál sería la respuesta del mundo?

 

¿Cuál sería hoy la respuesta a un nuevo 11-S?

 

FAWAZ A. GERGES | Profesor de Relaciones Internacionales en la London School of Economics. Entre sus libros se incluye una historia del Estado Islámico, ISIS: A History.

Es dudoso que Estados Unidos lance otra guerra contra el terrorismo en respuesta a un nuevo ataque del 11-S. La “guerra global contra el terror”, el mayor desastre estratégico de la historia moderna de EEUU, fue una guerra por elección, no por necesidad, parte de una extralimitación imperial que ha sido costosa en sangre y dinero. Dicha “guerra” ha alimentado a los mismos grupos que buscaba destruir. En el punto álgido de su poderío, en 2001, el número de miembros de Al Qaeda no superaba los 1.000-2.000 combatientes. Veinte años después, hay aproximadamente entre 100.000 y 230.000 combatientes yihadistas activos en docenas de países.

De 2001 a 2019, EEUU gastó 5,9 billones de dólares en actividades relacionadas con la guerra global contra el terror, según el Instituto Watson de Asuntos Internacionales y Públicos de la Universidad de Brown. Dicha guerra provocó la muerte de miles de militares estadounidenses y de cientos de miles de civiles iraquíes y afganos.

En el vigésimo aniversario del 11-S, EEUU hace examen de conciencia sobre lo que salió mal. La comunidad de la política exterior estadounidense reconoce que la guerra contra el terrorismo ha tenido un impacto significativo en la reputación del país en todo el mundo. El supuesto líder del mundo libre sancionó la tortura e invadió ilegalmente Irak, destruyendo un Estado, alimentando el conflicto civil y la violencia sectaria, y creando un vacío de poder que permitió la aparición de Al Qaeda en Irak y el Estado Islámico, además de una crisis de refugiados masiva, mayor que cualquier otra desde la Segunda Guerra Mundial.

Por último, los efectos acumulados de la guerra contra el terror aceleraron el declive relativo de EEUU frente a otras grandes potencias en ascenso, en particular China. Si los responsables de la toma de decisiones estadounidenses vuelven a ignorar las cambiantes configuraciones transnacionales de poder, será por su cuenta y riesgo.

Sin embargo, hay que tener en cuenta la irracionalidad, la hybris y la personalidad cuando se analiza la respuesta a un posible nuevo ataque del 11-S.

 

KAREN J. GREENBERG | Directora del Center on National Security de la facultad de Derecho de la Universidad de Fordham, en Nueva York (EEUU).

La respuesta probablemente diferiría notablemente de la que se dio tras el 11-S. La capacidad antiterrorista del mundo –una combinación de fuerzas de seguridad, actividades de inteligencia y fuerzas especiales– se ha desarrollado de manera notable en los últimos 20 años. Además, el marco antiterrorista posterior al 11-S se ha esforzado por mantenerse al día de la cambiante amenaza terrorista, ya que las reivindicaciones locales y los objetivos han proliferado a nivel mundial y el acceso de los terroristas a la tecnología se ha ampliado.

A diferencia de la respuesta al 11-S, en futuros escenarios de un ataque terrorista, la administración estadounidense probablemente escucharía las advertencias de los expertos en seguridad nacional en lugar de ignorarlas, como hicieron los funcionarios de la administración presidida por George W. Bush. Tampoco, presumiblemente, EEUU iría a la guerra contra un país que no hubiera llevado a cabo el ataque, como hizo con Irak. Presumiblemente, la prisa por privilegiar la seguridad por encima de las políticas legales sería menos atractiva ante la evolución de las capacidades de las fuerzas antiterroristas en el país y en el extranjero.

En definitiva, la estrategia de vigilancia, antiterrorismo colectivo y liderazgo inteligente está preparada para evitar otro 11-S. Pero en caso de que se produzca uno, la respuesta se basará probablemente en la coordinación profesional y multilateral y en la experiencia que ha reforzado las capacidades antiterroristas en las últimas dos décadas.

 

JORGE DEZCALLAR DE MAZARREDO | Embajador de España.

No es previsible que un ataque terrorista de tal envergadura y características se pueda reproducir y tampoco es probable que los talibanes, escarmentados por lo ocurrido, fueran a permitir la reproducción de unos hechos que condujeron a la ocupación de su país durante 20 años por una coalición de países liderados por EEUU. Pero si, llevados por la imaginación nos situamos en un escenario similar, supongo que la respuesta sería muy diferente. Por muchas razones: para evitar una guerra de 20 años que ha causado la muerte de 150.000 afganos, 2.500 soldados estadounidenses, 1.100 de la coalición liderada por la OTAN, además de las decenas de millares de heridos y de los traumas mentales sufridos por muchos otros. Para evitar el gasto de dos billones de dólares. Y para evitar el relativo ridículo de haber comenzado una guerra para expulsar del poder a los talibanes e impedir nuevos atentados terroristas desde Afganistán y acabar, dos décadas después, con los talibanes nuevamente en el poder y sufrir un brutal atentado terrorista en el aeropuerto de Kabul durante los últimos días de la evacuación.

Supongo que tampoco los países OTAN, que acudieron en apoyo de EEUU en aplicación del artículo 5 del Tratado del Atlántico, lo harían con el mismo entusiasmo tras el fin chapucero de la operación, ejecutado exclusivamente en función de los intereses de la política interna de EEUU y sin tomar en consideración sus propios riesgos (refugiados, terrorismo etcétera).

Si hoy se produjeran los atentados terroristas del 11-S creo que todos sacaríamos consecuencias y la respuesta, que sin duda la habría, se haría con técnicas de geolocalización, drones y “operaciones quirúrgicas” de comandos contra los autores y encubridores, evitando poner “botas sobre el terreno”, al tiempo que abandonaríamos toda veleidad de construir un Estado democrático moderno en una sociedad medieval no preparada para recibirlo.

 

JESÚS A. NÚÑEZ VILLAVERDE | Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH). @SusoNunez

Aunque la amenaza yihadista sigue siendo muy real, la posibilidad de que hoy se produzcan unos atentados similares a los del 11-S es claramente más baja que entonces. Y eso es tanto el resultado del castigo que en estos últimos 20 años han sufrido las redes terroristas transnacionales –con Al Qaeda y Dáesh a la cabeza– como de la evolución que han experimentado esos grupos en su estrategia violenta, dando paso a lo que cabe considerar un “terrorismo de bajo coste”. Uno que, con menos riesgo y menos necesidad de operativos complejos, les garantiza un eco mediático similar y les sirve para mantener el clima de terror entre las poblaciones afectadas.

En todo caso, si algo así llegara a producirse, desgraciadamente no cabe imaginar que la respuesta fuera muy distinta a la que ya se dio en aquella ocasión. Hoy como entonces, seguimos sin contar a nivel internacional con una definición consensuada sobre el concepto de terrorismo, lo que dificulta el acuerdo para actuar en su contra. Por otra parte, aunque haya conciencia de que es una amenaza transnacional, son innumerables los ejemplos que dan a entender el peso que siguen teniendo los esquemas nacionalistas, por mucho que quede claro que la falta de cooperación internacional es siempre una ventaja para los violentos. Además, el cortoplacismo que caracteriza la acción gubernamental y la manifiesta incoherencia de políticas (apoyando selectivamente a actores que contravienen sin disimulo los valores y principios que decimos defender) hacen pensar que se optaría nuevamente por una estrategia militarista, condenada al fracaso, dejando sin atender debidamente las causas sociales, políticas y económicas que sirven de caldo de cultivo para la pervivencia de la amenaza. En resumen, más de lo mismo.

 

JOSEP PIQUÉ  | Editor de Política Exterior. @joseppiquecamps

La respuesta sería, inevitablemente, distinta. Después de 20 años, tenemos una perspectiva que entonces no podíamos tener, porque a pesar de atentados previos de Al Qaeda a objetivos de EEUU (desde el USS Cole a las embajadas Kenia y Tanzania), el 11-S fue una enorme sorpresa y una profundísima conmoción derivada del hecho de que, su territorio continental, el país fuera objeto, por primera vez en su historia, de un ataque tan brutal. Además, los instrumentos utilizados no eran los convencionales y propios de un ataque armado, sino aviones comerciales previamente secuestrados y con los objetivos perfectamente definidos.

Hoy, los servicios de inteligencia pueden anticipar mucho mejor atentados de esas características y, en la medida de lo posible, evitarlos.

Pero el cambio sustancial sería el derivado del planteamiento inicial de respuesta: la llamada guerra global contra el terror, que pasó a ser el eje central de la política exterior de EEUU. Probablemente, hoy volvería a haber consenso respecto a la necesidad de atacar las bases territoriales desde donde operaba Al Qaeda y derrocar los regímenes que la amparaban, como el talibán. Pero, una vez conseguidos los objetivos militares, habría una definición mucho más precisa del alcance de los intereses geopolíticos de EEUU, y no se pretendería imponer, mediante la fuerza de las armas, una institucionalidad formalmente democrática, sin auténtica base social para su consolidación. Y, desde luego, no se intervendría en otras guerras como la de Irak.

En definitiva, más colaboración antiterrorista, más autolimitación de la fuerza y más realismo en los objetivos a medio y largo plazo.

 

CORONEL JOSÉ PARDO DE SANTAYANA  | Coordinador de investigación del Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE).

El 11-S golpeó a EEUU en uno de los mejores momentos de su historia, con una sociedad poderosa, optimista y pletórica, vencedora de la guerra fría, cuando todo parecía converger hacia un sistema internacional hecho a imagen y semejanza de la gran potencia norteamericana.

El presidente George W. Bush se dejó seducir por los neocon que le propusieron una estrategia voluntarista y en exceso intervencionista con una fe desmedida en lo que el poder y la fuerza pueden llegar a alcanzar –“la legitimidad para el uso de la fuerza se deriva precisamente de disponer de ella”, decían los nuevos maquiavelos– y Washington cayó en la emboscada que le había tendido Al Qaeda.

Hoy un nuevo atentado de esas dimensiones encontraría una sociedad dividida y una nación desconcertada por un orden internacional divergente que se les va de las manos, una China emergente que tiene su propia agenda, en muchos sentidos en oposición a la estadounidense, y un continente asiático hacia el que se desplaza el centro de gravedad del mundo, algo que a los occidentales nos está costando digerir.

Al no haber una estrategia sólida y convincente que inspire confianza para abordar la revolución heraclitiana de la que estamos siendo testigos, un nuevo 11-S podría ahondar las diferencias que fracturan EEUU. Esta vez la Casa Blanca no encontraría la solidaridad internacional de 2001 sino más bien la complacencia de sus enemigos que, todo hay que decir, son hoy muchos más. La respuesta debería ser menos emocional, más paciente y poner el énfasis en un liderazgo inclusivo.

 

JOSÉ LUIS RODRÍGUEZ ZAPATERO | Presidente del gobierno de España entre 2004 y 2011.

Veinte años después, se ha confirmado que el 11-S fue una fecha decisiva para la Historia. Cambió el inicio del siglo XXI. Tras la caída del muro de Berlín, podría pensarse que las guerras habrían de convertirse en algo remoto y que otras cuestiones de gran relevancia, como los Objetivos de Desarrollo del Milenio, aprobados en 2000, o la lucha contra el cambio climático estaban llamadas a concentrar las prioridades de la comunidad internacional.

Entonces, el terrorismo islamista era una amenaza difusa, no una amenaza capaz de provocar conflictos bélicos, desestabilización mundial y la percepción del poco menos que inevitable choque frontal de culturas y religiones. Sin el 11-S no habría existido ni la intervención en Afganistán, ni la divisoria guerra de Irak, ni hubiera aparecido el Estado Islámico, ni los conflictos de Libia o Siria se habrían alimentado de los efectos de aquellas intervenciones militares. Y tal vez se hubiera abierto una expectativa de paz para el conflicto palestino- israelí.

Porque, como ha solido ocurrir en la Historia con la violencia política, con el terrorismo, este no logra los fines que persigue –que están movidos por el fanatismo y el odio, pero es capaz de provocar consecuencias desestabilizadoras, además de dramáticas– si no se acierta a combatirlo e inhibirlo de manera eficaz. El concepto de “guerra contra el terrorismo” carecía de un sustento intelectual y jurídico. La democracia y la paz, como condiciones duraderas, capaces de arraigar, no se imponen mediante intervenciones militares en países o regiones con culturas y tradiciones alejadas de los parámetros occidentales. Es más, el factor “invasión imperial” suele actuar como un boomerang. Los últimos 20 años consolidan esta hipótesis.

El terrorismo exige una respuesta preventiva, que no se desentienda de sus posibles causas, y de amplia cooperación internacional. La seguridad global no se puede garantizar solo con Occidente. Exige multilateralismo y cooperación con sistemas políticos diversos. EEUU y la Unión Europea representan tan solo el 10% de la población mundial. Si no somos capaces de articular respuestas desde unas Naciones Unidas ampliamente representativas ningún problema global podrá encontrar un cauce de soluciones. Desde el cambio climático a la paz global.

1 comentario en “Agenda Exterior: 11-S

  1. R.Regan dijo en su momento , LA LUCHA ES POR EL CORAZON Y LA MENTE DE LA GENTE .
    En consecuencia la respuesta militar debe darse , para proporcionar el apoyo necesario a la VOLUNTAD de LUCHA de los pueblos .

    Esta es una guerra KAIDOS (guerra de oportunidad) y no una guerra KRONOS( de tiempo determinado) O sea los que hablan de 20 años de guerra , NO TIENEN LA MENOR IDEA de que se trata, esta guerra SIN TIEMPO

    Asi fue el éxito en Corea del Sur , en Taiwan , en la India y en los países latinoamericanos que quieren seguir siendo libres.
    fdo. Teniente Coronel , A. Valiente

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