kremlin verde
Imagen de la torre de San Salvador, la torre del reloj del Kremlin y la catedral de San Basilio en la Plaza Roja de Moscú. GETTY

El Kremlin se pinta de verde

El contraste entre la política energética tradicional de Rusia y su nuevo discurso de descarbonización resulta llamativo. Sin embargo, el giro verde del Kremlin parece creíble, presionado por los planes de su mayor socio comercial, la Unión Europea.
Sergei Guriev
 |  29 de octubre de 2021

En un chiste soviético de los años setenta, el Politburó resucita a Stalin y le pregunta qué debe hacer para combatir el estancamiento económico y la desilusión generalizada con los ideales comunistas. Stalin propone un programa en dos partes: primero, fusilar a todos los comunistas, y segundo, pintar el Kremlin de verde. “¿Por qué verde?”, preguntan los sorprendidos miembros del Politburó. Un sonriente Stalin responde: “Estaba seguro de que no habría preguntas sobre la primera parte”.

Dada la creciente represión sancionada por el Estado y el uso de la tortura en la Rusia actual, el chiste ya no parece tan descabellado ni anticuado. En una encuesta realizada en marzo de 2021, el 52% de los encuestados –la proporción más alta, con mucho, de la historia postsoviética de Rusia– dijo que temía el regreso de la tiranía. Pero lo más sorprendente es que el gobierno ruso está siguiendo la segunda sugerencia de Stalin y tiñendo de verde el Kremlin.

Por supuesto, el castillo del siglo XV en el centro de Moscú sigue pintado de rojo. Pero sus dueños han empezado a hablar de repente el lenguaje de la descarbonización. El 13 de octubre, Vladímir Putin anunció en el foro de la Semana Rusa de la Energía que el país que preside aspira a ser neutro en carbono para 2060, 10 años después que Estados Unidos y la Unión Europea, pero al mismo tiempo que China.

Se trata de un gran cambio, porque Rusia ha evitado tradicionalmente establecer objetivos climáticos ambiciosos. Es cierto que Rusia prometió, en el marco del Acuerdo de París de 2015, limitar sus emisiones de gases de efecto invernadero para 2030 a un 70%-75% según los niveles de 1990. Pero dado que sus emisiones en 2015 fueron solo la mitad de su nivel de 1990, la promesa en realidad permitió a Rusia aumentar las emisiones. En julio de 2019, Putin defendió, en una declaración que se hizo viral, los combustibles fósiles, afirmando que la energía eólica causaba daños ambientales que perjudicaban a las aves y a los gusanos. (Sin duda, una mejora respecto a un discurso de 2010 en el que dijo que la energía eólica no solo perjudicaba a los pájaros y a los gusanos, sino también a los topos.) Ya en diciembre de 2019, Putin dijo que “nadie conoce realmente las causas del cambio climático”. Y en junio de 2020, Rusia adoptó una estrategia energética a 15 años que suponía que no habría cambios en la producción de petróleo para 2035 y sí un crecimiento nada trivial en la producción de carbón y gas. El documento apenas mencionaba las energías solar y eólica y no establecía objetivos cuantitativos para ellas. Y el gobierno ni siquiera planeaba establecer un sistema de comercio de emisiones.

 

«En 2019, Putin afirmó que la energía eólica causaba daños ambientales que perjudicaban a las aves y a los gusanos, y que ‘nadie conoce realmente las causas del cambio climático»

 

¿Qué ha cambiado desde el año pasado? Para empezar, la UE, el principal socio comercial de Rusia, se ha tomado claramente más en serio su programa ecológico. En julio de este año, la Comisión Europea dio a conocer su estrategia Fit for 55, que incluye políticas destinadas a reducir para 2030 las emisiones de gases de efecto invernadero de la Unión en un 55% respecto a los niveles de 1990. En particular, la UE tiene previsto introducir un mecanismo de ajuste en la frontera por emisiones del carbono (CBAM), que impondrá una tasa a algunas importaciones de alto contenido en carbono procedentes de fuera del bloque. Dado que el CBAM propuesto no abarca el petróleo y el gas, su impacto económico agregado en Rusia será probablemente bastante limitado, no superando nunca los 2.000 millones de euros al año según estimaciones independientes, y 1.000 millones al año según los cálculos del gobierno ruso. Incluso las estimaciones más elevadas equivalen a menos del 0,2% del PIB ruso, una cantidad insignificante comparada con el impacto de la volatilidad mundial de los precios del petróleo en el presupuesto del gobierno. No obstante, las empresas rusas que se verán afectadas por el CBAM –exportadores de acero, aluminio y fertilizantes– son importantes actores políticos que han logrado convencer al gobierno y al presidente de que se tomen en serio el cambio de política de la UE.

La otra razón de la aparente campaña de descarbonización de Putin es que la cuestión del cambio climático ofrece a Rusia la oportunidad de mitigar su aislamiento internacional. Dado que el cambio climático es un problema global, el Kremlin espera que para abordarlo sea necesario que Occidente se comprometa con Rusia y posiblemente repare algunos lazos rotos. Por ejemplo, el enviado de Putin para el clima ha pedido de manera explícita el fin de las sanciones a Gazprom y a otras empresas rusas que emprendan proyectos ecológicos.

 

«Dado que el cambio climático es un problema global, el Kremlin espera que para abordarlo sea necesario que Occidente se comprometa con Rusia y posiblemente repare algunos lazos rotos»

 

El giro verde del Kremlin parece creíble. Este verano, el gobierno creó siete grupos de trabajo interinstitucionales encargados de preparar una estrategia global de descarbonización. En septiembre, el Parlamento ruso promulgó la primera ley del país para limitar las emisiones de las grandes empresas. El año que viene, Rusia pondrá en marcha su primer programa piloto de comercio de emisiones en la isla de Sajalín, que aspira a lograr la neutralidad del carbono en 2025. Pero, por ahora, esto son solo declaraciones y planes; la realidad sobre el terreno es muy diferente. Mientras Europa se enfrenta a la mayor subida de los precios del gas natural en más de una década, Putin culpa de esta crisis a la impaciencia de Europa por pasar a las energías renovables, muy dependientes del clima.

Rusia niega haber alimentado la subida del precio del gas, y la UE ha reconocido que Rusia está cumpliendo sus contratos de suministro a largo plazo. Pero a la UE le preocupa que, a pesar de los elevadísimos precios, Gazprom no suministre más gas, lo que podría sugerir un abuso de poder monopolístico y dar lugar a una investigación de la Comisión Europea. El vaciado por parte de Gazprom de sus instalaciones de almacenamiento en Europa también ha contribuido probablemente al aumento de los precios. Para colmo de males, el 21 de octubre Putin ofreció aumentar el suministro de gas ruso a Europa, siempre y cuando se permita el funcionamiento del gasoducto Nord Stream 2, que llevará el gas directamente a Alemania, evitando así Ucrania.

El contraste entre la política energética tradicional de Rusia y su nuevo discurso de descarbonización no podría ser más llamativo. Pero es poco probable que la actual crisis del gas persuada a Europa de hacer caso a Putin y alejarse de las energías renovables. Al contrario, la UE puede tener ahora un incentivo adicional para acelerar su transición ecológica y depender menos del gas ruso. Con el tiempo, esto también reducirá la demanda de los combustibles fósiles de Rusia, y obligará al Kremlin a tomarse en serio la ecología.

© Project Syndicate.

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