Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, la canciller alemana Angela Merkel, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el presidente del Parlamento Europeo, David Sassoli, posan antes de una cena de trabajo en Berlaymont, el 8 de julio de 2020 en Bruselas. GETTY

El momento de repensar Europa

En el 70 aniversario de la Declaración Schuman, sumidos en las consecuencias sanitarias y económicas del Covid-19, las circunstancias y el contexto internacional empujan a Europa a un histórico punto de inflexión: o paso hacia delante o decadencia.
Laura Ballarín Cereza
 |  13 de julio de 2020

Es el momento: con más de 177.000 muertes y 1.500.000 contagiados por el Covid-19, con pronósticos de una crisis económica y social solo comparables a la Gran Recesión, las negociaciones del Brexit atascadas, un desorden global cada vez más hostil y un autoritarismo electoral atrincherado en varias capitales, Europa necesita despertar.

El shock de la pandemia en Europa fue simétrico, a todos nos afectó el virus sin razones ni esperarlo, pero ya es evidente que el impacto sanitario, económico y social no va a ser el mismo en todos los Estados de la UE. Mientras se espera una contracción del PIB del 8% en la Unión, en el norte de Europa será del 5% y en los países del sur el golpe puede llevar a caídas de más del 10%. El número de fallecidos y el impacto del confinamiento tampoco ha sido el mismo, y todavía no hemos acabado con esta crisis. El virus sigue ahí, en las calles y en los hospitales, sin una vacuna ni un tratamiento efectivo, el continente afronta enormes retos por delante.

La reacción de las instituciones europeas a la pandemia ha sido dispar. Las instituciones “federales” comunitarias han reaccionado con mucha mayor celeridad, inteligencia y ambición que hace una década, en la anterior crisis económica: el Banco Central Europeo (BCE), con su inicial inyección de 870.000 millones de euros en compra de bonos; la Comisión Europea levantando el Pacto de Estabilidad y Crecimiento e impulsando, junto con el Eurogrupo, varias medidas paliativas de urgencia –como el programa de créditos empresariales del Banco Europeo de Inversiones, una línea del Mecanismo Europeo de Estabilidad de 240.000 millones para el sector sanitario o el programa SURE, con 100.000 millones para financiar las prestaciones de desempleo–. Por su lado, el Parlamento Europeo ha realizado una intensa actividad que ha permitido desbloquear fondos de cohesión para los Estados más afectados y ha alzado su voz para reclamar una reacción urgente, valiente y solidaria. De nuevo, la institución que habría demostrado lentitud y falta de ambición sería la menos comunitaria, la “confederal”, el Consejo Europeo formado por los 27 Estados nacionales.

A la espera de que los jefes de Estado y de gobierno lleguen a un acuerdo sobre el Plan de Recuperación y el nuevo presupuesto comunitario, en el 70 aniversario de la Declaración Schuman y con el coronavirus como acelerador de tendencias globales, es el momento de repensar el proyecto europeo en tres dimensiones: liderar una recuperación ambiciosa, modernizar nuestras políticas públicas y mejorar el funcionamiento interno para aumentar su legitimidad.

 

Liderar una recuperación ambiciosa

Coincidiendo con el fin del confinamiento, a petición del Consejo Europeo y tras un mes de preparación y discusión con las capitales, la Comisión Europea puso encima de la mesa una propuesta de Plan de Recuperación europeo –el Next Generation EU– ambiciosa e innovadora. El plan consistente en 500.000 millones de euros en transferencias y 250.000 en créditos (a devolver en 30 años), ligado al presupuesto europeo (MFP o Marco Financiero Plurianual 2021-27), con una serie de nuevos recursos propios que sirvan para financiar todo este gasto. El desarrollo de capacidades fiscales europeas supone un paso enorme en la federalización europea: una emisión masiva de deuda comunitaria mutualizada.

Entre el Fondo de Recuperación y el MFP, la propuesta total asciende a 1,85 billones de euros. En cuanto a la condicionalidad, es remarcable un nuevo consenso para evitar los errores austericidas del pasado, y dedicar el fondo a financiar inversiones y reformas que aumenten el potencial de crecimiento de cada economía, en coherencia con las opciones estratégicas de la UE: transición climática, transformación digital, refuerzo de la autonomía estratégica frente a la demostrada vulnerabilidad de las cadenas de valor a escala global.

Este escenario no habría sido posible sin la propuesta franco-alemana –con aire de Bruselas– presentada por el presidente francés, Emmanuel Macron, y la canciller alemana, Angela Mekel que, junto a la fuerte presión de Italia y España, han permitido enarbolar una propuesta con un gran potencial transformador. Por otro lado, los generosamente llamados países “frugales” aprietan para recortar el fondo, aumentar la proporción de créditos y endurecer la condicionalidad. Europa se juega su credibilidad en estas negociaciones, y el Consejo Europeo extraordinario del 17-18 de julio tendrá un papel crucial para consolidar los pasos que se han dado hasta ahora en la buena dirección. De ello depende no aumentar las brechas ya existentes entre países y empujar a la modernización de nuestras economías sin dejar atrás las regiones o colectivos más vulnerables.

 

Modernizar nuestras políticas públicas

Con la formación del nuevo ejecutivo comunitario a finales de 2019, y fruto de unas duras negociaciones entre las principales fuerzas políticas del Parlamento Europeo, se alcanzó un acuerdo en el que se configuraron las siguientes prioridades para esta legislatura: el Pacto Verde Europeo, una economía al servicio de la gente, la transformación digital, una verdadera política común de migración y asilo, una Europa fuerte en el mundo, y un nuevo impulso para la democracia europea.

Con la crisis del coronavirus se han puesto en evidencia tres cosas: primero, solo con más UE, más cooperación y solidaridad entre los 27 podremos hacer frente a los grandes retos globales; segundo, las prioridades europeas para modernizar nuestras economías son más necesarias que nunca; y tercero, debemos invertir en aumentar la productividad y resiliencia y reforzar nuestra maltrecha autonomía en sectores estratégicos como el sanitario y farmacéutico, industrial o de seguridad y defensa.

No debemos olvidar la dimensión exterior de la UE y la necesidad de fortalecernos como actor global en un mundo bajo constantes turbulencias. En medio de una creciente hostilidad entre China y Estados Unidos, con una Rusia agresiva, una vecindad plagada de conflictos y un multilateralismo muy cuestionado, la UE debe invertir y creer en su potencial como garante de la paz, los derechos humanos, el diálogo, las normas internacionales y la cooperación al desarrollo. Asimismo, la UE también tiene el enorme reto de llegar a un acuerdo para dotarse de una verdadera política comunitaria de migración y asilo, basada en la responsabilidad, la solidaridad y los derechos humanos. Después de lo ocurrido en 2015, no podemos permitirnos no estar preparados para las siguientes e incesantes llegadas de personas que huyen de la guerra, el hambre y, ahora también, del cambio climático.

Por todo ello, es importante que tanto el Fondo de Recuperación como el próximo presupuesto europeo sean usados para paliar los efectos devastadores de una crisis sin precedentes en nuestra historia reciente, pensando en el futuro modernizando nuestras economías y garantizando a las generaciones futuras sociedades más sostenibles, digitalizadas, resilientes y democráticas. Por último, los fondos europeos deberían ser utilizados para combatir el deterioro del Estado de Derecho o al auge del autoritarismo; esa debería ser la más genuina de las condicionalidades.

 

Mejorar el funcionamiento para aumentar la legitimidad

Tras la última contienda electoral europea, el Consejo no fue capaz de acordar una propuesta de presidente de la Comisión que hubiera competido en las elecciones europeas como “candidato común” –Spitzenkandidat– de una familia política europea. El sistema que se había iniciado para las elecciones de 2014 con Jean Claude Juncker, fracasaba solo cinco años después. Un revés en el ya tortuoso camino de profundización de la democracia europea.

Entre otras cosas, por ello, la actual presidenta de la Comisión, Ursula Von der Leyen, se comprometió junto con los primeros ministros a convocar una Conferencia para el Futuro de Europa. El objetivo es crear un espacio de reflexión y escucha de la ciudadanía para mejorar el proyecto europeo. La conferencia debía haber dado inicio a sus trabajos el pasado 9 de mayo, día de Europa.

De nuevo, el Covid-19 ha alterado los planes y aplazado la conferencia, pero la presidencia alemana de la UE está dispuesta a relanzarla durante los próximos meses. Aunque disfrutemos de la Europa soñada por Stefan Zweig, donde “las fronteras y los pasaportes son algo del pasado”, el virus debiera impulsar la reflexión sobre las carencias de nuestro proyecto y ser una llamada a la acción.

Porque durante las primeras semanas de pandemia, muchos ciudadanos se preguntaron dónde estaba Europa para ayudar a Italia o España cuando empezaban a tener los sistemas sanitarios colapsados y problemas de abastecimiento de mascarillas o ventiladores, cuando los Estados empezaron a cerrar sus fronteras de forma descoordinada, cuando algunos países acusan a sus socios de malgastar recursos públicos mientras les hacen competencia fiscal desleal o cuando algunos gobiernos utilizaban el Estado de emergencia para ahondar en su deriva autoritaria. Y no siempre, pero a menudo, se llega a dos desesperantes y recurrentes respuestas: la UE no tiene competencias en esto (como en materia sanitaria, de empleo, de fiscalidad); o se paraliza por la necesaria unanimidad en el Consejo Europeo (como en política exterior y Estado de Derecho).

Los datos del Eurobarómetro extraordinario con motivo del Covid-19 muestran que la palabra que mejor define lo que los europeos están sintiendo es “incertidumbre”. Además, la enorme mayoría (79%) no está (poco o nada) satisfecha con la respuesta de la UE a la pandemia y más de dos tercios de los encuestados (69%) creen que la Unión debería ampliar sus competencias para poder afrontar crisis como la pandemia. Europa reclama más Europa.

Ha llegado el momento de que la Conferencia sobre el Futuro de Europa sea realmente ese foro donde se puedan poner sobre la mesa todas estas lecciones aprendidas, tanto institucionales como de políticas públicas, que hagan avanzar el ambicioso y extraordinario proyecto que la UE representa. Si queremos desempeñar un papel relevante y autónomo en el mundo, si queremos estar preparados para las próximas crisis y aspiramos a que los ciudadanos europeos sientan este proyecto cercano y propio, no podemos continuar bloqueados por la tiranía de la unanimidad o la falta de herramientas. Y debemos dar respuesta a todo ello antes de las próximas elecciones europeas de 2024. Nos jugamos mucho en ello, nos sobran los motivos para repensar Europa.

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