Una valla publicitaria de Amul muestra una caricatura sobre los aranceles del presidente estadounidense Donald Trump en Byculla, el 8 de abril de 2025, en Bombay, India. Amul es conocida por sus anuncios publicitarios y humorísticos, a menudo comentando acontecimientos actuales y cuestiones sociales. GETTY.

El Sur global pagará la guerra comercial de Trump

Mientras los consumidores estadounidenses se preparan para el aumento de los precios, los países de ingresos bajos y medios sufrirán las peores consecuencias de los aranceles, desde la depreciación de la moneda hasta el aumento de los costes de endeudamiento.
Jayati Ghosh
 |  20 de abril de 2025

Los aranceles generales del presidente estadounidense Donald Trump han provocado caos económico, agitación en los mercados de acciones y bonos y pánico en todo el mundo, sobre todo en los países de ingresos bajos muy dependientes de las exportaciones a Estados Unidos. El resultado puede ser una recesión mundial totalmente artificial, de la que los países en desarrollo se llevarán la peor parte.

La breve calma que se produjo en los mercados financieros tras el anuncio repentino de una “pausa” de noventa días en la aplicación de la mayoría de los aranceles “recíprocos” de Trump (que no alcanza a los productos chinos, donde los elevó al 145%) terminó siendo prematura. Aunque quizá algunos multimillonarios y simpatizantes se hayan llenado los bolsillos interpretando correctamente las publicaciones de Trump en las redes sociales antes de su súbito cambio de política, las alteraciones al comercio y a las finanzas internacionales derivadas de sus aranceles todavía plantean serios riesgos.

Además, a pesar de la pausa parcial, siguen en vigor un arancel universal del 10% y aranceles sectoriales del 25% para el acero, el aluminio, los automóviles y sus repuestos. Se agregaron exenciones para smartphones, computadoras y otros dispositivos electrónicos, pero Trump amenazó con imponer nuevos aranceles a los productos farmacéuticos, los semiconductores, el cobre y la madera. En conjunto, estas medidas reducirán la disponibilidad de bienes importados, generarán aumentos de precios para los consumidores estadounidenses e impondrán altos costos a los países exportadores.

Pero en última instancia, los aranceles impuestos a cada país dependerán de futuras negociaciones en las que se prevé una postura agresiva de Estados Unidos. Trump ya ha dejado claro su desdén por los líderes extranjeros, al jactarse de que muchos estaban “besándole el culo” y dispuestos a “hacer cualquier cosa” para revertir los aranceles. De modo que el alcance final de los gravámenes todavía es incierto.

El hecho más crucial es que el último aumento de aranceles a los productos chinos es casi garantía de que la guerra comercial sinoestadounidense seguirá intensificándose. La subida al 145% fue una medida más bien simbólica tomada en represalia a la decisión del gobierno chino de aumentar sus propios aranceles, ya que el valor anterior (104%) bastaba para tornar comercialmente inviables la mayoría de las importaciones procedentes de China. De hecho, el gobierno estadounidense ha dado señales de que pretende cerrar a cal y canto el comercio con China.

Esto supone profundas implicaciones en Estados Unidos para los consumidores y productores que dependen de insumos chinos. El claro rechazo de Trump a la importación de productos chinos (incluso en triangulación con otros países) ha obligado a los gobiernos que quieren mantener el acceso al mercado estadounidense a salir a buscar otras opciones de abastecimiento y producción. La mera expectativa de estos cambios ya ha provocado graves alteraciones en las cadenas mundiales de suministro.

La incertidumbre siempre ha sido un importante disuasor de la actividad económica, y la imprevisibilidad de las políticas de la administración Trump (marcadas por decisiones erráticas, cambios de rumbo repentinos y sucesiones de anuncios contradictorios) vuelve casi imposible anticipar la trayectoria futura apelando a modelos de riesgo estándar. Agrava el problema la predilección de Trump por las “tácticas de choque”, que hace pensar en otros “hombres fuertes” como el primer ministro indio Narendra Modi.

La creciente incertidumbre no puede sino desalentar la inversión, ya que las empresas archivarán proyectos nuevos y pospondrán planes de expansión hasta ver cómo se desarrollan los acontecimientos. La desaceleración consiguiente puede ser un pesado lastre para el crecimiento y el empleo en los Estados Unidos, con consecuencias que se extienden mucho más allá del impacto económico directo de los aranceles de Trump.

Peor aún, Estados Unidos no puede ganar su guerra comercial con China. El gobierno chino lo sabe muy bien y está jugando a largo plazo. La guerra económica de desgaste entre las dos superpotencias puede derivar de un momento al otro en una crisis financiera importante o incluso en un enfrentamiento militar.

Ya hay señales de alarma. La demanda de letras del Tesoro estadounidense (que por mucho tiempo se han considerado el activo más seguro del mundo) se redujo, lo que indica una pérdida de confianza en el liderazgo económico de los Estados Unidos. Además, la caída simultánea sufrida por el dólar y las acciones y bonos estadounidenses apunta a crecientes dudas respecto de la capacidad de los títulos del Tesoro para servir como referencia mundial de los precios de los activos, aunque sigan siendo el vehículo preferido para las transacciones financieras de gran volumen.

Como en crisis económicas autoinfligidas anteriores, aunque la economía estadounidense padecerá, lo peor se lo llevarán los países en desarrollo. Las cancelaciones y postergaciones de pedidos de exportación ya están afectando la producción y generando desempleo. Al mismo tiempo, la volatilidad financiera amenaza la estabilidad económica, mucho antes de que se sienta todo el impacto de los aranceles de Trump.

Todo esto ya se ha trasladado a los diferenciales de rendimiento de los bonos soberanos de los países en desarrollo, en particular las economías de ingresos bajos y medios. En el período de un mes anterior al 9 de abril, los valores de la deuda soberana en dólares de los mercados emergentes cayeron una media del 2,9%, mientras que el rendimiento medio aumentó al 7,4%. Los bonos soberanos de países en situación de endeudamiento crítica como Maldivas, Sri Lanka, Gabón y Zambia cayeron más de un 10%.

Por desgracia, los países en desarrollo conocen muy bien esta clase de turbulencias financieras y económicas. Muchos llevan décadas atrapados en un ciclo de depreciación de sus monedas, aumento de los costos de endeudamiento, restricciones a las finanzas públicas, recortes de gasto forzosos e inestabilidad del mercado interno, con un efecto limitador sobre la inversión y la actividad privada.

Las enseñanzas para las economías en desarrollo son claras. Además de los graves trastornos en el comercio internacional, la globalización financiera se volverá incluso menos atractiva para los países necesitados de financiación estable a largo plazo para sus objetivos de desarrollo.

Trump está empeñado en desmantelar el orden económico mundial, que en su opinión permite a otros países aprovecharse de Estados Unidos. Es probable que en respuesta, muchas economías en desarrollo empiecen a cuestionarse su participación (y subordinación) en un sistema desigual que ya no sirve a sus intereses. Pero hasta que aparezca una alternativa creíble, el camino por recorrer seguirá siendo peligroso.

Copyright: Project Syndicate, 2025.
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