Viajero en la estación de Francia de Barcelona (14 de julio de 1985). BILL TOMPKINS/GETTY

Una España más allá de sus fronteras

La emigración ha sido fundamental para el desarrollo de España, y de forma recíproca, España es imprescindible para comprender la identidad del emigrante, diversa y cambiante.
Raquel Vega-Durán
 |  10 de agosto de 2022

Hay una España compleja, diversa y polifacética fuera del territorio nacional. Esta España de identidad plural, rica en orígenes, en destinos y en sentido de pertenencia solo puede entenderse dentro del contexto histórico de las migraciones. Si queremos entender cómo la emigración ha creado –y sigue creando– una España viva, fluida y en continua transformación más allá de sus fronteras geográficas, debemos dirigir la mirada a los últimos cinco siglos de su historia.

España y la emigración no son desconocidas. A raíz de la llegada de sus primeros barcos a las Indias Occcidentales e inspirados por el lema Plus Ultra, la aventura colonizadora hizo que muchos ciudadanos dejaran atrás la península ibérica y sus territorios insulares. La mayoría tomó como destino el continente americano y una cifra menor, aunque aún significativa, se asentó en los territorios españoles de Asia y África. Aunque al hablar de emigración se tiende a pensar en una de carácter económico, esta ha sido muy diversa. Sus protagonistas han adoptado diferentes nombres: conquistadores, exploradores, emigrantes, exiliados, refugiados, expatriados. A pesar de las diferentes definiciones y términos que pueden usarse en referencia a aquellos que dejan atrás su origen, todos tienen en común su deseo –y en gran parte necesidad– de partir y aventurarse en un “nuevo” mundo, y la mayoría experimenta lo que el escritor hispano-argentino Andrés Neuman denomina “doble extranjería,” ya que tras la partida no hay vuelta atrás y la persona emigrante se convertirá en extranjera tanto en su origen como en su destino. Salvo algunas excepciones, como cuando Felipe IV decretó en 1623 que debido al peligro de despoblación en muchas zonas de España se prohibía la salida sin permiso del país, los españoles han emigrado de manera continuada.

 

«Los emigrantes experimentan una ‘doble extranjería’, ya que tras la partida se convertirán en extranjeros tanto en su origen como en su destino»

 

Ya en el siglo XIX fuimos testigos de un cambio en la emigración en cuanto al tipo, cantidad y destino. Por una parte, se produjo un exilio o emigración política debido a la salida de un gran número de afrancesados que, tras el regreso de Fernando VII en 1814, pusieron rumbo a Gran Bretaña y Francia, como Leandro Fernández de Moratín, Francisco de Goya o Álvaro Flórez Estrada. Por otra, debido a los movimientos de independencia, la emigración hacia América decrece en este siglo, a la vez que miles de españoles y criollos instalados en el continente americano se ven obligados a abandonar las ya excolonias, declarados persona non grata. El final del siglo XIX volverá a ser testigo del comienzo de una nueva salida masiva hacia territorios americanos tanto independientes, el caso de Argentina y Brasil, como hacia las todavía colonias de Cuba y Puerto Rico. En total, se estima que unos cuatro millones de españoles emigraron entre 1880 y 1930. Sus razones para emigrar fueron diversas: evitar cumplir el largo y tedioso servicio militar; la falta de empleo debida a la disminución de la mortalidad y el crecimiento de la población; la escasa modernización de España; y la contratación de mano de obra para la producción agrícola tropical, en particular café y azúcar. También durante el siglo XIX se diversifican los destinos: cerca de medio millón de habitantes de varias provincias mediterráneas emprenden una emigración estacionaria hacia el norte de África, sobre todo Argelia, un destino temporal en el que muchos terminan estableciéndose para escapar de la pobreza agrícola; y el continente asiático también experimentará una ola de emigración, principalmente a Filipinas, aunque esta descenderá de manera significativa tras la pérdida de las islas en 1898.

La declaración de Guinea Ecuatorial como colonia española en 1900 hace que el siglo XX abra con este nuevo destino. La novela Historia de una maestra de Josefina Aldecoa ofrece un excelente ejemplo de esta emigración ampliamente desconocida. Pero la primera emigración masiva del siglo la protagonizan miles de republicanos que parten hacia Europa y América como exiliados (y en menor número hacia África, de los que muchos se unirían poco después a la División Leclerc y participarían en la liberación de Francia). En las décadas de los sesenta y setenta se produce una nueva emigración masiva, esta vez hacia países europeos como Francia, Alemania y Suiza, cuyas remesas se convierten en imprescindibles para mantener la economía del país. La mejora de las condiciones económicas, sociales y políticas con la llegada de la democracia tras la desaparición de la dictadura franquista y la incorporación a la Comunidad Económica Europea en 1986 hace que disminuya de manera muy significativa la necesidad de emigrar. En ese momento, España empieza su transformación de un país de emigración neta a uno atractivo para la inmigración.

 

Emigrantes, inmigrantes

Es evidente la estrecha relación que España tiene con las migraciones, cuyas causas –las razones para la marcha– han sido muchas y diversas, al igual que los destinos y las experiencias de sus protagonistas. Normalmente, cuando hablamos de migraciones en relación a España nos enfocamos en la emigración; sin embargo, los emigrantes fueron todos inmigrantes en el país de acogida. Esta dualidad se ha estudiado desde la sociología y la antropología con la teoría transnacional, mediante la que se intenta explicar la compleja relación entre la emigración y la inmigración, con un enfoque tanto en la unión que mantienen con su origen los que migran, como los vínculos que establecen estos en las sociedades receptoras. Una breve reflexión sobre el binario emigrante-inmigrante ayuda a entender la complejidad de esta figura desdoblada.

La definición de emigrante proviene de su origen y al inmigrante lo define su país de acogida. Esto es, un español que emigra será siempre un emigrante para España, con la idea positiva de pertenencia que esto conlleva, mientras que el país de destino le percibirá como inmigrante, esto es, un “otro”. Por otra parte, el país de origen suele ver como positiva la unión de sus nacionales en el extranjero. Los emigrantes han tendido a mantener esta unión por medio de espacios donde se preserva la cultura, la historia y el idioma, tales como las denominadas Casas de España, que todavía perviven en varias capitales americanas como San Juan y Santo Domingo; instituciones como el Centro Cultural de España en Malabo, el Casino Español en Manila o el Centro Español de Moscú; restaurantes y agrupaciones de origen regional como Casa Galicia en Nueva York o El Hogar Canario en Caracas y revistas como Carta de España, cuyo objetivo ha sido desde 1960 mantener informada y conectada a la población emigrante. Por su parte, el país de destino tiende a percibir la agrupación de inmigrantes como negativa, viéndola en particular como señal de incapacidad de adaptación o reticencia a asimilarse.

La persona que emigra mira su origen, y esta mirada hace que en muchas ocasiones aparezca la nostalgia de la tierra natal; como inmigrante mira por su parte hacia delante, pues el cruce de la frontera y la imposición de la identidad como “otra” fracturaron su unión con su origen anterior. Así, el inmigrante “nace” tras el cruce de la frontera; el emigrante “desaparece” en el cruce. De esta forma, si bien el término emigrante tiende a enfatizar la idea de unión a su origen, el de inmigrante lo aleja de ella y lo sitúa como foco de alteridad. Para España ha habido conquistadores, colonizadores, exploradores, exiliados, expatriados, emprendedores y emigrantes económicos. Pero en los países de destino se percibieron como inmigrantes, extranjeros, gallegos, gachupines, chapetones y canarios, entre otros términos. Entonces, aquellos que han salido del país, ¿son emigrantes o inmigrantes? Todo depende del punto de vista desde el que se defina. Es solo cuando unimos la identidad de emigrante e inmigrante que podemos empezar a entender la complejidad de la identidad de una España más allá de España.

 

Memoria y desmemoria de la inmigración

La emigración ha sido fundamental para el desarrollo de España, y de forma recíproca, España es imprescindible para comprender la identidad del emigrante. Aunque está claro que la emigración es parte integral de la historia y la identidad del país, es sorprendente la poca conciencia y la gran desmemoria que existe de ella, sobre todo entre los jóvenes. Sin embargo, si nos detenemos un momento y miramos a nuestro alrededor, encontramos numerosas muestras de la historia de la emigración en nuestra arquitectura, arte, literatura, cine y música. Momentos cruciales de la experiencia emigrante, como la partida, la mirada atrás del emigrante y la idea de retorno –que aparece en numerosas ocasiones hasta antes de partir– encuentran su voz en numerosos ejemplos repartidos por toda la geografía española. Así, los adioses cargados simultáneamente de esperanza, inseguridad y tristeza se solidifican en monumentos de piedra y metal que pueblan numerosos lugares del norte de la Península y Canarias, como Negreira, Gijón, Vigo, Telde o Garachico. Estas estatuas de personajes que se marchan con sus maletas y de aquellos que se quedan, representan visiblemente los sentimientos que Rosalía de Castro plasmó en su famoso “Adiós ríos, adiós fontes”: “¡Adiós, gloria! ¡Adiós, contento! / ¡Deixo a casa onde nacín, / deixo a aldea que conoso, / por un mundo que non vin!”. Estos adioses también se han documentado ampliamente en la fotografía, como ejemplifica la obra de Manuel Ferrol y Alberto Martí; y son protagonistas de museos y archivos de la emigración como el Arquivo da Emigración Galega y la Fundación Archivo de Indianos-Museo de la Emigración en Colombres.

Tras la partida, otro de los momentos más simbólicos de la emigración es la mirada atrás del emigrante que, incapaz de romper con su origen, desarrolla el doloroso sentimiento de la morriña. En su icónica canción “Adiós a España”, Antonio Molina nos transmitía este sentimiento: “Adiós mi España preciosa / la tierra donde nací / … / aay, aay, aay / voy a morirme de pena / viviendo tan lejos de ti”. Esta idea de melancolía está íntimamente unida a la imposibilidad de olvidar del emigrante, cuyos lazos de unión con su origen caracterizan su identidad, algo que transmite Juanito Valderrama en su famosa canción “El emigrante”: “Adiós mi España querida, / dentro de mi alma / te llevo metida, / aunque soy un emigrante / jamás en la vida, / yo podré olvidarte”.

 

«Si España tiene una historia tan larga y variada con las migraciones, ¿cómo es posible que no forme parte de su imaginario social? Con la democracia hubo una gran insistencia en mirar hacia delante»

 

Esta imposibilidad de olvido suele venir acompañada de una utopía del regreso, un sentimiento que Max Aub reflejó de manera magistral en su cuento “El remate”, donde Remigio, un exiliado republicano en México, vuelve a la frontera de Francia con España para terminar dándose cuenta de que nunca podrá retornar a su origen porque, como exiliado, “sencillamente fuimos borrados del mapa”, lo que se convierte en un “auténtico remate”. Esta idea de miedo a olvidar y ser olvidado fue recurrente entre los exiliados republicanos. Es el caso de María Teresa León, quien con su Memoria de la melancolía ayuda a comprender el conflicto de sentirse dividido entre tener la mente en España y el cuerpo en el extranjero. Su caso es doblemente trágico ya que, si por una parte se la ignoró intencionalmente por su ideario político, por otra, cuando consigue retornar, sufre Alzheimer y no puede recordar ni a sus amigos más cercanos. Otros encuentran en el emigrante parte de su identidad, como recuerda Luis Chamizo en el prólogo de El miajón de los castúos: “Porque semos asina, semos pardos, / del coló de la tierra, / los nietos de los machos que otros días / trunfaron en América”. Y muchos otros regresaron exitosos, como se refleja en la arquitectura indiana que encontramos en Asturias, Canarias, Cantabria, Cataluña, Galicia y el País Vasco. 

Si España tiene una historia tan larga y variada con las migraciones, ¿cómo es posible que no forme parte de su imaginario social? Con la llegada de la democracia hubo una gran insistencia en mirar hacia delante. Muchos emigrantes regresaron a una economía próspera y la mayoría quiso olvidar las dificultades, vergüenzas y fracasos de su época emigrante. Pero este olvido premeditado de la emigración empezó a fracturarse a principios del siglo XXI, cuando, como forma de entender la inmigración en España –fenómeno que se percibe desde un primer momento como novedad–, se comenzó a crear una narrativa en la que se establecía un claro paralelismo entre la emigración pasada y la presente inmigración en el país. Ejemplo de ello son la exposición “De la España que emigra a la España que acoge”, de 2006 –acompañada de un volumen publicado por la fundación Francisco Largo Caballero–, el proyecto “Emigrantes españoles en América: nosotros también fuimos los otros”, de 2009 –financiado por el ministerio de Trabajo e Inmigración– y la campaña del gobierno canario “Nosotros también fuimos extranjeros”, de 2001, en la que crearon un paralelismo visual entre una imagen de inmigrantes canarios indocumentados llegando en barco a Venezuela en 1949 e imágenes de cayucos llegando a las islas Canarias en años recientes.

Tras la aprobación de la ley 52/2007 de 26 de diciembre, conocida popularmente como Ley de Memoria Histórica –“por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas a favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura”–, comenzaron a aparecer a su vez numerosas iniciativas cuyo objetivo era fracturar el olvido que ha recaído sobre la España emigrante mediante la recuperación y reivindicación de figuras poco conocidas debido a su exilio. Este es el caso de aquellos que acabaron sus días en el campo de concentración francés de Argelès-sur-Mer, o las denominadas Sinsombrero, entre las que encontramos a figuras exiliadas y tan injustamente poco conocidas como Concha Méndez y Maruja Mallo.

 

Una realidad rica y compleja

De forma paralela al comienzo de estas “recuperaciones” se produjo la crisis financiera de 2007-08. Por esta razón muchos decidieron emigrar –un grupo al que se suele denominar expatriados, no emigrantes–. Desde 2009, la emigración no ha parado de crecer. Más de dos millones y medio de ellos forman ya parte del Padrón de Españoles Residentes en el Extranjero (PERE), lo que les otorga el derecho a participar en procesos electorales y solicitar asistencia consular –su número es probablemente bastante mayor, ya que muchos no se registran en embajadas ni consulados–. De acuerdo con las cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE) cerca de un 60% vive en América, algo más de un 35% en Europa y el resto se reparte por otros continentes. De ellos, poco más de un 32% nació en España y cerca de un 60% lo hizo en su actual país de residencia. Desde 2010, fruto de la crisis económica y el otorgamiento de la ciudadanía por parte de la disposición séptima de la Ley de Memoria Histórica, la cifra con residencia en el extranjero aumentó aproximadamente en un millón.

Hay ciertos grupos de emigrantes de otros países que, debido a su sentimiento de pertenencia y al número total de los que emigraron, han establecido comunidades bien diferenciadas, como el Southie irlandés en Boston, Little Italy en Nueva York, Polish Chicago –también conocida como Polonia– o Chinatown en Los Ángeles. Aunque ha habido más de una Little Spain, los españoles han tendido a formar grupos más pequeños alrededor de Casas de España, organizaciones culturales y restaurantes o bares de comida española. Los consulados contribuyen en cierta manera a crear un sentido de comunidad y muchos de ellos cuentan con el Consejo de Residentes Españoles (CREs) y Aulas de Lengua y Cultura Españolas (ALCE), organizados sobre todo por nacidos en España que quieren que sus hijos mantengan la lengua y la cultura. Son muchas las listas de correos electrónicos que ponen en contacto a la ciudadanía y mediante ellas se comparte información de tipo diverso, sobre cómo ver partidos de fútbol en televisión; dónde conseguir un roscón de reyes; cómo encontrar accesorios de cocina como una paella o una Thermomix; o aspectos que hasta que uno está fuera de su país no se plantea, como dónde encontrar un cubo de fregona o a alguien que sepa planchar.

Los españoles están por todo el mundo, como lo evidencian programas de televisión tanto nacionales como regionales, como Españoles por el mundo (RTVE), Andaluces por el mundo (Canal Sur), Vascos por el mundo (ETV), Catalans molt tristos pel món (TV3), Valencians pel mon (Á Punt), Castellano-manchegos por el mundo (CMM), Asturianos por el mundo (TPA), etcétera. Publicaciones periódicas como Crónicas de la emigración y canales como TVE Internacional ofrecen un sentido de comunidad y de conexión con la tierra natal. La Voz de Galicia informaba en 2019 que “solo hay 57 países del mundo sin gallegos”.

 

«Según los datos del INE, la mayoría de los españoles que residen fuera del país nunca emigraron, sino que nacieron en otro país y ‘heredaron’ la ciudadanía de sus progenitores»

 

Sin embargo, aunque cuando hablamos de españoles más allá de España tendemos a pensar en personas que han nacido en el país y luego emigrado, la realidad es bastante más compleja. Si nos fijamos en los datos del INE, la mayoría de los que residen fuera del país nunca emigraron, sino que nacieron en otro país y “heredaron” la ciudadanía de al menos uno de sus progenitores. De ellos, una amplia mayoría posee doble nacionalidad, lo que complica el concepto de español, pues los recipientes de esta doble ciudadanía tienen que “compartir” su identidad española con la de su país de nacimiento. Los hay también que nunca han ido a España pero han obtenido la nacionalidad a raíz de la Ley de Memoria Histórica, por ser descendientes de grupos tan dispares como exiliados republicanos o sefardíes expulsados en el siglo XVI. Esta diversidad lleva de vuelta a España, donde podemos encontrar una ciudadanía híbrida en los llamados “nuevos españoles,” esto es, aquellos que nacidos en otro país se han naturalizado tras la debida residencia en el país o su pasado bajo dominio colonial, como fue el caso de miles de ecuatoguineanos. Esta conexión con otros países es evidente en las llamadas “segundas generaciones” –ciudadanos españoles nacidos de al menos un padre extranjero–, ya que podríamos entenderlos como una “primera generación” de españoles.

Hay españoles que se fueron de España y luego regresaron, como el escritor Francisco Ayala y la filósofa María Zambrano; aquellos que no quisieron o no pudieron retornar, como la pintora María Blanchard y el cronista Arturo Barea; los pertenecientes a la llamada “fuga de cerebros”, esto es, investigadores y profesionales que, debido en gran parte a la falta de inversión española en I+D+i, la precariedad laboral o razones políticas se vieron abocados a emigrar, como el bioquímico Severo Ochoa y el psiquiatra Luis Rojas Marcos; quienes adoptaron otra nacionalidad, como las actrices Margarita Xirgu y María Casares; muchos que nunca han estado en España ni conocen ninguno de los idiomas del país; aquellos residentes en España que, nacidos en otro país, obtienen posteriormente la nacionalidad española, como las escritoras Najat el Hachmi y Carmen Posadas; los mal denominados “segunda generación” que sienten –o les hacen sentir– que no son “totalmente españoles”, como la autora Quan Zhou Wu y la cantante Concha Buika; muchos que, aun no siendo españoles, ven enfatizada su conexión con España debido a ser hijos de españoles, como Martin Sheen o Rita Hayworth, etcétera. Aunque hay muchos nombres destacados, la mayoría de aquellos cuya identidad va más allá del territorio español son desconocidos, anónimos, olvidados o nunca recordados. Tanto los conocidos como los invisibles –término tomado del fascinante libro Invisible Immigrants: Spaniards in the US (1868-1945) de James D. Fernández y Luis Argeo– son imprescindibles para entender la compleja identidad plural de esa España más allá de España. En esta época de globalización –o posglobalización–, el español global demuestra que es una identidad viva, vibrante, diversa y estimulante que se ha ido formando durante siglos y cuya concepción de pertenencia no queda definida por las fronteras.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *