Independencia de Escocia: teoría del caos

Pablo Colomer
 |  17 de septiembre de 2014

La pregunta es simple: “¿Debe Escocia ser un país independiente?”. A partir de ahí, la teoría del caos. El proceso puesto en marcha hace cuatro años llega a su clímax con el referéndum del 18 de septiembre. Con independencia del resultado, las consecuencias se harán sentir con fuerza más allá del Canal de la Mancha. El futuro de Europa, por qué no decirlo, está en juego. Y nadie tiene una idea exacta de cómo se desarrollarán los acontecimientos.

En este proceso de independencia se libran varias batallas políticas simultáneas en diferentes niveles: regional, estatal y europeo, conectadas unas con otras. La madre de todas ellas es la posible independencia de Escocia de Reino Unido. Derivada de ella, la probable adhesión de Escocia, en caso de triunfar el sí, a la Unión Europea. En tercer lugar, la posible salida de Reino Unido de la UE, que debería celebrar su propio referéndum de independencia antes de que acabe 2017. Y de propina, el proceso independentista catalán, que tiene previsto celebrar un referéndum consultivo el 9 de noviembre, todavía en el aire.

La tentación de explicar el proceso con teorías más manejables es grande, dada la magnitud de los intereses en juego. La teoría del dominó, muy popular en los años cincuenta y sesenta, tal vez podría servir. Unas de las posibles secuencias, simplificada, iría así, en caso de victoria del sí: Escocia sale de Reino Unido–Reino Unido sale de la UE–Escocia entra en la UE. La explicación: los escoceses son más europeístas que los ingleses y menos proclives a votar por los conservadores, los promotores del referéndum; resulta plausible, pues, que un Reino Unido sin Escocia sin inclinase a favor del denominado Brexit; producido este, no sería disparatado pensar que los demás Estados europeos verían con mucha más simpatía la candidatura escocesa. ¿Por qué? Como explica Ignacio Molina en este artículo en #PolExt161, los otros Estados miembros, preocupados por impedir contagios, harían de la necesidad virtud y aprovecharían la adhesión de Escocia para introducir en los tratados de la UE una regulación expresa que dificultara extraordinariamente otras aspiraciones secesionistas: aceptamos Escocia con la condición de cerrar el grifo ahí. Nadie más sale, nadie más entra.

 

Cosas que no sabemos que no sabemos

Sin embargo, pequeñas variaciones en las condiciones iniciales pueden implicar grandes diferencias en el desarrollo del proceso. De ahí que resulte más apropiado agarrarse al clavo ardiendo de la anárquica teoría del caos, en lugar de a la burguesa teoría del dominó, para reconocer que no tenemos ni idea de lo que se nos viene encima. Sí, estamos a las puertas de un laberinto rumsfeldiano: por el momento, hay cosas que sabemos que no sabemos, pero las cosas que no sabemos que no sabemos podrían estar a la vuelta del referéndum.

¿Si vence el no, el Brexit es menos probable? ¿Si vence el sí pero Reino Unido no abandona la UE, lo tendrá más fácil Escocia para entrar la Unión? ¿Y el caso catalán? Si vence el sí y la UE acepta a Escocia, ¿lo tendrán más difícil o más fácil los independentistas en Cataluña?

A continuación, algunas respuestas.

En el último número de Política Exterior dedicamos tres artículos a analizar el meollo de la cuestión desde diferentes ángulos. Borja Bergareche analiza la batalla por la independencia light escocesa, donde Braveheart ha quedado aparcado y, en lugar de agitar banderas blanquiazules y el resentimiento contra los ingleses, Alex Salmond, líder escocés, ha preferido hablar de guarderías y bajas de maternidad, más que de la supuesta gloria eterna de los pueblos libres.

“La campaña ‘Sí Escocia’ ha construido un inteligente imaginario independentista fundado en tres pilares –explica Bergareche–: la decisión consciente de renunciar al patriotismo esencialista, la promesa de una secesión indolora, y la articulación de un modelo económico socialdemócrata con fuertes resonancias nórdicas”.

Ignacio Molina se ocupa, en el artículo antes citado, de la problemática pertenencia a la UE tras una secesión. Saber hasta qué punto será posible readherirse rápidamente a la UE se ha convertido en uno de los aspectos más discutidos de los procesos independentistas en marcha. Según Molina, aun admitiendo que no resulta jurídicamente imposible una rápida readhesión o una situación transitoria aceptable para Escocia, la discusión relevante no es la jurídica. “Tienen razón los impulsores y comentaristas cercanos al proceso independentista escocés cuando dicen que no existe precedente y que, al final, el Derecho europeo se interpretará de forma pragmática y subordinado a la política –apunta Molina–. Otra cosa bien distinta es hasta qué punto el escenario político que tienen en mente responde de verdad a la realidad, considerando que se requiere la unanimidad en cualquiera de los posibles caminos elegidos”.

Dado el carácter legal, pactado, del proceso de independencia escocés, ningún miembro de la UE vetaría su candidatura, argumenta Molina. Sin embargo, sí es bastante probable que alguno presionase con éxito al Consejo de la UE (en una decisión donde cada Estado miembro tiene derecho de veto) para considerar a Escocia un caso ordinario de ampliación, lo que implicaría una lenta negociación. Además, en la medida que el cierre del proceso estaría de nuevo sometido a la unanimidad de los gobiernos y la ratificación parlamentaria nacional, el ritmo podría estar marcado por los intereses políticos de los Estados menos entusiasmados en que se vea que resulta sencillo independizarse y ser acogido enseguida por la UE. Si a ello se suma la existencia de otros dossieres previos de ampliación tremendamente complejos, como el de Turquía, la capacidad de cualquiera de los Estados para retrasar la posible adhesión de Escocia sin gran coste político es muy elevada. “Desde luego, los 18 meses contados a partir de septiembre de este año para completarlo todo –plazo del que suele hablar el actual gobierno de Edimburgo– parecen totalmente inalcanzables”, sentencia Molina.

Por último, Mats Persson se ocupa de las relaciones entre Reino Unido y la UE, en horas bajas. Si David Cameron es reelegido primer ministro se ha comprometido a celebrar un referéndum sobre la permanencia como miembro de la UE antes de finales de 2017. Previamente, sin embargo, intentará renegociar una serie de reformas de la UE centradas en restringir el poder de Bruselas. En palabras de Cameron, “la Unión Europea debe ser capaz de actuar con la rapidez y la flexibilidad de una red, y no con la torpe rigidez de un bloque”. Si la UE sigue empeñada en ser un bloque, Reino Unido no tendrá más remedio que abandonarlo.

¿Qué probabilidades hay de que Reino Unido abandone realmente la Unión? “En este momento, sitúo en alrededor del 15-20% el riesgo de que el país se vaya en la próxima década”, pronostica Persson.

 

España y Cataluña, ante el espejo británico

En estos momentos, según las últimas encuestas sobre el referéndum escocés, el “No” vence por estrecho margen al “Sí”. De acuerdo con Peter Kellner, presidente de YouGov, “un final cerrado parece probable, y una victoria del ‘Sí’, una posibilidad real”. La sensación es que, en todo caso, sea cual sea el resultado, la sangre no llegará al río y todo el mundo estará a la altura de las circunstancias. Los victoriosos actuarán con magnanimidad y los derrotados podrán mantener la cabeza alta, al haber luchado en buena lid. No está mal para una relación que, desde los tiempos de William Wallace y Eduardo I, ha tenido su cuota de sufrimiento y horror.

¿Sucederá lo mismo con el proceso catalán? Lo explica Josep M. Colomer en el monográfico de Política Exterior titulado Cataluña, claves para España y Europa, al comparar el proceso escocés con un partido de tenis y el catalán con una corrida de toros. “Estoy seguro de que, como hacemos los que jugamos al tenis, cuando acaben el match Cameron y Salmond se estrecharán la mano –cuenta Colomer–. En cambio, en el litigio entre España y Catalunya da la impresión de que las dos partes participan en una corrida de toros”. O toro o torero, rara vez ambos salen indemnes.

Por tanto, si algo tienen que aprender los gobiernos catalán y español del caso escocés es que en democracia, la forma es el fondo. A partir de ahí, nadie sabe nada.

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