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Dos mujeres usando mascarillas rellenan sus papeletas de votación por correo en Orlando, Florida, en octubre de 2020. GETTY

Las democracias deben unirse y mirar hacia dentro

La creación de una nueva coalición de democracias no resolverá los problemas del mundo, pero puede reconstruir la confianza y hacer frente a las vulnerabilidades que aquejan a las sociedades democráticas.
Hans Kundnani y Edward Fishman
 |  29 de enero de 2021

“La democracia está en la papeleta” fue un eslogan utilizado por los partidarios de Joe Biden durante la campaña presidencial de Estados Unidos. Enfatizaba la idea de que Donald Trump suponía una grave amenaza para la democracia estadounidense y prometía descartar la afinidad por los autócratas y restaurar la democracia como guía para el papel de Estados Unidos en el mundo.

Biden no es el primer presidente que hace hincapié en la democracia en la política exterior estadounidense, pero tiene la oportunidad de hacerlo de una forma fundamentalmente nueva: reuniendo a las principales potencias democráticas para que se centren en solucionar los problemas de sus sociedades.

Desde la caída del muro de Berlín, los expertos han explorado ideas para hacer de la cooperación entre democracias una parte más integral de la política exterior estadounidense. En el último año de la presidencia de Bill Clinton, la secretaria de Estado Madeleine Albright convocó a un grupo de 106 ministros de Asuntos Exteriores en Varsovia para lanzar la Comunidad de las Democracias, una coalición intergubernamental que todavía existe. Sin embargo, aunque bienintencionada, su amplia composición, que incluye varios países con escasas credenciales democráticas, ha obstaculizado su eficacia. Guatemala y Hungría, ambos clasificados como “parcialmente libres” por Freedom House, forman parte del consejo de gobierno de la Comunidad de Democracias, compuesto por 31 miembros, mientras que Australia, Francia y Alemania no están.

Durante su campaña para la presidencia en 2008, el senador John McCain volvió a abordar el concepto y propuso crear una Liga de Democracias. La veía como una organización orientada al exterior, cuyo objetivo principal sería legitimar políticas como la intervención humanitaria “con o sin la aprobación de Moscú o Pekín”. Se trataba de una idea nacida de una experiencia histórica concreta, a saber: la incapacidad de George W. Bush para conseguir la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU durante la invasión de Irak en 2003. Tal como lo veían McCain y otros neoconservadores, la liga permitiría a EEUU llevar a cabo la agenda de Bush incluso cuando se opusieran Estados autoritarios.

Cuando Barack Obama tomó posesión de su cargo en 2009, la idea de situar la democracia en el centro de la política exterior estadounidense había quedado asociada al neoconservadurismo y las políticas fallidas de Bush. Y esta idea desapareció cuando el mundo se enfrentó a la peor crisis financiera desde la Gran Depresión y las riendas de la recuperación económica quedaron en manos del G20: un club de grandes potencias que incluye a autoritarios acérrimos como China, Rusia y Arabia Saudí.

Ahora, el regreso se produce cuando las democracias comienzan a unirse en torno a la convicción de que deben cooperar más estrechamente en medio de la preocupación por la creciente influencia china. En mayo de 2020, el gobierno de Reino Unido propuso crear un grupo de democracias (D10) que incluya al actual G7 más las tres principales democracias del Indo-Pacífico: Australia, India y Corea del Sur.

Mientras tanto, en la campaña presidencial, Biden habló de convocar en su primer año de gobierno una Cumbre para la Democracia: un encuentro mundial para impulsar nuevos compromisos en la lucha contra la corrupción y la protección de los derechos humanos. Los ecos de la Comunidad de Democracias de Albright y la Liga de Democracias de McCain son inconfundibles. Lo que ha cambiado es que esas viejas ideas surgieron cuando muchos creían que el propio desarrollo político y económico de Occidente estaba completo, y todo lo que quedaba era remodelar el resto del mundo a su propia imagen. Desde aproximadamente 2016, las vulnerabilidades se han hecho cada vez más evidentes y los analistas de política exterior se han centrado cada vez más en las amenazas externas a las democracias, especialmente en la cuestión de la interferencia extranjera en las elecciones nacionales.

La idea de una coalición de democracias ha resurgido, pero esta vez –en lugar de difundir la democracia– tendría como objetivo defender la democracia contra las amenazas de los Estados autoritarios. El D10 se propuso en parte para que las democracias crearan alternativas a China en el 5G y se hicieran más “resistentes”a las amenazas de Estados autoritarios. Pero esto solo externaliza un problema interno. China y Rusia no son la causa de la disfunción en las democracias, simplemente la han explotado.

La idea original neoconservadora de una coalición debería darse la vuelta y reinventarse para una época en la que somos más modestos y conscientes de los problemas de nuestras democracias. Tiene sentido que las democracias cooperen pero, en lugar de centrarse principalmente en las amenazas externas, deberían centrarse en los problemas internos a los que se enfrentan conjuntamente como democracias. Estos problemas son los que las hacen vulnerables a la injerencia extranjera en primer lugar y, por tanto, en lugar de definirse como “antichina” o “antirrusa”, una coalición de democracias debería ser “pro-democracia”: un grupo que promueva iniciativas ambiciosas que fortalezcan y reaviven la confianza en la competencia de los gobiernos democráticos. Debería centrarse menos en la resistencia y más en la reforma.

Un área especialmente prometedora para que las democracias cooperen es la política económica, ya que muchos de los problemas que afectan a las democracias se derivan, al menos en parte, de las características de la economía global. Las empresas multinacionales privan a los gobiernos nacionales de ingresos fiscales explotando los paraísos fiscales, los oligarcas y los cleptócratas canalizan el dinero a través de fronteras para ocultar su origen, mientras que los gigantes tecnológicos y otras grandes empresas enfrentan a los gobiernos entre sí y crean una “carrera hacia los mínimos” en materia de regulación e impuestos.

La coalición de democracias no debería ser un proyecto de integración como la Unión Europea o la Organización Mundial del Comercio, que implica que las democracias pongan en común su soberanía. Debería ser un foro para compartir las mejores prácticas y colaborar en iniciativas que se lleven a cabo de forma voluntaria. En ese sentido, sería más parecida al G7 o al G20. Pero, a diferencia de cualquiera de esas organizaciones, sería regionalmente diversa y se basaría en valores compartidos.

Centrar una coalición en la resolución de los problemas internos no significa, desde luego, abandonar la idea de extender la democracia al resto del mundo, pero sí implica ser más paciente y realista al respecto. Las democracias solo pueden ser un modelo si demuestran que funcionan mejor que los Estados autoritarios, por lo que el primer paso es que vuelvan a ser funcionales. Una coalición de democracias puede ayudar a ello.

1 comentario en “Las democracias deben unirse y mirar hacia dentro

  1. Felicito a Kundnani y Fishman. Esto es lo que hace falta. Pero hay países del Tercer Mundo que han hecho funcionar la democracia y tienen mucho para aportar. No deberían ser excluidos

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