Ulysses S. Grant, general de la Unión y después presidente de EEUU, en un retrato de mediados del siglo XIX./GETTY

Overland

Jorge Tamames
 |  2 de marzo de 2020

En las primarias demócratas y las elecciones presidenciales de 2020, que se celebrarán en noviembre, no solo está en juego el futuro de Estados Unidos, sino también el impacto de su siguiente presidencia en el resto del mundo. Desde Política Exterior cubriremos el proceso con una serie especial, coordinada por Jorge Tamames. 

 

Matthew Karp, historiador de izquierdas y profesor en Princeton, compara el avance del socialista Bernie Sanders en las primarias demócratas con la campaña de Overland. “Combate brutal, de desgaste –resistido por oponentes determinados y asentados– que pese a todo resulta en una victoria decisiva e histórica”. Overland: una sucesión de batallas en Virginia, durante la primavera de 1864, en las que el general Ulysses S. Grant no logró tomar Richmond, la capital confederada, y sufrió más bajas que su adversario, Robert E. Lee. Pero la Unión obtuvo una victoria estratégica, mostrándose capaz de abrumar al sur con un mayor número de tropas y efectivos. Richmond caería un año después.

La guerra civil americana a menudo se recuerda como el primer conflicto moderno. En él se impuso la parte con mayor capacidad industrial y un arma tan nueva como decisiva: el tren. Un total de 35.000 kilómetros de trazado ferroviario en el norte –contra 15.000 para el sur– que se tradujeron en un flujo constante de soldados y material al frente. En condiciones así, como reza la famosa frase, la cantidad adquiere su propia calidad.

Volvamos a 2020. A finales de febrero, las tropas de Sanders, tras un arranque prometedor a su campaña insurgente –ganaron el voto popular en los Estados de Iowa, New Hampshire y Nevada, este último de manera arrolladora–, sufrieron un revés considerable. Primero se intensificó el bombardeo de opinólogos y tertulianos, conscientes por fin de que Sanders puede obtener la nominación. Le acusaron de ser demasiado radical, anunciaron conchabeos imaginarios con la Rusia de Vladímir Putin y la Cuba de Fidel Castro, que falleció en 2016. Una técnica que ya se ensayó aquel año, sin éxito, para frenar a Donald Trump. Después llegó el fuego graneado de los demás candidatos en el debate televisado del 25. La alianza contra el frontrunner era de esperar, pero incluso Elizabeth Warren, supuesta compañera de Sanders en el ala izquierda del partido, anunció que no apoyará a un candidato con una pluralidad en vez de una mayoría absoluta de delegados. Maniobra para boicotear a Sanders en la convención demócrata de julio que rompería al partido en dos, garantizando la reelección de Trump en noviembre.

El 29, por último, llegó la primera derrota electoral de 2020. En Carolina del Sur, el votante afroamericano y de mayor edad se decantó por Joe Biden, candidato del establishment demócrata que hasta ahora solo acumulaba derrotas. Biden obtuvo casi un 50% de los votos; Sanders, en segundo puesto, quedó 30 puntos detrás. Ecos de 2016, cuando el senador socialista no fue capaz de ganar apoyo entre votantes negros y Hillary Clinton le dobló el brazo en los Estados del sur. La base electoral de Sanders en 2020 es la más diversa, amplia y dinámica de todos los candidatos, pero el camino a la nominación no será fácil. Combate brutal, de desgaste, resistido por oponentes determinados y asentados.

 

 

 

Partido, dinero, o gente

Hasta ahora, sin embargo, ese combate ha consistido en una sucesión de escaramuzas. Los cuatro early states suman 154 delegados. El 3 de marzo, el Super Tuesday, entran en juego 15 Estados: entre ellos California (primero en población y PIB, 415 delegados) y Texas (segundo en población y PIB, 220 delegados). A este super martes siguen dos mini-martes con comicios en varios Estados y un cuarto con primarias en Georgia, de modo que a finales de mes estarán repartidos más del 60% de los delegados demócratas. Para evitar una convención dividida, Sanders necesita hacerse con más de 1.990.

Biden llega a esta cita con inercia y tal vez sea capaz de aglutinar el voto de centro, hasta ahora compartido con candidatos como Amy KlobucharPete Buttigieg, que acaba de suspender su campaña. La cuestión es si el aparato demócrata es capaz de auparle, en una era en que los partidos políticos, cartelizados y horadados, han dejado de ser las máquinas electorales que fueron en el pasado. El historial moderado –o abiertamente conservador– de Biden no entusiasma entre las bases demócratas. Su avanzada edad le juega malas pasadas en campaña. En el sur, no obstante, el aparato del partido parece retener control: el 47% de los votantes en Carolina del Sur, según las encuestas a pie de urna, decidieron su voto gracias al apoyo a Biden del influyente congresista James Clyburn. Como en 2016, el establishment demócrata negro pone palos en las ruedas de Sanders.

El super martes aparece además un nuevo contendiente, Michael Bloomberg. Multimillonario –fundó las terminales financieras y posteriormente el imperio mediático que lleva su nombre– y exalcalde (2002-2012) de Nueva York, nunca ha ocultado su interés por la presidencia. Pero su campaña actual no tiene precedentes. Evitando los comicios en los early states, Bloomberg ha optado por presentarse como el anti-Sanders de marzo en adelante. Para ello ha destinado cifras exorbitantes (400 millones de dólares: una nimiedad, por otra parte, en relación con su fortuna, que asciende a 56.000 millones: unas veinte veces la de Trump) a una campaña mediática por tierra, mar y aire. Anuncios televisados, influencers en redes y hasta una red de alcaldes vinculados a sus generosos proyectos de financiación municipal –filantropía supuestamente desinteresada– atosigan desde hace meses al votante demócrata. El propio partido se ha visto influenciado por esta presión, modificando su reglamento interno para permitirle participar en los debates contra otros candidatos.

 

 

Se trata, con todo, de una competición sugerente. En la que se medirá hasta dónde es el dinero útil por sí solo. Bloomberg es un personaje antipático para las bases demócratas: perteneció al Partido Republicano hasta 2007 y apoyó la reelección de George W. Bush. Acumula un extenso historial de declaraciones y comportamientos machistas con sus empleadas. Sobre las relaciones laborales, recomienda seguir su ejemplo: “ser el primero en llegar y el último en salir, tomar el mínimo de vacaciones y tiempo fuera del despacho para ir al baño o comer”. Como alcalde, Bloomberg potenció el programa de hiper-vigilancia policial en barrios negros y latinos que heredó de su predecesor, convirtiendo Nueva York en un panóptico gigante. Aunque terminó pidiendo perdón por el proyecto –que los propios juzgados neoyorquinos limitaron–, en declaraciones privadas sigue defendiéndolo.

Frente al aparato demócrata y el intento de ganar elecciones a golpe de talonario queda la tercera opción. Entre 2016 y 2020, Sanders ha configurado una máquina de guerra electoral imponente: voluntarios que acuden en masa a convencer a otros votantes o realizar micro-donaciones; trabajadores y jóvenes convencidos de que las medidas del senador socialista –sanidad pública universal, educación universitaria gratuita, impuestos a las grandes fortunas– pueden marcar un cambio inmenso en sus vidas, pero serán imposibles de realizar sin un movimiento organizado que le empuje y presione incluso –especialmente– si llega a la Casa Blanca.

La campaña de Sanders navega una paradoja curiosa. Se enfrenta al conjunto del partido y hace frente a una ofensiva mediática, pero los ataques sensacionalistas y el superávit de candidatos centristas parecen jugar en su favor. “Es obvio que el beneficiario accidental de la campaña de gasto masivo del exalcalde de Nueva York es Sanders”, observa el columnista del Financial Times Edward Luce. Biden se consolida como la principal alternativa a Sanders, pero Bloomberg no se ha gastado una fortuna para abandonar su candidatura antes incluso de que arranque.

Partido, dinero, o gente. ¿Quién se impondrá tras la campaña de Overland? ¿Con qué arma decisiva? En Texas y California, las encuestas favorecen a Sanders.

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