¿Pero qué es noticia en África?

Myriam Redondo
 |  15 de abril de 2015

150 periodistas y académicos de Estados Unidos han pedido públicamente al canal CBS que corrija sus estereotipos sobre África. Dicen que su programa 60 minutos recurre en exceso a los protagonistas blancos, así como a relatos de catástrofes y vida salvaje. La crítica es recurrente.

El autor de la carta pública es Howard French, excorresponsal de The New York Times durante 23 años en África y Asia y actual profesor asociado de la Facultad de Periodismo de Columbia. French, que dice haber visto el programa de la CBS durante décadas, considera que no ofrece apariciones sustanciales a las personas de ascendencia africana y que no otorga sentido a los países visitados.

Tras trasladarse a Liberia para realizar un reportaje sobre el ébola, una de las corresponsales más conocidas del canal, Lara Logan, reflejó a los liberianos como víctimas silentes de la enfermedad, pese a que también –subrayan los firmantes– han realizado un enorme esfuerzo como doctores, enfermeros o voluntarios. Estaban a tiro de piedra de la periodista, salían en el encuadre, pero ella no les preguntó.

60 minutos está orgulloso de su cobertura de África y ha recibido un reconocimiento considerable por ello”, ha respondido un portavoz de la CBS a la Columbia Journalism Review. El canal ha contactado con French para discutir más ampliamente sobre la cuestión.

En la misiva se asume que en las próximas décadas el continente será escenario de algunos de los desarrollos más significativos del planeta, con un crecimiento sin precedentes de la población, un gran cambio económico y urbano y, potencialmente, la reconfiguración a gran escala de algunos de sus estados. “Nos gustaría ver a 60 minutos repensando su acercamiento a África”, expresan los signatarios.

Las redes sociales se encienden cada vez más por el escaso interés (o el tratamiento erróneo) de los medios estadounidenses y europeos hacia conflictos y víctimas de países africanos, como si su muerte fuera menos importante que las que se producen en el mundo occidental.

Una viñeta que reflejaba a la prensa atendiendo únicamente a las víctimas blancas del ébola se hizo viral. Y surgieron quejas al comparar los crímenes de Charlie Hebdo en París (12 muertos) con los de Garissa, en Kenia (fallecieron 147 universitarios). Ambos fueron ataques del extremismo islámico, pero el primero provocó una conmoción política y mediática y una manifestación con presencia apabullante de líderes mundiales en París, mientras el segundo consiguió mucha menos atención. Tras Garissa, la activista keniata Ory Okolloh propagó en Twitter la etiqueta #147notjustanumber para concienciar sobre la existencia de personas detrás de las cifras. También en África.

 

Qué es noticia

El debate sobre los estereotipos de África y sobre el olvido mediático del continente es antiguo (Política Exterior ya lo trató tras el secuestro de las niñas de Chibok y con la cobertura del ébola). Hay un listado irónico bastante popular sobre cómo contar bien el continente. También hay críticas a los errores que los medios cometen con los mapas, confundiéndose a menudo con los países africanos. El problema se extiende a las noticias de otras zonas subdesarrolladas, en desarrollo o en conflicto y entronca con el mismo epicentro de la profesión. Muchos internautas se preguntan: ¿por qué esto es noticia, o se trata de manera cuidadosa, y esto otro no?

Hay un estudio seminal en la materia que, pese a haber sido contestado académicamente (aquí un análisis de Rafael Díaz Arias) mantiene en pie muchas de sus observaciones sobre lo que son valores noticiosos, como puede constatar aquel que siga los informativos. Tras analizar la cobertura en conflictos de Congo, Cuba y Chipre, Johan Galtung y Mari Ruge concluyeron en 1967 que existen ocho criterios que determinarán si un acontecimiento será noticia internacional: a) frecuencia (tiene un desarrollo rápido y encaja en el plan temporal de los medios); b) amplitud (cuanto más violento sea un crimen, más interesa); c) claridad (se prefiere lo que está libre de ambigüedades, como poder distinguir fácilmente entre buenos y malos); d) significación (el asunto es interpretable dentro de las pautas culturales de quien lo escucha); e) consonancia (encaja en la imagen previa que la persona tiene del mundo); f) imprevisibilidad (sucesos inesperados o raros que retan nuestra visión y marco cultural también pueden atraer la atención); g) continuidad (si algo ha alcanzado el estatus de noticia lo seguirá siendo un tiempo); y h) composición (se requiere un producto final equilibrado y si ha habido muchas noticias internacionales ese día, la décima puede caer de la escaleta aunque cumpla los criterios anteriores).

Según los autores, hay que sumar a esa lista otros factores socioculturales de selección que influyen en Occidente: interesan más los acontecimientos que implican a naciones de la élite, conciernen a personalidades de la élite, pueden atribuirse a personas concretas y son negativos.

En principio, el episodio que sume más criterios/factores de los anteriores ganará en atención mediática. El proceso puede ser un colador que impide el paso a muchas realidades africanas, en cuya narración pueden faltar la frecuencia, la claridad, la significación, la consonancia, la continuidad y el encaje en la composición. Que las noticias africanas superen el filtro solo es fácil cuando el acontecimiento está forzadamente acercado a los factores anteriores o es especialmente exótico (imprevisibiliad) o violento (amplitud), además de implicar a individuos occidentales (concreción personal y elitismo).

La asunción de que los medios no atienden a los conflictos africanos porque “no les interesa” es fácil pero simplista. Es, de hecho, la línea de los análisis más críticos con Galtung y Ruge: que los medios «se mueven por su puro interés». Muchos internautas afilan aún más: a la prensa no le interesa el tema «porque son personas de color». Pero en la cobertura de África y los países subdesarrollados o en conflicto hay dos aspectos importantes que conducen a mirarse más a uno mismo y menos a los periodistas.

El primero es la logística. Simplemente no es fácil ni barato, y menos con historias sostenidas en el tiempo. Hace poco, el periodista de la BBC Will Ross explicaba desde Nigeria por qué seguir el caso de las niñas secuestradas en Chibok y muchos similares, como exigen en las redes sociales, no es tan sencillo como los lectores piensan. Entre otras cosas, puede ser imposible llegar al lugar de los hechos o este hace difíciles las comunicaciones por carecer de cobertura; si se hallan testigos de lo sucedido, seguramente estén corriendo para salvar su vida, no para hablar con un periodista.

El segundo aspecto de interés es que los ciudadanos, que tienen ahora la capacidad de demostrar qué les interesa y que no, a veces fallan por encima de los medios. El pasado marzo, la cadena Al Jazeera publicó en su web contenido abundante y especial sobre los cinco años del inicio de la guerra en Siria. Hubo un descenso claro de visitas, y fue aún más acusado que la paulatina pérdida de interés sobre el conflicto que lleva detectando el equipo de este sitio web desde que estalló la violencia en 2012.

“Cuando tuiteábamos la acusación de que al mundo no le importa [Siria] mucha gente retuiteaba. Pero la mayoría no hacía click en el enlace para leer nuestras historias”, dice el periodista Barry Malone. Para este reportero de Al Jazeera, “nuestra indiferencia es algo sobre lo que deberíamos pensar y hablar. Como periodistas, deberíamos cuestionarnos nuestro desempeño. Como personas, nuestra humanidad”. Malone cree que ambos, periodistas y ciudadanos, podemos hacerlo mejor.

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