Sri Lanka demanda un cambio

 |  14 de enero de 2015

Las elecciones del 8 de enero en Sri Lanka dieron a última hora un giro inesperado. Se confiaba en un tercer mandato del presidente Mahinda Rajapaksa, en el poder desde 2005. La victoria, no obstante, fue para su principal oponente, Maithripala Sirisena, a pesar de que Rajapksa había adelantado las elecciones dos años guiado por su astrólogo y confiando en su buena estrella. Rajapksa tenía además a su favor que durante su mandato el país ha experimentado una gran mejora económica: la deuda externa se ha reducido y el PIB crece alrededor de un 7% anual. Sin embargo, la corrupción y el nepotismo sin complejos han inclinado la balanza al otro lado. Rajapksa nombró ministros a dos de sus hermanos y a un tercero presidente del parlamento, además de encarcelar al líder de la oposición, Sarath Fonseka.

Sirisena, ministro de salud del gobierno, decidió desvincularse de Rajapksa y presentarse él mismo a presidente. Su campaña se ha basado en la lucha contra la corrupción, objetivo que pretende conseguir cambiando el sistema presidencialista por uno parlamentario, restando poderes a la figura presidencial. Además, se presenta como un hombre sencillo y rural, calificándose a sí mismo con un granjero.

Determinante para su victoria ha sido el voto de las minorías étnicas, que es en realidad un voto anti-Rajapksa, más que pro-Sirisena. En Sri Lanka conviven principalmente tres grupos étnicos: los cingaleses budistas (74%), los tamiles (18%) y los musulmanes (7%). Desde la independencia de la antigua Ceilán, los cingaleses han ostentado el poder marginando al resto de grupos, lo que llevó al aumento de la tensión entre el gobierno y los tamiles. Los conflictos desembocaron finalmente en la aparición de la guerrilla terrorista de los Tigres Tamiles, sumiendo a Sri Lanka en una guerra civil entre los rebeldes y el gobierno (1983-2009). Rajapksa fue quién puso un punto y final a la conflicto, lo que aumentó su popularidad y aseguró su reelección. Sin embargo, el fin de la guerra tuvo un alto precio.

La ofensiva de la victoria se cobró 20.000 vidas, la mayoría civiles. Los testigos afirman que el gobierno bombardeó hospitales e impidió el acceso de organizaciones humanitarias, que no pudieron ni si quiera distribuir comida. Sri Lanka es el país con más desapariciones del mundo y aún hoy el gobierno no ha permitido una investigación internacional sobre los hechos. Aunque el conflicto ha finalizado, Amnistía Internacional afirma que en 2013 se denunciaron 20 desapariciones y 500 detenciones forzosas para “rehabilitación”.

El Foro de la Sociedad Civil Tamil y la Alianza Nacional Tamil llamaron a no votar a Rajapksa, quedando como mal menor, y única opción creíble, Sirisena. Sin embargo, los tamiles no pueden estar seguros de que bajo la nueva presidencia su suerte será mejor. “No permitiré que el presidente Rajapaksa, su famila ni ningún miembro de las fuerzas armadas sea juzgado por ningún tribunal internacional”, ha afirmado Sirisema. Recientemente, también dejó claro que no otorgaría mayor autonomía a las provincias tamiles.

En cuanto a las minorías musulmanas, que también denuncian abusos por parte de grupos nacionalistas budistas, tampoco está claro que Sirisena vaya a ofrecerles una solución. El presidente no tiene intención de cambiar la posición privilegiada que la Constitución garantiza al budismo, tras las promesas electorales que hizo a los grupos budistas que le apoyaron.

 

¿Una nueva orientación exterior?

Sri Lanka tiene una posición estratégica privilegiada, lo cual ha beneficiado su relación con los países de la región. Con India ha mantenido históricamente una relación muy estrecha, deteriorada durante los mandatos de Rajapaksa. El presidente se mantuvo muy próximo a China, país clave para la victoria en la guerra civil. El 70% del armamento srilanqués es made in China y el gigante asiático es el primer donante e inversor del país, con cifras de aproximadamente 500 millones de dólares en proyectos de desarrollo.

La opinión de que el país comienza a depender demasiado de China se abre camino en Sri Lanka. La estrecha relación ha puesto en alerta a India, sobre todo después de que submarinos chinos atracaran en el puerto de Colombo, la capital del país. Ashok K. Meta considera que con el cambio presidencial “es el momento para Nueva Delhi de recuperar el espacio estratégico que perdió a favor de Pekín”. Y aunque aún es pronto para saber que camino tomará Sirisena, de momento ya ha anunciado que rechazará uno de los mayores proyectos chinos de política exterior, la construcción de un nuevo puerto marítimo de 1.500 millones de dólares en Colombia –rubricado personalmente por el presidente Xi Jiping–, que estaba llamado a formar parte de la «ruta marítima de la seda».

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