La gestión de la relación con Irán es uno de los equilibrios más complejos –y por tanto inestables– de la administración Trump. GETTY

Trump busca una confrontación inútil con Irán

Jorge Tamames
 |  18 de enero de 2018

“El acuerdo nuclear es lo que impide que Estados Unidos entre en guerra con Irán”, advertía recientemente Juan Cole, experto en Oriente Próximo y catedrático en la Universidad de Michigan. De ser así, el futuro de la región es inquietante. Aunque el acuerdo nuclear alcanzado en 2015 se mantiene en pie, lo hace de manera precaria: supeditado a los caprichos de Donald Trump y amenazado tras las protestas recientes contra el régimen de los ayatolás.

El 12 de enero, el acuerdo se aseguró cuatro meses más de vigencia. El presidente estadounidense, que había amenazado con no revalidarlo, rechazó esta opción temporalmente. Pero indició que se trata de la “última oportunidad” y que, de no lograr que sus socios europeos endurezcan las condiciones sobre Irán de aquí a 120 días, permitirá que el acuerdo expire. Al mismo tiempo, EEUU ha impuesto sanciones a 14 individuos y compañías asociadas con la represión de las protestas. Entre ellos figura Sadeq Larijani, principal autoridad judicial de Irán.

Además de exigir un aumento de inspecciones que no está contemplado en el tratado original, EEUU acusa a Irán de violar el “espíritu” del acuerdo con acciones que Washington desaprueba: apoyando a grupos armados como Hezbolá en Líbano o los huzíes en Yemen, así como desarrollando misiles balísticos (que no cabezas nucleares). La cuestión, como han destacado otros países firmantes, es que se trata de un acuerdo nuclear y no un pacto para circunscribir las políticas regionales de Irán. Que la acción exterior de Teherán no le resulte conveniente a Washington es harina de otro costal.

La gestión de la relación con Irán es uno de los equilibrios más complejos –y por tanto inestables– de la administración Trump. El presidente prometió acabar con el acuerdo de Barack Obama, pero una confrontación abierta con Irán incumpliría sus promesas de campaña, entre las que se incluía una política exterior poco intervencionista. Por otra parte, los generales y asesores que le han recomendado mantener el acuerdo (principalmente James Mattis y H.R. McMaster) no han disimulado su hostilidad respecto a Irán en el pasado. Azuzar el conflicto con Teherán lograría reconciliar a Trump con la facción neoconservadora del Partido Republicano. Henry Kissinger, que asesora entre bambalinas al presidente, opina que la influencia de Irán en la región aumentaría si cae el Estado Islámico.

 

Los límites del poder americano

La cuestión clave es que, a pesar de lo que Cole advierte, el acuerdo no es lo único que impide un conflicto entre Irán y EEUU. Para entender qué pasaría si Trump intentase zanjar la cuestión por la fuerza conviene remontarse al Millenium Challenge, un ambicioso juego de guerra celebrado por las fuerzas armadas estadounidenses en 2002.

Con un presupuesto de 250 millones de dólares y 13.500 efectivos movilizados para desarrollarlo, MC era el simulacro bélico más ambicioso de la historia de EEUU. Presentaría un conflicto hipotético en el Golfo Pérsico, donde el equipo azul, representando a EEUU, debería neutralizar a un rival regional con pretensiones hegemónicas y armas de destrucción masiva (es decir, Irán o Irak).

El ejercicio, que se presentaba como un paseo por el campo para el Pentágono, se torció cuando el comandante del equipo rojo, Paul Van Riper, decidió emplear métodos no convencionales para laminar la superioridad militar americana. Empleando barcas cargadas de explosivos, Van Riper logró inutilizar el principal grupo aeronaval estadounidense, hundiendo 19 naves de guerra –entre ellas un portaaviones– y cercenando la capacidad de proyección estadounidense.

Según recuenta el especialista en seguridad Mikah Zenko, en la sala se produjo un silencio largo e incómodo. Los organizadores del simulacro, incapaces de asimilar el golpe, optaron por continuar con el ejercicio como si no hubiese ocurrido nada. Reflotaron los buques virtuales hundidos e impidieron al equipo rojo frenar el desembarco de marines en la costa con baterías antiaéreas móviles, o recurrir al uso de armas químicas. Indignado por lo que consideraba un desenlace amañado, Van Riper dimitió como comandante del equipo rojo.

El escándalo no tardó en filtrarse a la prensa, causando un bochorno considerable entre las autoridades estadounidenses. Los informes internos del Pentágono terminaron por dar la razón a Van Riper, si bien no se hicieron públicos hasta una década después. La lección del ejercicio –que un comandante iraní creativo podría anular la capacidad de proyección estadounidense en el Golfo– continua vigente.

Otro estorbo considerable para Trump se encuentra en el plano diplomático. Los socios europeos que firmaron el acuerdo nuclear se oponen a una anulación caprichosa. Consideran que el acuerdo está funcionando y no quieren restaurar el régimen de sanciones ahora que les es posible invertir en Irán. A mediados de enero, los ministros de exteriores de Francia, Alemania, Reino Unido e Irán se reunieron con Federica Mogherini para expresar su rechazo a la línea de Trump.

Trump puede ningunear a sus socios europeos en aras de la coalición anti-iraní de Oriente Próximo, liderada por Arabia Saudí y apoyada tácitamente por Israel. Es lo que ha hecho hasta ahora. Como señala el catedrático de Harvard Stephen Walt, esta coalición debiera ser capaz de contener a Irán por sí sola. Pero el precio por alinearse completamente con Arabia Saudí es considerable. Trump, que prometió derrotar definitivamente al “islamismo radical”, tendrá que continuar permitiendo que Riad financie a grupos extremistas que con frecuencia se vuelven contra sus patronos. Si continua tensando la cuerda en Irán, Trump también se enemistará con Vladímir Putin, poco dispuesto a complacerle en este frente.

Existen, por tanto, obstáculos para una espiral de tensión desbocada. Pero tampoco son desdeñables las fuerzas empujando para que acabar con el acuerdo nuclear, empezando por el presidente, pero incluyendo a gran parte de su partido y los gurús de política exterior en Washington. El elemento más inquietante en la ecuación, como de costumbre, es el propio presidente. En el pasado, Trump ha sido capaz de llevar la contraria al conjunto de su equipo simplemente para salirse con la suya. Si el presidente opta por obcecarse de aquí a cuatro meses, los actores que han sido capaces de contenerle esta vez se encontrarán en una posición más débil.

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