Una ola de cambio llega a Indonesia

 |  9 de julio de 2014

La tercera mayor democracia del mundo celebra hoy la tercera elección presidencial de su historia. El país en cuestión es Indonesia. Con Susilo Bambang Yudhoyono retirándose tras cumplir el límite constitucional de dos mandatos presidenciales –de cinco años cada uno–, 188 millones de votantes están convocados a las urnas. Los contendientes necesitarán ganar con más del 50% del voto para obtener la presidencia.

El relevo político es urgente. Aunque Yudhyono gozaba de una popularidad del 75% cuando fue reelegido, gran parte del país está decepcionado con la forma en que ha malgastado su segundo mandato. Cuando no estaba ocupado gobernando el país, el presidente se dedicó a publicar varios álbumes musicales que suenan en ceremonias oficiales. También ha publicado un libro de memorias mientras aún sigue en el cargo.

Las ansias de renovación chocan con una cultura política en la que se llega al poder a través de fortunas personales o lazos con el ejército. Aburizal Bakrie, que abandonó su campaña presidencial en mayo, es el dueño de uno de los mayores conglomerados comerciales del país. Pradowo Subianto (conocido en Indonesia por su nombre de pila, Pradowo) se formó como comandante de los Kopassus, fuerzas especiales indonesias.

En este contexto, la irrupción de Joko Widodo (conocido como Jokowi) supone una bocanada de aire fresco. Jokowi no ha recibido el apoyo del ejército ni de ninguna familia destacada y es un recién llegado a la política nacional, pero ya se ha convertido en un fenómeno de masas a lo largo del archipiélago. En una región en la que la democracia aún es rara avis, e incluso los políticos reformistas pertenecen a la oligarquía (como Benigno Aquino III en Filipinas y Thaksin Shinawatra en Tailandia), el auge meteórico de Jokowi puede convertirse en un ejemplo emblemático.

Uno de las medidas estrella de Jokowi es el blusukan: visitas improvisadas a comunidades pobres, con el fin de supervisar los programas de apoyo del gobierno. Las visitas son temidas por los burócratas, pero apreciadas por los locales. Gestos de este tipo, unidos a un programa con medidas populares, como la distribución de tarjetas sanitarias y becas, y el aumento del sueldo mínimo, le catapultaron hasta Yakarta, la capital, de la que es gobernador desde 2012.

La campaña de Pradowo ha intentado caricaturizar a Jokowi como un candidato sin experiencia. También han llovido las acusaciones, desmentidas, de que Jokowi es un comunista cristiano (Indonesia es el mayor país musulmán del mundo). A juzgar por los resultados preliminares, la estrategia no ha tenido éxito. Los sondeos a pie de urna pronostican una victoria de Jokowi, que con un 80% del voto escrutado contado se ha hecho con una mayoría del 53%.

Los retos a los que deberá hacer frente le nuevo presidente, que tomará posesión de su cargo en septiembre, son considerables. Para evitar caer en la trampa de los ingresos medios, Indonesia necesita diversificar su economía. Las exportaciones de materias primas, motor del crecimiento hasta el momento, van a perder importancia a medida que la demanda de China decrezca.

La corrupción supone otro problema considerable, al igual que las relaciones con los vecinos al norte y sur. Yudhoyono declaró en 2009 que el objetivo de la política exterior indonesia es tener “un millón de amigos y cero enemigos”. Pero eso no ha impedido el empeoramiento de relaciones con Australia, cuando en noviembre de 2013 se descubrió que el gobierno de Tony Abbott había interceptado comunicaciones indonesias a través de un sistema de espionaje compartido con Estados Unidos. El embajador indonesio no volvió a Canberra hasta mayo. La relación con China puede convertirse en otro foco de tensión a medida que Pekín refuerza sus reivindicaciones territoriales en el Mar de la China Meridional. Yakarta es sede de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (Asean), que cada vez muestra más interés en formar un frente común contra la presión china.

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