cómo se hace un político

 |  9 de agosto de 2012

 

 Manuel Alcántara Sáez, El oficio de político. Madrid: Tecnos, 338 páginas.

 

Por Esther del Campo.

 

La aparición del libro de Manuel Alcántara, El oficio de político, significa en mi caso una mirada hacia atrás, hacia el camino recorrido por el autor en estos 21 años desde que apareciera su primer libro dedicado a America Latina en 1991, Sistemas Políticos de América Latina. Por ello, y por el trabajo compartido en estos años, la edición de este libro supone también un acto de celebración, de festejo de todos aquellos que hemos compartido investigaciones y preocupaciones en torno a la región.

 

Pero existen motivos más cercanos para celebrar y es la excelente acogida que el texto está teniendo en estos primeros momentos, y que nos hacen pensar que el profesor Alcántara ha sido tocado por la diosa fortuna en sus publicaciones. Es especialmente una buena noticia porque supone una aportación teórica novedosa, que esperamos fructifique en una nueva línea de investigación del autor y de su equipo. Si bien el libro es de autoría individual, debe mucho a un proyecto colectivo liderado por el autor, el Proyecto de Élites Parlamentarias (PELA) de la Universidad de Salamanca, y así, responde a muchas de las aportaciones de los investigadores del Instituto de Iberoamérica de esta Universidad.

 

Cualquiera de nosotros que se acerque al libro, se planteara en primer lugar, la pertinencia del titulo escogido: El oficio de político. No es un título fácil, y no nos orienta sobre lo que vamos a encontrar en el texto. De hecho repasando títulos parecidos me encontré en estos días con el texto de Ryszard Kapuscinski, aparecido en el 2003: Los cínicos no sirven para este oficio sobre el buen periodismo, que me hacía reflexionar en parte sobre lo que debían ser los buenos periodistas y lo que en estos momentos deben ser los buenos políticos. Decía Kapuscinski que para ejercer el periodismo hay que ser ante toda buena persona, comprender a los demás, sentir empatía, colocarse en la situación de los otros, compartir los problemas hasta el punto de desaparecer uno mismo. Señalaba igualmente que los buenos periodistas debían poseer capacidad de sacrificio y vocación de formación permanente. Tenía razón Kapuscinski al advertirnos que ser un buen periodista es esencialmente trabajar duro; sin duda, también lo es ser un buen político.

 

Junto al título, me plantee igualmente que temas hubiera abordado si me hubieran encargado este libro. Sin dudarlo, pensé que existían tres grandes ámbitos, que abordan un análisis exhaustivo sobre el oficio de los políticos. En primer lugar, la legitimidad y la representatividad de nuestros políticos: ¿Los políticos nos representan? ¿Cómo nos representan? ¿Hasta dónde nos representan? Es decir, la cuestión del mandato.

 

En segundo término, está la cuestión de la profesionalización, asunto con abundante cosecha en la literatura de ciencia política: ¿Deben ser nuestros políticos genuinos representantes de la voluntad popular? o, por el contrario, ¿Deben ser gestores y técnicos, con cualificación y aptitudes demostradas y demostrables en la gestión de los asuntos públicos?

 

En última instancia, aparece otro clásico en nuestra disciplina: el papel de los intermediarios; es decir, el rol de los partidos y los políticos. ¿Qué papel desempeñan los líderes políticos en los partidos? ¿Es la organización partidista o, por el contrario, el liderazgo partidista, el elemento fundamental para que los partidos coadyuven al fortalecimiento democrático?

 

Es un tema viejo y nuevo a la vez. Se preguntaba Karen Remmer: ”¿Vino viejo en odres nuevos?”, cuando hacía referencia al estudio de los partidos en América Latina. Lo mismo cabe preguntarse en esta ocasión porque, sin quererlo, el estudio de los políticos nos conduce al caciquismo, clientelismo y personalismo de la política latinoamericana.

 

Sin embargo, El oficio de político sorprende porque no está concebido a la manera clásica. De hecho, Alcántara se siente libre para abordar algunos temas y para que otros, a pesar de su trascendencia, ocupen un papel irrelevante. Sin embargo, en todos los casos, el narrador les da una vuelta más; así desde un planteamiento novedoso donde el político (todo aquel que ejerce un cargo público ya sea de elección popular, de confianza en la administración del Estado o en el seno de los partidos políticos) se convierte en el sujeto principal del texto, nos conduce a través de interesantes debates teóricos a una reflexión en torno a la carrera política, la profesionalización de la política y la rendición de cuentas y la calidad de los políticos, para terminar realizando una aproximación a la realidad latinoamericana contemporánea.

 

Como señalaba al principio, el texto supone también la constatación de un cambio en la experiencia vital del autor, que sin advertirlo ha cambiado de objeto pasando de su preocupación por los partidos a los políticos. Los partidos quedan bastante relegados; de hecho, podemos decir que no es un texto sobre los partidos, es un texto sobre los sujetos, los políticos como actores.

 

Un segundo cambio en camino, más incipiente y sugerente, nos muestra a un autor que desde una posición neo-institucionalista está en una búsqueda y en una propuesta más interdisciplinar, intentando recoger parte de los aportes que desde una óptica constructivista (aunque el autor no lo menciona expresamente) nos acercan a nuevas aproximaciones desde la psicología política y la biopolítica. Nos deja, sin embargo, con la miel en los labios, porque no termina de profundizar en este punto.

 

Para aquellos que se aventuren a leerlo, puede resultarles útil una primera carta de navegación. Así, Alcántara recoge en una primera parte, un amplio e interesante debate teórico, donde se presentan aportaciones clásicas y también más contemporáneas. Aunque el meollo lo conforman tres capítulos donde se plantea el análisis de las carreras políticas: ¿Cómo se llega a ser político? Y, aún más importante, ¿A dónde van los políticos cuando abandonan la política? La respuesta es variada, una sútil combinación de factores institucionales e individuales. Un segundo capítulo central se dedica al proceso de formación y profesionalización de los políticos (aquí echamos en falta una mirada más detenida sobre cuestiones tan importantes como la remuneración, la dedicación y la capacitación técnica, que nos han ido apareciendo reiteradamente en el estudio de las élites parlamentarias y que tienen que ver con la gestión cotidiana de los asuntos). Y, por último, la preocupación del autor se centra en el proceso de rendición de cuentas y la calidad de los políticos.

 

El oficio de político termina con una aportación pionera, un capítulo donde se recogen 18 carreras de políticas y políticos latinoamericanos. Si bien me hubiera gustado una selección más amplia con políticos más contemporáneos y más periféricos, del extrarradio de la política, es sin duda una primigenia aproximación al estudio de las carreras políticas en la región.

 

Para finalizar, el autor nos lleva a un intento de reflexión sobre la relación entre política y literatura, partiendo de El Quijote. De igual manera que la literatura es un estado sujetivo, la política tiene que ver en gran parte también con las decisiones de las personas para llevar adelante una vida política.

 

¿Qué le recomendaría al autor para un segundo libro? Sin duda, darle continuidad a esta investigación, abordando el análisis de las políticas. Cuando aprobamos o desaprobamos a nuestros políticos, no solo valoramos sus carreras o su adecuación a los cargos que ocupan, sino sobre todo, valoramos su gestión. Es decir, si tuviera algún predicamento sobre el autor, le diría que es preciso vincular con rigor intelectual a los políticos con sus productos, las políticas públicas.

Si hace algunos años ya, cuando andábamos enfrascados en el estudio de transiciones a la democracia y en la necesidad de llevar a cabo reformas institucionales, todos aprobamos la afirmación de Dieter Nohlen de que “el contexto hace la diferencia”, seguramente en pocos años, recordaremos la aportación de Manuel Alcántara al indicarnos que “el político hace la diferencia”.

 

Esther del Campo es directora del Instituto Complutense de Estudios Internacionales (ICEI). Universidad Complutense de Madrid.

 

Para más información:

 

Manuel Alcántara, «Centroamérica: viejo escenario en tiempos nuevos de crisis». Política Exterior 131,  2009.

 

Manuel Alcántara, «Los riesgos del acuerdo Menem-Alfonsín y la Segunda República Argentina», Política Exterior 38, 1994.

 

 

 

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