En la lucha que enfrenta a Catar con una alianza liderada por Arabia Saudí y EAU, el deporte juega un papel fundamental como medio para ganar poder blando.
La crisis del Golfo que enfrenta a Catar con una alianza liderada por Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos (EAU) es el menor de los problemas de aquel en lo que al Campeonato Mundial de Fútbol de 2022 se refiere.
Catar demostró su capacidad de hacer frente a las posibles perturbaciones incluso antes de que EAU y Arabia Saudí, junto con Bahréin y Egipto, declarasen su boicot diplomático y económico al Estado del Golfo en junio de 2017. Desde entonces, sus probabilidades de volver las tornas contra sus adversarios han aumentado. Seguramente, cuanto más se acerque la fecha del campeonato con el boicot activo, más difícil les resultará a los países boicoteadores seguir incluyendo el Mundial en su embargo sin provocar la ira de los aficionados y atraer la desaprobación de los medios de comunicación, así como las presiones para que cedan.
El boicot complica los preparativos de Catar para acoger la Copa del Mundo de 2022, pero de ningún modo da al traste con ellos. Puede que haya encarecido la importación de los materiales de construcción necesarios para construir ocho estadios, tender docenas de kilómetros de vías férreas y levantar una flamante ciudad, y que el trayecto sea más largo. Sin embargo, ello no altera la capacidad del Estado del Golfo de acabar las infraestructuras a tiempo. “Los artículos proporcionados por las nuevas cadenas de suministro suelen ser más caros, y muchos contratistas ya están trabajando con márgenes bastante bajos… No cabe duda de que el boicot añadirá un suplemento a un Mundial que ya iba a ser muy costoso”, declaraba a Bloomberg News Allison Wood, analista para Oriente Próximo y…

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