POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 70

Lecciones de Kosovo. Europa avanza a tientas, sin sustituir el liderazgo de Kohl

Editorial
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La OTAN no ha vivido su “mejor hora” en Kosovo. La retórica churchiliana a la que han acudido algunos de sus líderes es comprensible como intento de lograr el apoyo y tranquilizar a la opinión pública de Occidente. Pero desconoce un hecho fundamental: la diplomacia y la guerra desatan su propia dinámica, no siempre controlable por los gobiernos. Ésta es la razón por la que la actitud triunfalista de la Alianza tras el acuerdo del 9 de junio con Belgrado no debe inducir a la confusión. La crisis de Kosovo no se ha resuelto: comienza ahora una nueva fase, muy delicada. Por otra parte, asegurar que se han cumplido los objetivos, cuando nunca hubo una estrategia política definida, revela el deseo de los aliados de poner fin a una campaña militar que nunca se pensó necesaria y, una vez inevitable, se acometió con una insuficiente programación.

Los países de la Alianza Atlántica se han movido en respuesta a un fin de cuya nobleza no se puede dudar: la violación sistemática de los derechos humanos no debe permitirse. Pero, teóricamente, la OTAN no puede conformarse con aplicar este principio en Europa, porque los derechos humanos son universales. Además, una política debe juzgarse por sus consecuencias, no por sus intenciones. En este sentido, difícilmente puede hablarse de victoria. La inconsistencia moral –haber agravado la suerte de los albaneses y de la población civil serbia–, la singular naturaleza de la guerra tecnológica, la humillación diplomática de Rusia y China, la marginación de las Naciones Unidas, y la indefinición de un futuro político para Kosovo son un precio quizá demasiado alto. Se ha dicho que la guerra de Kosovo es un anticipo de conflictos futuros. Más valdría que fuera un hecho de transición, porque abre más interrogantes de los que cierra.

La OTAN, a…

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