Déjà vu en Turquía

Carmen Rodríguez López
 |  2 de noviembre de 2015

Las elecciones del 1 de noviembre de 2015 en Turquía han otorgado la mayoría absoluta al Partido de Justicia y Desarrollo (AKP), con el 49,5% de los votos. El principal partido de la oposición, el partido de centro-izquierda Partido Republicano del Pueblo (CHP), ha conseguido el 25,37%; el partido prokurdo, Partido Democrático del Pueblo (HDP), el 10,69% de los votos; y el partido ultra-nacionalista turco, Partido de Acción Nacionalista (MHP), el 11,93%.

El nuevo Parlamento ha cambiado sustancialmente la aritmética resultante de las elecciones legislativas de junio pasado. Así, el AKP ha incrementado su número de diputados de 258 a 316, y el CHP de 132 a 134. Sin embargo, tanto el MHP como el HDP han visto reducidos sus números de parlamentarios de manera considerable. El MHP ha pasado de 80 a 41 diputados y el HDP de 80 a 59. Numerosos analistas apuntan a que el discurso de la unidad bajo un gobierno fuerte, frente al caos y el terror de los últimos meses, habría propiciado un marcado trasvase de votos, tanto del MHP al AKP, como de los sectores más conservadores kurdos del HDP al AKP.

Ninguna de las encuestas de los días previos a los comicios fue capaz de vaticinar un resultado semejante. La mayor parte de ellas auguraban unos porcentajes muy similares a los conseguidos en las elecciones generales de junio. Estas elecciones cerraban un ciclo electoral que había comenzado en 2014 con la celebración de elecciones locales, y con la elección de Recep Tayyip Erdogan como presidente del país. Durante la campaña electoral Erdogan, desafiando la normativa constitucional, había solicitado abiertamente el voto para el AKP, cuyo mando había sido encomendado a Ahmet Davutoglu, con el objeto de lograr una mayoría absoluta que pudiera aprobar una Constitución con un sistema presidencialista para Turquía.

Tras las votaciones, sin embargo, ni Erdogan ni el AKP han conseguido su objetivo, sobre todo debido a la entrada en el parlamento del HDP, coliderado por un carismático Selahattin Demirtas, que ha sido capaz de atraer el voto kurdo progresista y conservador, así como el de un sector turco progresista, al que aglutinó bajo un discurso de defensa de los derechos y libertades fundamentales y de derechos sociales.

El resultado electoral de junio forzaba una coalición gubernamental y rompía con la trayectoria lineal de mayorías absolutas que el AKP había disfrutado durante tres legislaturas. Si bien el HDP y el MHP habían expresado su determinación de no formar gobierno con el AKP, la posibilidad de llevar a cabo una alianza entre el AKP y el CHP tampoco pudo materializarse. Esta coalición hubiera propiciado una mayor delimitación de los poderes del presidente, cambios sustanciales en la política exterior turca, medidas contra la corrupción y el restablecimiento de equilibrios entre poderes, entre otras cuestiones. Tras el fracaso de esta primera ronda de negociaciones, Erdogan obvió la habitual tradición de ofrecer la formación de gobierno al principal partido de la oposición y volvió a convocar elecciones para el 1 de noviembre.

La campaña electoral transcurrió en un clima de máxima tensión, debido a la reactivación de los enfrentamientos entre la guerrilla kurda del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) y las fuerzas militares turcas, que se ha saldado con cientos de muertos y con el restablecimiento de “zonas de emergencia” y toques de queda en varias ciudades del este del país. El proceso de paz, en marcha bajo el gobierno del AKP a través de contactos con el líder del PKK, Abdullah Öcalan, encarcelado en Turquía desde 1999, había sido ya cuestionado por Erdogan antes de los comicios. El atentado de Suruç, cometido por un terrorista suicida relacionado con células del Estado Islámico en Turquía, el 20 de julio, provocó una reacción del PKK, que fue contestada por los militares turcos y desató una serie de ataques. Muchos temieron que Turquía regresara a la violencia de la década de los noventa. Erdogan declaró entonces que era imposible continuar el proceso de paz y solicitó que se levantara la inmunidad a los diputados del Parlamento que pudieran tener vínculos con la guerrilla.

Al igualar a los miembros del HDP con el PKK numerosos miembros del partido fueron arrestados, y sus sedes atacadas por grupos de extrema derecha en diferentes zonas del país. El atentado de Ankara el 10 de octubre contribuyó a aumentar de manera dramática la conmoción del país, ante la muerte de más de 100 personas que habían acudido a una manifestación por la paz; entre ellas, simpatizantes del HDP y del CHP. El gobierno fue duramente criticado tanto por su gestión de las horas posteriores al atentado, como por no haber tomado las medidas de seguridad pertinentes, que podrían haber evitado la tragedia. De hecho, uno de los terroristas suicidas implicados en la matanza era hermano del terrorista suicida que acabó con la vida de más de 30 jóvenes en Suruç.

La situación de violencia en Turquía impidió que el HDP llevara a cabo mítines multitudinarios. De hecho, Demirtas declaró la noche electoral del 1 de noviembre que su partido no había podido llevar a cabo una campaña electoral, sino más bien un esfuerzo por intentar proteger a su gente de ataques y asesinatos. A todo ello hay que sumar que la campaña se realizó en un ambiente hostil para parte de la prensa crítica con el gobierno, a lo que se sumó la desigual cobertura informativa de los partidos políticos en la televisión estatal turca, donde el AKP gozó de mayor cobertura.

 

¿Paz o  reforma constitucional?

Los resultados han sido decepcionantes para toda la oposición política del AKP, aunque este tampoco ha logrado la mayoría absoluta necesaria para cambiar la Constitución. Ahora se abren nuevos escenarios. El AKP ha prometido estabilidad si resultaba ganador, lo que pasa por una resolución de la cuestión kurda. Lo que ocurra con el proceso de paz y la nueva Constitución será sin duda prioritario en la agenda del nuevo Parlamento turco.

El AKP puede intentar relanzar el proyecto constitucional apoyándose en el ultranacionalista MHP, pero ello cerraría cualquier solución negociada al conflicto kurdo. Otras opciones llevarían a situaciones paradójicas: ¿es compatible una Constitución con una presidencia que incremente marcadamente sus poderes, con una resolución del conflicto que implique más libertades y autonomía para la población kurda? ¿Cómo gestionar un proceso de paz con el PKK al tiempo que el gobierno turco considera a las Unidades de Protección Popular (YPG) como una extensión del PKK en Siria y una de las principales amenazas para el país?

Más allá de la política, ¿intentará el AKP recomponer la extrema polarización social que han provocado los atentados? El primer ministro Davutoglu ha afirmado en su discurso como ganador: “Hemos entendido el mensaje, vamos a abrazar a todo el mundo, estamos aquí para plantar las semillas del amor”. Imponer la paz de los vencedores no es lo mismo que restañar las heridas de los grupos y sectores que se han visto hostigados y perseguidos por un poder cada vez más intolerante con la oposición política.

Otro de los puntos que será interesante observar en el futuro es la relación entre el primer ministro, avalado con su primera mayoría absoluta, con un Erdogan presidencial que aspira a ampliar y consolidar su poder.

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