Más escombros sobre el proceso de paz

 |  8 de julio de 2014

El bombardeo de Gaza llevado a cabo por la fuerza aérea israelí desde la madrugada del 8 de julio es el más reciente episodio en una escalada de tensiones que lleva gestándose un mes. La operación militar, llamada Margen Protector, es la primera de esta magnitud desde 2012. Pero la dinámica que ha llevado al desenlace muestra, por enésima vez, la incapacidad de llegar a un acuerdo de convivencia entre israelíes y palestinos.

La tensión comenzó el 12 de junio, cuando tres estudiantes israelíes desaparecieron cerca de Hebrón, en un área de Palestina bajo ocupación militar. Las autoridades detuvieron a 400 palestinos en su búsqueda de sospechosos, pero no encontraron ningún culpable. El 30 de junio los estudiantes fueron hallados muertos cerca del lugar donde habían desaparecido –asesinados, según el gobierno de Benjamin Netanyahu, por el grupo islamista Hamás–. Tras el funeral, presidido por el primer ministro y presenciado por miles de israelíes, comenzó una oleada de violencia contra los palestinos en el este de Jerusalén. Judíos ultraderechistas asesinaron a Mohamed Abu Jaidar, un joven palestino del barrio de Shuafat. Al mismo tiempo, Hamás acusó al ejército israelí de la muerte de varios de sus militantes en un túnel, y bombardeó el sur de Israel con cohetes desde su bastión en Gaza. El ejército israelí respondió desplegando 1.500 soldados adicionales frente a Gaza el 7 de julio, e iniciando el bombardeo un día después.

La mediación de Estados Unidos no ha servido para detener la espiral de violencia. John Kerry, secretario de Estado americano, ha invertido la mayor parte de 2013 en un intento de impulsar el proceso de paz, sin lograr resultados tangibles. La publicación de una columna firmada por Barack Obama en el diario Haaretz, pidiendo a ambas partes un compromiso con el proceso paz el mismo día en que Hamás y el ejército israelí intercambian misiles, es de un surrealismo tan cómico como deprimente.

El peso de la culpa, sin embargo, recae antes sobre las partes involucradas que sobre Washington. Netanyahu preside una coalición que abarca desde el centro-izquierda de Tzipi Livni a la extrema derecha, y no está dispuesto a sufrir el coste político de retirar los asentamientos israelíes en Cisjordania. Los colonos israelíes, por su parte, se oponen a realizar concesiones de cualquier tipo. Con el muro de separación conteniendo los ataques suicidas del pasado, Irán sentado en la mesa de negociaciones y sus principales ciudades protegidas por la Cúpula de hierro, el eficaz sistema interceptor de misiles, Israel tiene poco por lo que preocuparse. Más tentador que ceder los asentamientos, en los que ya viven 400.000 judíos, resulta quedarse de brazos cruzados y permitir que los palestinos continúen “viviendo como perros”, como en su día dijo el ministro de Defensa Moshe Dayan.

La perpetuación de un statu quo insufrible para los palestinos también ha radicalizado su opinión. En una encuesta realizada recientemente por el Washington Institute for Near East Policy, una mayoría de palestinos se muestra contraria a la solución de los dos Estados, que en teoría permitiría a un Israel y una Palestina independientes convivir en paz. Aún menos secundan la opción de un Estado único, pero democrático, en el que israelís y palestinos gozasen de los mismos derechos. La mayoría prefiere simplemente que Israel dejase de existir. Esta opinión, por suerte, va ligada a una preferencia por la desobediencia pacífica antes que la violencia, y el deseo mayoritario de que Hamás llegue a una tregua con el gobierno israelí.

La situación actual, a pesar de todo, es insostenible. Hamás y otros grupos islamistas amenazan con una tercera intifada. Los judíos, a punto de convertirse en una minoría en Israel y Palestina, no pueden perpetuar su control de los territorios ocupados sin seguir el camino de la Suráfrica del apartheid. La paliza que recibió a manos de las autoridades israelís Tariq Jaidar, primo del palestino asesinado, también ha abierto una brecha con Washington, al ser el segundo ciudadano americano. A pesar de su tradicional apoyo al Estado judío, las relaciones de EE UU con Israel pasan por horas bajas.

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