El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, durante su sesión informativa matutina diaria el 10 de junio de 2020 en la Ciudad de México (México). GETTY

Morena: lecturas de la disputa por su dirigencia

Una consecuencia de la juventud de Movimiento de Regeneración Nacional y del carisma centralizador de su líder Andrés Manuel López Obrador es la dependencia del primero respecto al segundo, tras dotarle de la maquinaria institucional-electoral con la que accedió al poder.
Aldo Adrián Martínez-Hernández
 |  20 de octubre de 2020

En América Latina coexiste una amplia gama de partidos políticos, y el surgimiento de nuevas organizaciones políticas se ha acelerado en las últimas dos décadas. Entre ellas destaca el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), quien en menos de cinco años desde su nacimiento ha irrumpido en el sistema de partidos mexicano para consolidarse, en las elecciones de 2018, como la primera fuerza política del país, alcanzando mayorías legislativas y propiciando la llegada de un líder carismático de la izquierda a la presidencia, Andrés Manuel López Obrador.

Una consecuencia de la juventud de Morena y del carisma centralizador de su líder es la dependencia del primero respecto al segundo, tras dotarle de la maquinaria institucional-electoral con la que accedió al poder. Los diferentes grupos políticos (disidentes de otros partidos en la mayoría de los casos) y los militantes fieles al líder y al proyecto de reconstrucción nacional forman una amalgama orgánica poco estética ante la mirada perpleja de los partidos tradicionales, pero más importante: suponen un replanteamiento de la vida político-partidista en México.

Una de las ideas renovadoras de las fuerzas políticas integrantes de Morena fue la inclusión de procesos democráticos en el funcionamiento interno del partido-movimiento. Sin embargo, después de la llegada al poder de López Obrador (en concreto desde su alejamiento formal del partido al tomar posesión como presidente de la República), el órgano directivo de Morena arrastra problemas y divisiones en su interior. Los procesos de sucesión en el Comité Ejecutivo Nacional (CEN), tanto de la presidencia como de la secretaría general del partido, son causa de constantes disputas. Un asunto que en los últimos meses se ha revelado como elemento nodal para el futuro del partido.

A raíz de esta falta de consensos y del incumplimiento de sus estatutos, la elección de la nueva dirigencia del partido se ha llevado a cabo involucrando al Instituto Nacional Electoral (INE) y al Tribunal Electoral. El primero ha de resolver la disputa interna mediante una encuesta abierta a la militancia y a los simpatizantes del partido, con la que renovar la presidencia y la secretaría general. El proceso para elegir a los candidatos cuyos nombres acabarían en la encuesta abierta ha puesto de manifiesto, una vez más, la alta fragmentación interna y la falta de representación de las mujeres en la contienda, entre otros problemas.

El resultado de la encuesta ha sido un empate técnico entre Mario Delgado (25,29% de los votos), diputado federal que representa al grupo moderado del partido, y Porfirio Muñoz Ledo (25,34%), también diputado federal y el más experimentado de los contendientes, amén de una de las figuras políticas más relevantes del país, ahora cerca de presidir su tercer partido: Muñoz Ledo ha sido presidente del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y del Partido de la Revolución Democrática (PRD).

Debido al empate entre ambos habrá una segunda encuesta abierta, pese a la oposición de Muñoz Ledo, que se nombró ganador y presidente legítimo del partido argumentando que, en las encuestas de reconocimiento realizadas en paralelo, gozó de un amplio apoyo, lo que ha motivado su queja ante el Tribunal Electoral. Una constante durante todo el proceso por parte de todos los candidatos.

 

¿Más democracia, más fragmentación?

Lo anterior podría tener dos lecturas. La primera es que, hoy día, la demanda de la sociedad por tener organizaciones partidistas cada vez más democráticas es ya un imperativo. En este sentido, Morena, obligado por el Tribunal Electoral, introdujo mecanismos abiertos a la militancia para la elección de su dirigencia, lo cual tendría que ser obligatorio para un partido que se dice progresista y que apuesta por la democratización de la vida política.

La segunda lectura, y quizá la más relevante, es que más allá de los resultados, el proceso evidencia lo ya conocido respecto a la joven organización. Por un lado, sufre la herencia de la izquierda política mexicana, donde las facciones que fueron el lastre del PRD son ahora una realidad en Morena. Por otro lado, con independencia del candidato que logre el apoyo suficiente en la segunda encuesta abierta del INE, el proceso deja en evidencia su alta fragmentación interna. Una fragmentación doble: al inicio del proceso, debido al centenar de candidaturas; al final, por las claras diferencias políticas entre los dos candidatos con mayor apoyo. A ello se suma el desgaste derivado de las pugnas ideológicas, resultado del vacío político provocado por el alejamiento de López Obrador, quien, durante todo el proceso, no se ha posicionado por ninguno de los candidatos.

Hoy en Morena conviven al menos tres grupos políticos relativamente claros. Los podemos identificar tanto por las candidaturas más votadas como por sus acciones políticas en el ámbito legislativo. El primer grupo está asociado al liderazgo de Muñoz Ledo, que se ha posicionado desde el inicio del gobierno de López Obrador como el grupo opositor al presidente, más ligado a las tradiciones ideológicas de los partidos de los cuales fue dirigente. El segundo grupo, que podríamos denominar el ala moderada del partido, está liderado por Delgado, quien ha mantenido durante su presidencia de la Cámara de Diputados una sintonía clara con las leyes e iniciativas enviadas por López Obrador al Congreso, aprobándolas, convirtiéndose en un gestor de la agenda de gobierno y de las diferencias entre los grupos parlamentarios. Por último, el tercer grupo se diluye entre las capas del partido-movimiento, y podríamos considerarlo el más radical de Morena. Inicialmente estuvo vinculado con Yeidckol Polevnsky y hoy día sigue siendo el grupo que manifiesta un apoyo más incondicional al presidente.

Según la teoría y práctica de los partidos políticos en el resto del mundo, aquellos que manifiesten una alta fragmentación, fracturas o falta de coherencia interna tenderán a verse afectados en las elecciones. Morena tendrá oportunidad de comprobarlo en las elecciones para diputados federales y los gobiernos estatales de 2021 y, tal vez, en las presidenciales de 2024.

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