Ucrania y Hong Kong: la debilidad como problema

Jorge Tamames
 |  7 de octubre de 2014

“Imaginad por un momento lo que podría ocurrir si China cae en la agitación. Si ocurre ahora, sería mucho peor que la Revolución Cultural. La agitación podría continuar hasta que la autoridad del Partido y el Estado se desgastasen. Si los llamados combatientes por la democracia se hiciesen con el poder, pelearían entre sí. Una vez estallase la guerra civil, la sangre fluiría como un río”. Las palabras de Deng Xiaoping, pronunciadas para justificar la masacre de Tiananmen, presentan un telón de fondo inquietante para el movimiento Occupy Central, que desde el 22 de septiembre reclama en las calles de Hong Kong autonomía y democracia. Pero si la historia se repite 25 años después, es la desconfianza entre China y Occidente la que vuelve a condicionar las protestas, en detrimento de los manifestantes. Una segunda masacre parece, por el momento, improbable.

El problema de fondo no deja de ser grave. Estados Unidos ve en Hong Kong una víctima; China una amenaza de primer orden. La falta de sintonía es comparable a la que atenaza las relaciones entre Rusia, América y Europa desde el inicio de la crisis de Ucrania. El denominador común es la incapacidad de Occidente para entender la posiciones de China y Rusia e integrarlas en un análisis coherente. Lo que impulsa las acciones de Moscú y Pekín no es un proyecto imperialista, sino una percepción de extrema vulnerabilidad.

En el caso de China, el análisis estadounidense, como señala Max Fisher, se centra en las fortalezas del país. Taiwán, Japón, Vietnam, Filipinas e Indonesia se hallan igualmente amenazados por la agresividad del gigante asiático. Pero el gobierno y gran parte de la población china ven su país como una unidad políticamente inestable, territorialmente fragmentada, y amenazada por los cuatro costados. Esta percepción de fragilidad no es paranoica. Las rebeliones populares en China han marcado el fin de múltiples dinastías imperiales y el Partido Comunista de China (PCCh), a pesar de sus logros en el terreno de la economía, no está exento de perder el Mandato del Cielo. Los movimientos independentistas en Tíbet y Xinjiang amenazan la unidad del país: como apunta Pablo Colomer, “el corazón Han de China no tiene un respiro”. El pivote asiático de Estados Unidos pretender contener a China con un entramado de alianzas militares y comerciales, un objetivo que en Pekín recuerda a la dominación impuesta por las potencias coloniales durante el Siglo XIX. De los 14 vecinos con que China comparte frontera, cinco han estado en guerra con el país durante el siglo pasado.

El resultado es predecible. En palabras del experto en China Patrick Chovanec, “los dirigentes chinos temen que cualquier concesión, cualquier fracaso, cualquier pérdida de control podría mandar su país al caos”. Xi Jinping y su gobierno ven en la democracia y los derechos humanos el caballo de Troya de EE UU. Plus ça change, plus c’est la même chose: «la agitación podría continuar hasta que la autoridad del Partido y el Estado se desgastasen».

 

De Central a Crimea

Si en Hong Kong EE UU ha tenido el buen criterio de no apoyar las protestas –evitando alimentar la suspicacia china–, la respuesta a la crisis de Ucrania ha pecado de una torpeza descomunal. El enfrentamiento entre la OTAN y Rusia, de una intensidad desconocida desde la crisis de los misiles en Cuba, es tan peligroso como irresponsable. Una noción básica de la historia de Rusia hubiese sido suficiente para evitar este desenlace.

En su famoso telegrama de 1947, George F. Kennan expuso la principal patología de la política exterior rusa: una claustrofobia constante con respecto a sus fronteras. Como en el caso de China, la historia de Rusia legitima lo que a primera vista parece una neurosis. Saqueados por nómadas desde la estepa oriental, devastados por ejércitos europeos desde el oeste, y amenazados con la insubordinación de sus súbditos musulmanes en Asia Central, la vulnerabilidad de los imperios eslavos –incluido el soviético– ha sido infinitamente mayor de lo que sugiere el tamaño de Rusia en el mapa. Como observa John J. Mearsheimer en Foreign Affairs, la expansión de la OTAN en la década de los noventa, incorporando a la alianza Estados que tradicionalmente han servido como un muro de contención entre Rusia y Europa, invitaba a una reacción del Kremlin.

Esa reacción tuvo lugar en 2008, cuando Rusia intervino militarmente en Georgia para impedir su integración en la OTAN. Fijado el precedente, el intento de anclar Ucrania en la esfera occidental, apoyando explícitamente a manifestantes en las calles de Kiev, denota una ingenuidad que raya en la estupidez. Lejos de ser una república minúscula en el Cáucaso, Ucrania es un país de 42 millones de habitantes, con vínculos lingüísticos, históricos y económicos que imposibilitan la ruptura de lazos con su vecino. Por encima de todo, el país es una inmensa llanura en el flanco sur de Rusia, punto de pasaje obligatorio para cualquier ejército con destino Moscú. Como observa Mearsheimer, a cada país le corresponde determinar qué representa y qué no representa una amenaza para su política de seguridad. No es sorprendente que Rusia, a la luz de su historia y relación con Occidente, considere la pérdida de Ucrania inaceptable. La inmensa popularidad de Vladimir Putin y las críticas de varios políticos rusos, que consideran a su presidente demasiado moderado, muestran hasta qué punto Moscú no actúa conforme a una agenda ultranacionalista. La improvisación con que se llevó a cabo la anexión de Crimea confirma la hipótesis de Mearsheimer: las acciones rusas son defensivas antes que ofensivas.

Como Robert D. Blackwill y Meghan L. O’Sullivan observan en las páginas de Política Exterior, “una Rusia más débil no significa necesariamente una Rusia menos conflictiva”. Lo mismo puede decirse de China. Lejos de garantizar sumisión, la vulnerabilidad o la percepción de vulnerabilidad –en política la diferencia entre ambas a menudo carece de importancia– es una fuente de tensión y volatilidad en las relaciones internacionales. Rusia es una superpotencia con el PIB de Italia. La renta per cápita China continúa siendo la de un país en vías de desarrollo. Antes de ver en ambos países un nuevo eje del mal, Washington y Bruselas harían bien en analizar con realismo las debilidades que lastran a uno y otro.

 

1 comentario en “Ucrania y Hong Kong: la debilidad como problema

  1. De acuerdo con el autor que tanto Rusia como China perciben un alto grado de vulnerabilidad y que Occidente no entiendo esa situación, pero negar que ambas potencias tienen proyectos hegemónicos es desconocer la historia de las relaciones internacionales y el rol de las grandes potencias de los pasados 2500 años, sobre todo a partir de la Guerra del Peloponeso.
    Los proyectos de Pekín y Moscú tienen claros elementos hegemónicos como lo evidencian sus políticas de influencia y control territorial en su primer círculo concéntrico o vecindario cercano. No se puede obviar su pasado imperialista en ambos casos, sino que lo diga hoy Vietnam respecto a la posición china en el diferendo territorial en el Mar del Sur de China o Georgía respecto a Rusia.
    En el caso de Taiwán, que no es comparable con Hong Kong en ningún aspecto, China se niega a reconocer una realidad: la existencia de una identidad taiwanesa en las generaciones más jóvenes. Solo basta con conversar con estudiantes universitarios en Taipei o cualquier otra ciudad de Taiwán para darse cuenta que no se sienten parte de China.
    La situación de China y Rusia no se puede explicar y entender, a pesar de la profunda reconfiguración del sistema internacional a inicios del siglo XXI (yo considero que estamos en un mundo transformado con una nueva arquitectura sistémica, lo cual no significa que la conducta de los Estados, sobre todo de las grandes potencias haya cambiado en todos sus extremos), considerando que son potencias que actúan a la defensiva y que están acorraladas por las potencias occidentales. Hay que observarlas como lo que son: grandes potencias con proyectos que les permite aspirar a una sólida hegemonía regional y a mediano plazo (ya sea a través de una guerra sistémica o por otras vías) a hegemones globales.
    Carlos Murillo. Analista internacional. Costa Rica

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