Pablo Iglesias y Pedro Sánchez, durante la sesión de investidura celebrada el 7 de enero./PABLO BLÁZQUEZ DOMÍNGUEZ/GETTY

La fuerza tranquila

Jorge Tamames
 |  14 de enero de 2020

Presenciamos un escenario inédito. Los socialistas han llegado al poder mediante una alianza con fuerzas políticas a su izquierda. Este acuerdo está plasmado en un programa de gobierno que responderá al estancamiento económico reforzando el papel del Estado y los poderes públicos, en beneficio de los trabajadores y damnificados por la crisis de la década precedente. Las expectativas y recelos que genera este proyecto son considerables, puesto que el contexto –doméstico e internacional– en que se desarrollará es hostil.

No es España en 2020, sino Francia en 1981. Lo que está en juego no es poner fin al neoliberalismo, sino ofrecer una alternativa keynesiana a su despegue y consolidación. Bajo la presidencia de François Mitterrand, socialistas y comunistas se embarcaron en un intento ambicioso de reflotar la economía francesa, llevando a cabo nacionalizaciones en el sector financiero y controles de capital extensos. Razonar mediante analogías históricas es delicado, pero este ejemplo –más que el de los frentes populares en los años 30– resulta útil para entender no solo las posibilidades de un gobierno como el que conforman el PSOE y Unidas Podemos, sino los límites que un contexto internacional puede marcar a un Estado europeo.

El Parti Socialiste ganó las elecciones con un eslogan tan conciso como evocador: la force tranquille. Tres palabras que expresan la coordinación entre capacidad (fuerza) y disposición (tranquilidad). Trasladado a nuestros días, esta relación también refleja las diferencias entre PSOE y UP. Del primero se puede decir, tras el giro a la austeridad en 2010 –inicialmente resistido por Zapatero, finalmente acatado por el partido–, que su peso y retórica electorales no se reflejan en una voluntad transformadora desde las instituciones. Aunque capea el temporal, no ha superado la crisis de los partidos socialdemócratas tras su reinvención neoliberal. Podemos se estancó electoralmente de 2016 en adelante, por lo que su intención de generar cambios profundos se ve circunscrita por un peso electoral –y, hasta ahora, institucional– menguante. Consignas ambiciosas carentes del respaldo para llevarlas a cabo, en línea con la suerte de otros populistas de izquierda.

Capacidad sin disposición en el PSOE, disposición sin capacidad en UP. Si el conflicto entre ambos gravitó en torno a esta discordancia, su colaboración ofrece la posibilidad –todavía frágil– de transformarla en fortaleza, refundando el contrato social tras una década que lega enormes brechas económicas, generacionales y territoriales. El programa de gobierno negociado es un paso tímido en esa dirección, que expresa una cuestión de fondo: ambos partidos buscan, en última instancia y de diferentes maneras, redefinir lo que significa un proyecto socialdemócrata en el siglo XXI.

Photo de l'affiche "La force tranquille" de la campagne du candidat François Mitterrand pour les élections présidentielles prise lors du congrès d'Epinal le 8 mai 1981. (Photo by - / AFP) (Photo credit should read -/AFP via Getty Images)
«La fuerza tranquila». Póster de François Mitterrand para las elecciones presidenciales de 1981. (AFP via Getty Images)

 

¿Keynesianismo en un solo país?

Mitterrand, que arrancó con una ambición muy superior a la de Sánchez, recalibró tras dos años en el poder. La presión combinada de los mercados financieros, la oposición doméstica y las políticas monetarias de los gobiernos estadounidense, británico y alemán llevaron al PS a abandonar el Programa Común con el Partido Comunista. Los socialistas franceses –como los españoles– se adelantaron a la tercera vía de los años noventa: rectificaron tras la derrota de 1981-83, convirtiéndose en adalides de la liberalización financiera y apoyando un proceso de integración europea cada vez más condicionado por las demandas de los mercados. “Al castrar al comunismo francés como cómplice segundón [de su viraje] y desacreditar la perniciosa tendencia revolucionaria de su país,” escribe Perry Anderson, Mitterrand “estableció los fundamentos de una República del Centro estable”. Un líder camaleónico y oportunista, también presidió sobre el primer periodo de crecimiento del Frente Nacional, a menudo en antiguos feudos comunistas. Al centro-izquierda le resultaba cómodo polarizar con, y erigirse como única alternativa a, la derecha radical –incluso aunque eso aumentase su peso electoral.

En España la derecha radical también está en alza. Nada beneficiaría su ascenso como el fracaso del nuevo gobierno: bien debido a tensiones internas, bien porque su margen de maniobra resulte tan escaso que apenas realice acciones sustanciales. Pero a diferencia de Mitterrand, que gobernó hasta 1995 apoyándose ocasionalmente en el centroderecha, Pedro Sánchez no dispondrá de opciones alternativas si fracasa en su apuesta actual.

También es necesario, por lo tanto, aprender de las diferencias entre ambos casos. En los ochenta el neoliberalismo era un proyecto pujante, capaz de generar adhesión popular mediante un extenso proceso de financiarización. Mitterrand conformó lo que el economista político Bruno Amable llama un “bloque burgués” económico y electoral, que sostuvo su presidencia y la de sus sucesores. En España ocurrió algo similar con la modernización socialista y la burbuja inmobiliaria. Pero hoy estos modelos se han revelado insostenibles y es la izquierda quien formula alternativas al proyecto neoliberal. En este contexto, seguir el ejemplo de Portugal –relajar gradualmente las políticas de austeridad, al tiempo que se desarrollan políticas redistributivas– permitirá al gobierno aguantar, a la espera de una coyuntura internacional más transigente que le permita actuar con mayor ambición. La cuestión es si esa coyuntura llegará.

¿De qué variables depende? En primer lugar, de la europea. En un escenario ideal, Berlín termina de descubrir que necesita estimular la demanda interna alemana y comprometerse con una unión monetaria plena, en línea con las propuestas de París. La desaceleración no desemboca en una nueva recesión y la zona euro aparca su fijación con la disciplina fiscal. Este contexto depende de la colaboración de países como Portugal, Grecia, Francia e Italia, pero sobre todo de la evolución de la economía, puesto que el paradigma pro-austeridad sigue en pie y se impondrá como respuesta ante nuevas recesiones.

La marcha de la economía también depende de elementos internacionales. Aquí es donde entra la segunda variable: Estados Unidos. Las perspectivas de crecimiento europeas pueden evaporarse ante una crisis como la causada por el asesinato de Qasem Soleimani o la disputa comercial con China. La cuestión de fondo es el futuro de Donald Trump. A un mes de que arranquen las primarias y diez de las elecciones presidenciales, el socialista Bernie Sanders se encuentra en condiciones de disputar la nominación demócrata a Joe Biden, representante del ala conservadora del partido. Una presidencia de Sanders podría generar en la izquierda, tanto dentro como fuera de EEUU, un impulso comparable al que ha insuflado Trump en la derecha nacionalista. Por el contrario, su reelección consolidará un escenario internacional convulso y hostil para cualquier gobierno con ambiciones progresistas.

El tercer lugar lo ocupa un nuevo ciclo de movilizaciones –principalmente en América Latina, pero también en Argelia, Egipto, Líbano, Irak, Irán y Hong Kong, incluyendo las manifestaciones globales contra el cambio climático. Es pronto para saber si esa tendencia se trasladará a España, o si lo hará de manera que impulse o debilite al nuevo gobierno. Las principales protestas de 2019 –en Cataluña, a raíz de la sentencia judicial del Tribunal Supremo– generaron un ambiente de crispación cuyo principal beneficiario ha sido Vox.

En este caso, el ejemplo europeo más sugerente es el de Francia, donde las protestas que iniciaron los chalecos amarillos acumulan más de un año haciendo descarrilar la agenda de Emmanuel Macron. Están resquebrajando el proyecto que se inició con el viraje de Mitterrand.

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